jueves, 25 de enero de 2018

Le Fol


Necesito, con urgencia inminente, asumir los riesgos de cada decisión que lanzo al mundo.
Comprender que a cada acción pueden sucederle no una, sino consecuencias contradictorias.
No para aturdirme de pensamientos sino justamente todo lo opuesto.
Poder anticiparme hacia aquél resultado que más se ajuste a lo armónicamente posible.
Prevenirme de los desastres que de lo contrario me perseguirán hasta en lo sueños.
Cautela, la carta de la inocente no tiene que jugar más a la ingenua.
Como decía Jung en alusión a Nietzsche, él no quería ser como éste,como una brizna empujada por el viento.


(bicicleta te extraño, verruga espero que te vayas y no vuelvas, examen quiero aprobarte, vida quiero vivirte en alegría, huerta quiero verte en abundancia, amistades los quiero mucho y les deseo lo mejor)

viernes, 19 de enero de 2018

Carta de despedida

Querida 2 ruedas. Su ausencia empieza a imponerse en mi percepción, en mis planes. Te cortaron la cadena y a mí me cortaron las gambas. Ella me había acompañado en el objetivo entusiasmado de volver a correr. 1, 2, y a la tercera vuelta ya no te vi. Ayer era un día proyectado hermoso, como trato de que sea cada uno. En especial porque, ya en carrera, me había sobrepuesto a algunas contingencias, que no tenían que ver con el calor. Si hasta quería escribir “las gambas tocan el bombo del corazón y le hacen pito catalán al dolor de omóplato derecho y a un cerebro que se desalienta a sí mismo”. O algo así. Lo cierto es que quería dejar de correr antes de haber completado la primera andanza de 20 minutos. Casi me convenzo de ello por las molestas sensaciones corporales que no calmaban a pesar de los masajes que me aplicaba.

(Y es inevitable que después de todo ahora piense que tendría que haberme ido sólo para complacer a mi Diablo, depredador interno que no termino de conocer. Porque también podría pensar que en primera instancia nunca tendría que haberla llevado, que no podría jamás dejarla sola. Pero que al menos no fue violento y que quizás el robo me haya evitado tener un accidente. Pero todo esto no es más que una hecatombe de elucubraciones posteriores que no sirven para nada más que para cavarme un foso más hondo de tristeza e impotencia).  

Recuerdo que al principio no confiaba en ella. En primer lugar, no quería admitirla en mi vida por el orgullo de quien “no puede” aceptar regalos. Luego, parecía empezar a desarmarse: no paraban de caerse tuercas del asiento. Los pedales y el canasto se fueron deteriorando durante la primera semana de uso. Al tiempo fue el eje el problema. Luego vino el descubrimiento de que la rueda era inadecuada para ese cuadro, que se trababa. Al tiempo: cambio de cubierta, cambio de rueda. Pero a esta altura, ya la había adoptado, había estrenado mi primer accidente arriba suyo, la había “tuneado”, como se dice ahora, con un guardabarros, nuevos puños además de un canasto bastante croto, por cierto pero que me ayudaba a transportar cosas, y la mayoría de los kilómetros gastados eran parte de la bienintencionada memoria.    

Yo que no me encariño con ningún objeto más que con algunos libros, practicaba el materialismo con la bici. Orgullo de desplazarme a cualquier lado por mí misma. Quienes me conocían, la bici era una de las primeras cosas que sabían de mí. De disfrutar del placer de pasear al ritmo de una suerte de dos alitas, como de las que hablaba Frida. A pesar de todo me doy cuenta de que, si bien a la bici le iba al pelo el símbolo de las alas, aquellas también pueden representar la imaginación, a la pasión, al amor y a la alegría. Amor y alegría, a los cuales juré defender de circunstancias que muy fácilmente podrían habérmelos arrebatado.

Cuando me di cuenta de que no iba a volver a montar la bici, la tristeza empezó a surcarme un tajo enorme desde las solitarias piernas hasta el corazón decepcionado. Pero sobre todo estaban las personas queridas. Que contestaron enseguida, que se ofrecieron en lo mejor de sí: su afecto. Que me pegué la vuelta caminando con ellas. Y cuando llegué también estaba el vecino más piola del edificio para abrazarme con sus palabras.

Opereta del destino, como llamo a ese orden quizás azaroso, quizás sólo incomprendido por más vasto que nosotros mismos. El vecino bajó en el cuarto piso. Yo continué el ascenso rumbo al décimo piso. De repente, el ruidazo testigo del funcionamiento normal del ascensor se había callado. Estaba atrapada en el ascensor, que se había detenido conmigo adentro. Las personas, que son pocas, pero excepcionales, seguían ahí poblándome de presencia cariñosa.

La sed perseveraba. Extrañamente y muy a pesar de todo terminé sacando una sonrisa del pecho. Y respecto a la bici, ojalá que sea aprovechada, nada más. Como siempre lo mejor de todo es que nos tenemos a nosotros. Gratitud no es conformismo. Pude experimentar eso, así como científicamente. Las cosas son accesorios para hacernos más eficiente la vida. Necesarias, por supuesto. Pero el cariño de la humanidad es lo que nos salva. El corazón está remendándose y las personas queridas dieron las primeras puntadas. Gracias. 





¡Oh amigos, dejemos esos tonos! ¡Entonemos otros más agradables y más alegres! Alegría, hermosa llama de los Dioses, hija del Eliseo. Entramos, oh celeste deidad, en tu templo ebrios de tu fuego. Tu hechizo funde de nuevo lo que los tiempos separaron. Los hombres se vuelven hermanos allí por donde reposan tus suaves alas. Quien haya tenido la dicha de poder contar con un amigo, quien haya logrado conquistar a una mujer amada, que su júbilo se una al nuestro. Aún aquel que pueda llamar suya siquiera a un alma sobre la tierra. Más quien ni siquiera esto haya logrado, ¡que se aleje llorando de esta hermandad! Todos los seres beben de la alegría del seno abrasador de la naturaleza. Los buenos como los malos, siguen su senda de rosas. Ella nos da besos y vino y un fiel amigo hasta la muerte, al gusano le concedió la voluptuosidad, al querubín, la contemplación de Dios. Volad alegres como sus soles a través del inmenso espacio celestial, seguid, hermanos, vuestra órbita, alegres como héroes en pos de la victoria. ¡Abrazaos millones de hermanos! Que este beso envuelva al mundo entero! Hermanos! Sobre la bóveda estrellada habita un Padre bondadoso! ¿Flaqueáis, millones de criaturas? ¿No intuyes, mundo, a tu Creador? Búscalo a través de la bóveda celeste, ¡Su morada ha de estar más allá de las estrellas

Letra Oda a la alegría (Beethoven).
Recorte de la peli Hombre mirando al sudeste (Eliseo Subiela).

lunes, 15 de enero de 2018

Superescatológico... ¡sí!


A razón directa de que la marea de la locura crece,
el remedio que ha buscado la inquietud,
ha sido un chaleco químico enmacoñado y una dotación de trotecaminatas!

Así es como una se desentiende de toda la mierda,
que últimamente se ha venido cargando encima...
por medio de unos cuantos escupitajos de saliva!

¡Discazo!
(desde mi miopísimo punto de vista pero agudísimo oído 😆)

domingo, 14 de enero de 2018

La Fuerza


Es una constante su querer incorporarse en el tránsito de mis tiradas. La mujer está erguida y me interpela, en la densidad de mi perseverante encorvadura.
Hay quienes dicen que su figura posee la sabiduría del equilibrio sobre su cabeza. Yo observo que a la altura de su vientre, donde radica físicamente su feminidad, ella experimenta con el filo de sus propios instintos.
Desliza sus dedos desde el contorno de las fauces, como quien empieza a explorar las dimensiones de su ser amado. Mientras, escudriña en el foso oscuro de lo desconocido o de lo ya hace mucho olvidado.
Pero un momento… ¿dónde están los colmillos de la bestia? Recita el movimiento de la compasión hacia la propia animalidad, que entonces se reclina ante ella. Es probable que el fin del contacto sea darle de comer. Dulce y determinante es el modo en que ella le ofrece su rodilla a la fiera para su sustento.
La cabellera del león brilla, como la de quien se procura el cuidado de sí mismo. Éste le retribuye sus atenciones con una mirada afectuosa que no quiere dejarse guiar por el orgullo. Ofrece como moneda de cambio, el no lanzarse al desborde desmedido de las pasiones.  Movimiento de aprecio continuo y espiralado que sale, entra y vuelve a circular el cuerpo. Llega hacia su superficie iluminándole el torso, hasta pasearse destellando en el ala de su sombrero.
La dama no necesita vigilar con cautela a un león que no es hostil. Ella, serena y amorosa, repara en sí misma. Considera una relación de respeto mutuo la de centrarse en la construcción de la propia integridad. La dama finalmente ha limado las heridas punzantes que le estampó una existencia vía láctica y se ha ocupado de sí misma, de que nadie, ni siquiera ella misma ose devorarse.
Pero acaso, ¿el león no parece estar surgiendo de ella? Contenido continente, aquella belleza rugiente.
El coraje de relucirse con todas las remendadas piezas juntas y la fuerza de saber qué bueno es poder contar con una misma, en todas sus partes.