Una vuelve empujada a la vigilia por la pesadilla que es angustia, que fue en su discurrir onírico grito y paralización coercitiva por venir de un exterior que se impone a la
fuerza. Pero no se reacciona sino por la inaudita impresión de que en realidad todo esto
viene del interior. La lluvia truena con la intensidad plutoniana con la que una no siempre está preparada para transigir. Que conmueve hasta al que se ha fabricado y declarado una vida aparte de los fenómenos naturales. El entorno zozobra
con una energía que también es, por ser inherente, constitutiva de la vida. Alguna
florece y cosecha, otra, que se inclina y se resquebraja en sus consideraciones iniciales, vuelve a labrar la tierra para sí misma. Con una
confianza consolidada, de que la verdad es tan grávida en sus consecuencias que
termina saliendo a relucir, distinguible por su pujante presencia enredada de
venas y arterias capaz de cobrarse la certeza de un Yo petulante, con la sangre
que lleva por vida.
Imagen: Maxime Sabourin