Querida 2 ruedas. Su ausencia empieza a imponerse en mi percepción,
en mis planes. Te cortaron la cadena y a mí me cortaron las gambas. Ella me había acompañado en el objetivo entusiasmado de
volver a correr. 1, 2, y a la tercera vuelta ya no te vi. Ayer era un día proyectado
hermoso, como trato de que sea cada uno. En especial porque, ya en carrera, me había
sobrepuesto a algunas contingencias, que no tenían que ver con el calor. Si
hasta quería escribir “las gambas tocan el bombo del corazón y le hacen pito
catalán al dolor de omóplato derecho y a un cerebro que se desalienta a sí
mismo”. O algo así. Lo cierto es que quería dejar de correr antes de haber
completado la primera andanza de 20 minutos. Casi me convenzo de ello por
las molestas sensaciones corporales que no calmaban a pesar de los masajes que me aplicaba.
(Y es inevitable que después de todo ahora piense que tendría
que haberme ido sólo para complacer a mi Diablo, depredador interno que no
termino de conocer. Porque también podría pensar que en primera instancia nunca
tendría que haberla llevado, que no podría jamás dejarla sola. Pero que al
menos no fue violento y que quizás el robo me haya evitado tener un accidente. Pero
todo esto no es más que una hecatombe de elucubraciones posteriores que no sirven
para nada más que para cavarme un foso más hondo de tristeza e impotencia).
Recuerdo que al principio no confiaba en ella. En primer lugar,
no quería admitirla en mi vida por el orgullo de quien “no puede” aceptar regalos.
Luego, parecía empezar a desarmarse: no paraban de caerse tuercas del asiento. Los
pedales y el canasto se fueron deteriorando durante la primera semana de uso. Al
tiempo fue el eje el problema. Luego vino el descubrimiento de que la rueda era
inadecuada para ese cuadro, que se trababa. Al tiempo: cambio de cubierta,
cambio de rueda. Pero a esta altura, ya la había adoptado, había estrenado mi
primer accidente arriba suyo, la había “tuneado”, como se dice ahora, con un
guardabarros, nuevos puños además de un canasto bastante croto, por cierto pero
que me ayudaba a transportar cosas, y la mayoría de los kilómetros gastados
eran parte de la bienintencionada memoria.
Yo que no me encariño con ningún objeto más que con algunos
libros, practicaba el materialismo con la bici. Orgullo de desplazarme a
cualquier lado por mí misma. Quienes me conocían, la bici era una de las primeras cosas
que sabían de mí. De disfrutar del placer de pasear al ritmo de una suerte de
dos alitas, como de las que hablaba Frida. A pesar de todo me doy cuenta de que, si
bien a la bici le iba al pelo el símbolo de las alas, aquellas también pueden
representar la imaginación, a la pasión, al amor y a la alegría. Amor y alegría,
a los cuales juré defender de circunstancias que muy fácilmente podrían habérmelos
arrebatado.
Cuando me di cuenta de que no iba a volver a montar la bici,
la tristeza empezó a surcarme un tajo enorme desde las solitarias piernas hasta
el corazón decepcionado. Pero sobre todo estaban las personas queridas. Que contestaron
enseguida, que se ofrecieron en lo mejor de sí: su afecto. Que me pegué la
vuelta caminando con ellas. Y cuando llegué también estaba el vecino más piola
del edificio para abrazarme con sus palabras.
Opereta del destino, como llamo a ese orden quizás azaroso,
quizás sólo incomprendido por más vasto que nosotros mismos. El vecino bajó en
el cuarto piso. Yo continué el ascenso rumbo al décimo piso. De repente, el
ruidazo testigo del funcionamiento normal del ascensor se había callado. Estaba
atrapada en el ascensor, que se había detenido conmigo adentro. Las personas, que
son pocas, pero excepcionales, seguían ahí poblándome de presencia cariñosa.
La sed perseveraba. Extrañamente y muy a pesar de todo
terminé sacando una sonrisa del pecho. Y respecto a la bici, ojalá que sea
aprovechada, nada más. Como siempre lo mejor de todo es que nos tenemos a
nosotros. Gratitud no es conformismo. Pude experimentar eso, así como científicamente.
Las cosas son accesorios para hacernos más eficiente la vida. Necesarias, por
supuesto. Pero el cariño de la humanidad es lo que nos salva. El corazón está
remendándose y las personas queridas dieron las primeras puntadas. Gracias.
¡Oh amigos, dejemos esos tonos!
¡Entonemos otros más agradables y más alegres!
Alegría, hermosa llama de los Dioses,
hija del Eliseo.
Entramos, oh celeste deidad, en tu templo
ebrios de tu fuego.
Tu hechizo funde de nuevo
lo que los tiempos separaron.
Los hombres se vuelven hermanos
allí por donde reposan tus suaves alas.
Quien haya tenido la dicha
de poder contar con un amigo,
quien haya logrado conquistar a una mujer amada,
que su júbilo se una al nuestro.
Aún aquel que pueda llamar suya
siquiera a un alma sobre la tierra.
Más quien ni siquiera esto haya logrado,
¡que se aleje llorando de esta hermandad!
Todos los seres beben de la alegría
del seno abrasador de la naturaleza.
Los buenos como los malos,
siguen su senda de rosas.
Ella nos da besos y vino
y un fiel amigo hasta la muerte,
al gusano le concedió la voluptuosidad,
al querubín, la contemplación de Dios.
Volad alegres como sus soles
a través del inmenso espacio celestial,
seguid, hermanos, vuestra órbita,
alegres como héroes en pos de la victoria.
¡Abrazaos millones de hermanos!
Que este beso envuelva al mundo entero!
Hermanos! Sobre la bóveda estrellada
habita un Padre bondadoso!
¿Flaqueáis, millones de criaturas?
¿No intuyes, mundo, a tu Creador?
Búscalo a través de la bóveda celeste,
¡Su morada ha de estar más allá de las estrellas
Letra Oda a la alegría (Beethoven).
Recorte de la peli Hombre mirando al sudeste (Eliseo Subiela).
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