Podría hablar acerca del Retorno del Rey como la culminación de una aventura épica apoyada en el que creo es la más maravillosa y poderosa meta en la vida del hombre, y aunque quizás se trate de la que más esfuerzo pueda conllevar, sea asimismo la que más satisfacciones da ante su encuentro: la búsqueda de la libertad. Es también el libro donde se desata la guerra sospechada como temida, el más belicoso de los tres que componen El Señor de los Anillos, así como uno de los más conmovedores por la amistad que se fortifica leal, el amor que trasciende a las barreras materiales penetrando en el centro de la existencia vital de los dos que aman, y la solidaridad gestada entre los diferentes. Sin embargo, hoy me embarga la nostalgia de quien sabe que está a punto de deshojar las páginas finales del libro que le suscitó sueños como no recuerda haber imaginado, como si a la niña que alguna vez fue soporíferas superficialidades direccionadas por las habladurías del mundo la hubiesen agotado y se hubiese quedado dormida por un tiempo (porque de la superficialidad no puede provenir más que oscuridad), aunque nunca esfumado del todo, siempre allí presente en la infinidad del alma, conservando parte de sí en mi curiosidad ligada al entusiasmo de descubrir otra vez el mundo. Pero esta vez, por mi cuenta, desmembrando los absurdos límites de realidad y ficción que, parientes de los obstáculos, reprimen al alma impidiéndole su desarrollo y la encogen privándola de toda posibilidad de armonía (como los bao-babs en el hogar del Principito), pero siempre intentando refractar la luz del mundo hacia mí la cual me hará brotar una sonrisa, una lágrima de emoción o un nuevo desconcierto hasta el desenlace de las experiencias.
En éste, al contrario de sus predecesores, todavía no puedo quedarme con ninguno de sus protagonistas. Creo que tampoco lo haré al cabo de dar vuelta la última página, menos aún cuando me irrumpan las incontables reflexiones que podría contar acerca de esta extraordinaria historia amén a la pluma mágica de Tolkien. Data de una época de aprendizajes, cuando en las entrañas de “la comunidad del anillo” podemos comprobar cuán cierta es la máxima que sostiene que la unión hace a la fortaleza, o como escribiría Pink Floyd: “united we stand, divided we fall”, siempre y cuando esté basada en la integridad de cada uno de sus componentes, claro. Puedo decir que esta guerra se ha convertido en una bisagra para todos a quienes involucró, desde Merry y Pippin, Sam y Frodo, e incluso el resuelto Aragorn o el ducho Gandalf, pues cada uno de ellos ha crecido en su interior. Como dijo un Frodo probablemente influenciado por Heráclito: “No hay un verdadero regreso. Aunque vuelva a la Comarca, no me parecerá la misma, porque yo no seré el mismo”. Porque quien le ha visto la cara al mal en sus múltiples formas, el mal capaz de desatar la más vil de las penas, el mal despiadado decidido a arrasar a quien rehúse de su dominación, el mal que es producto del deseo de poder ambicioso, no puede abrazarse con menos anhelo a la libertad, ni contagiarse con menor ímpetu de la felicidad que un alma en libertad despliega.
Me guardo para siempre este fragmento de conversación entre Aragorn y Éowyn, que plasma la lucha interior por la libertad, en la memoria imborrable del corazón:
En éste, al contrario de sus predecesores, todavía no puedo quedarme con ninguno de sus protagonistas. Creo que tampoco lo haré al cabo de dar vuelta la última página, menos aún cuando me irrumpan las incontables reflexiones que podría contar acerca de esta extraordinaria historia amén a la pluma mágica de Tolkien. Data de una época de aprendizajes, cuando en las entrañas de “la comunidad del anillo” podemos comprobar cuán cierta es la máxima que sostiene que la unión hace a la fortaleza, o como escribiría Pink Floyd: “united we stand, divided we fall”, siempre y cuando esté basada en la integridad de cada uno de sus componentes, claro. Puedo decir que esta guerra se ha convertido en una bisagra para todos a quienes involucró, desde Merry y Pippin, Sam y Frodo, e incluso el resuelto Aragorn o el ducho Gandalf, pues cada uno de ellos ha crecido en su interior. Como dijo un Frodo probablemente influenciado por Heráclito: “No hay un verdadero regreso. Aunque vuelva a la Comarca, no me parecerá la misma, porque yo no seré el mismo”. Porque quien le ha visto la cara al mal en sus múltiples formas, el mal capaz de desatar la más vil de las penas, el mal despiadado decidido a arrasar a quien rehúse de su dominación, el mal que es producto del deseo de poder ambicioso, no puede abrazarse con menos anhelo a la libertad, ni contagiarse con menor ímpetu de la felicidad que un alma en libertad despliega.
Me guardo para siempre este fragmento de conversación entre Aragorn y Éowyn, que plasma la lucha interior por la libertad, en la memoria imborrable del corazón:
- Quizá no esté lejano el día en que nadie regrese - dijo Aragorn. Entonces ese valor sin gloria será muy necesario, pues ya nadie recordará las hazañas de los últimos defensores. Las hazañas no son menos valerosas porque nadie las alabe.
- Todas vuestras palabras significan una sola cosa: eres una mujer, y tu misión está en el hogar. Sin embargo, cuando los hombres hayan muerto con honor en la batalla, se te permitirá quemar la casa e imolarte con ella puesto que ya no la necesitarán. Pero soy de la Casa de Eorl, no una mujer de servicio. Sé montar a caballo y esgrimir una espada, y no temo el sufrimiento ni la muerte.
- Todas vuestras palabras significan una sola cosa: eres una mujer, y tu misión está en el hogar. Sin embargo, cuando los hombres hayan muerto con honor en la batalla, se te permitirá quemar la casa e imolarte con ella puesto que ya no la necesitarán. Pero soy de la Casa de Eorl, no una mujer de servicio. Sé montar a caballo y esgrimir una espada, y no temo el sufrimiento ni la muerte.
- ¿A qué teméis, señora? - le preguntó Aragorn.
- A una jaula. A vivir encerrada detrás de los barrotes hasta que la costumbre y la vejez acepten el cautiverio, y la posibilidad y aún el deseo de llevar a cabo grandes hazañas se hayan perdido para siempre.
Escrito el 27-02-2012.
Es muy bueno el fragmento que citas al final, todo el relato que haces del libro lo es.
ResponderEliminarComparto las palabras de Frodo, uno no es el mismo porque las nuevas experiencias lo van cambiando, o quizás sea el mismo pero diferente (solo una forma de llamar a lo mismo de otra manera), las experiencias buenas y malas nos moldean, nos enseñan, nos hacen madurar.
Un beso Claris, que andes bien.