domingo, 28 de noviembre de 2010

Griffin & Phoenix (o Una lección de vida)

    La vi por segunda vez y creo que si no me emocioné como la primera fue porque no lo vi a aparecer a mi compañero, entusiasmado por haber visto una buena película por el cable desde hacía tiempo y pedirme que lo acompañe en otra vista.
    La cámara comienza por posarse en Griffin, un hombre habituado a la fatigante rutina del trabajo, a quien el divorcio y los trajines de la vida cotidiana le impiden encontrar tiempo con sus dos hijos. En ese contexto es cuando recibe una noticia asoladora: su médica le pronostica con toda naturalidad que le queda no más de un año de vida. Es entonces cuando decide abandonar sus actividades diarias para concentrarse en comenzar a vivir, hacer aquéllo que había postergado siempre, eso que no había podido hacer nunca.
    Así es como conoce a Phoenix, aun cuando ella le dice que no es momento de conocer a alguien, sin preguntarse sus nombres, ni indagar acerca de sus vidas, surge a través de su presencia el amor, sólo importa ser feliz de la manera más intensa. Con conversaciones frescas y sinceras, además de situaciones divertidas e inusuales, la película lleva su propio ritmo, el cual no se detiene, sino sólo cambia su rumbo al revelarse la realidad de la mala situación que está atravesando Phoenix, aunque sin atinar a hundirse en el drama demoledor al cual nos tienen acostumbrados cuando se trata de enfermedades en la pantalla.
    Si bien se trata de una película para la cual no van a faltar algunos pañuelos, tanto Dermot Mulroney como Amanda Peet nos acercan una oportunidad repleta de emociones al margen de las típicas historias de amor que recibimos a menudo de la pantalla para descubrir cómo la fuerza del amor pueden ayudarnos a afrontar las dificultades  que nos depara este mundo y aprender que podemos disfrutar de cada momento ya sea del que parezca más banal (para los demás), encontrando una transparente felicidad en ellos. ¿Acaso quién dijo que la felicidad se funda en la grandeza? ¿Alguna vez se dijo que la grandeza no podía hallarse en los pequeños detalles que forman parte de nuestros humanos días? Como terminé de leer hace pocos días en El Principito (esperé hasta recién los 21 para comenzar a deshojarlo), "lo esencial es invisible a los ojos", es el tiempo que compartimos con las personas que elegimos en el camino de la vida, y en ciertas cosas lo que las hace únicas (y por eso, a veces diferentes), realmente importantes  además de especiales para cada uno de nosotros.
   Por otro lado, una interesante alusión mitológica que surge a partir de los apellidos en inglés de los personajes refuerza el sentido del mensaje de la película. Tanto el Fénix como el Grifo corresponden a nombres de criaturas descriptas por culturas antiguas como seres alados. Tradiciones como las egipcias coinciden en el ave Fénix consumiéndose por el fuego cada 500 años para resurgir de sus cenizas luego en una joven y fuerte ave, como la inmortalidad y la resurrección, un símbolo que alude al Sol que muere por la noche y renace por la mañana, tal como contemplar el antes y el después de la primera salida de los protagonistas. En relación a este personaje, cuentan las leyendas griegas que el Grifo, criatura imponente desde que es mitad superior de águila y mitad inferior, de león, tenía las alas enormes de color dorado por su consagración a Apolo, dios del Sol, cuyo tesoro custodiaba. Podía entonces vigilar así tanto el cielo como la tierra, tan valiente como fuerte, así podría describirse el amor de la pareja, desde donde comienza a vislumbrarse una esperanza, casi como un renacer y volver a sentirse vivos aun cuando se presagian los últimos días.
    Basada en su homónima televisiva de 1976, creo que Griffin & Phoenix (2006) sí es una lección de vida, y también una de esas pocas películas para volver a disfrutar y compartir dos veces (y tantas más).

viernes, 12 de noviembre de 2010

La mesa

    Lo único que me gustaba de su oficina era la mesa. De madera y vasta, vastísima, tan pulcra como prolija que parecía que se bastaba a sí misma. Aunque solitaria en la sala de reuniones, desde que tengo memoria me encargué de cubrirla con cuadernos, lápices para colorear y más tarde, con las tareas de la escuela. A veces, impaciente, no esperaba al bar y se transformaba en asiento de meriendas compartidas y refugio de las únicas sonrisas que podía arrancarle su boca en el día.
   El resto, eran papeles, vidas dentro de carpetas apiladas hasta agrietarse, algún día listas para recorrer los pasillos de aquellos tan eminentes como invisibles... y más papeles... y nervios (muchos).
   Quizás por eso quería ser como él, tal vez por la mesa, quizás por él.