Es una constante su querer incorporarse en el tránsito de mis tiradas. La mujer está erguida y me interpela, en la densidad de mi perseverante encorvadura.
Hay quienes dicen que su figura posee la sabiduría del equilibrio sobre su cabeza. Yo observo que a la altura de su vientre, donde radica físicamente su
feminidad, ella experimenta con el filo de sus propios instintos.
Desliza sus dedos desde el contorno de las fauces, como quien empieza a explorar las dimensiones de su ser amado. Mientras, escudriña en el foso oscuro de lo
desconocido o de lo ya hace mucho olvidado.
Pero un momento… ¿dónde están los colmillos de la bestia? Recita el movimiento de la compasión hacia la propia
animalidad, que entonces se reclina ante ella. Es probable que el fin del contacto sea darle de comer. Dulce y determinante es el modo en que ella le ofrece su rodilla a
la fiera para su sustento.
La cabellera del león brilla, como la de quien se procura el cuidado de sí mismo. Éste le retribuye sus atenciones con una mirada afectuosa
que no quiere dejarse guiar por el orgullo. Ofrece como moneda de cambio, el no lanzarse al desborde
desmedido de las pasiones. Movimiento de aprecio continuo y espiralado que sale,
entra y vuelve a circular el cuerpo. Llega hacia su superficie iluminándole el torso, hasta pasearse
destellando en el ala de su sombrero.
La dama no necesita vigilar con cautela a un león que no
es hostil. Ella, serena y amorosa, repara en sí misma. Considera una relación de respeto mutuo la de centrarse
en la construcción de la propia integridad. La dama finalmente ha limado las heridas punzantes que le
estampó una existencia vía láctica y se ha ocupado de sí misma, de que nadie,
ni siquiera ella misma ose devorarse.
Pero acaso, ¿el león no parece estar surgiendo de ella? Contenido continente, aquella belleza rugiente.
El coraje de relucirse con todas las remendadas
piezas juntas y la fuerza de saber qué bueno es poder contar con una misma,
en todas sus partes.
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Arms wide open ♫