martes, 27 de marzo de 2012

Migraciones

Habrá que emitir el grito,
habrá que descoser las alas desgastadas,
habrá que picotear espejos y poder dirigir la vista hacia el interior oceánico,
habrá que desencadenar al individuo,
habrá que turbarse como parte del proceso,
habrá que desentrañarse por necesidad,
habrá que aceptar la oscuridad como salvación y la soledad, como identidad,
habrá que engarzarse al alma como la Tierra a su eje, y así, volver a la vida,
habrá que dar unos cuantos brincos (de adentro hacia afuera) antes de poder labrar unos aleteos,
habrá que arriesgarse a desnredar el riesgo, pues el riesgo amolda las alas,
habrá que caerse y sostenerse, hasta por fin construir la propia altura,
habrá que estar dispuesto a ser único en el mundo, si se quiere tener un lugar dentro de él.
Y así, encontrándose preparado para romper el cascarón, Sinclair,
habrá que cuidar del nuevo estado, atendiendo por que no lo arrope la costumbre.
Entonces, ahora sí, podremos migrar, mi querido Principito...
pero habrá que conservar el alma.
Migremos.



Literariamente influenciada por Demian, de Herman Hesse 


y

El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry.

sábado, 24 de marzo de 2012

¿Colecciona mariposas?

    “Tengo serias razones para creer que el planeta de donde venía el principito es el asteroide B612. Este asteroide sólo ha sido visto una vez con el telescopio, en 1909, por un astrónomo turco.
    El astrónomo, hizo entonces una gran demostración de su descubrimiento en un congreso internacional de astronomía. Pero nadie le creyó por culpa de su vestido. Las personas mayores son así.
    Felizmente para la reputación del asteroide B612, un dictador turco obligó a su pueblo, bajo pena de muerte, a vestirse a la europea. El astrónomo repitió una demostración en 1920, con un traje muy elegante. Y esta vez todo el mundo compartió su opinión.
    Si os he referido estos detalles acerca del asteroide B612 y si os he confiado su número es por las personas mayores. Las personas mayores aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial. Jamás os dicen: «¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas?». En cambio, os preguntan: «¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?». Sólo entonces creen conocerle. Si decís a las personas mayores: «He visto una hermosa casa de ladrillos rojos con geranios en las ventanas y palomas en el techo... no acertarán a imaginarse la casa. Es necesario decirles: «He visto una casa de cien mil francos». Entonces exclamarán: «¡Qué hermosa es!».
    Si les decís: «La prueba de que el principito existió es que era encantador, que reía, y que quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que existe», se encogerán de hombros y os tratarán como se trata a un niño. Pero si les decís: «El planeta de donde venía el principito es el asteroide B612», entonces os quedarán convencidos y os dejarán tranquilo sin preguntaros más»”.


El Principito
Antoine de Saint-Exupèry

domingo, 18 de marzo de 2012

Frodo y Sam

-    A mí no me gusta nada de aquí: piedra y viento, hueso y aliento. Tierra, agua, aire, todo parece maldito. Pero es el camino que nos fue trazado.
-    Sí, es verdad – dijo Sam. Y de haber sabido más antes de partir, no estaríamos ahora aquí seguramente. Aunque me imagino que así ocurre a menudo. Las hazañas de que hablan las antiguas leyendas y canciones, señor Frodo: las aventuras, como yo las llamaba. Yo pensaba que los personajes maravillosos de las leyendas salían en busca de aventuras porque querían tenerlas, y les parecían excitantes, y en cambio la vida era un tanto aburrida: una especie de juego, por así decir. Pero con las historias que importaban de veras, o con esas que uno guarda en la memoria no ocurría lo mismo. Se diría que los protagonistas se encontraban de pronto en medio de una aventura, y que casi siempre ya tenían los caminos trazados, como dice usted. Supongo que también ellos, como nosotros, tuvieron muchas veces la posibilidad de volverse atrás, sólo que no la aprovecharon. Quizá, pues si la aprovecharan tampoco lo sabríamos porque nadie se acordaría de ellos. Porque sólo se habla de los que continuaron hasta el fin… y no siempre terminan bien, observe usted; al menos no de ese modo que la gente de la historia, y no la gente de fuera, llama terminar bien. Usted sabe qué quiero decir, volver a casa, y encontrar todo en orden, aunque no exactamente igual que antes… como el viejo señor Bilbo. Pero no son esas las historias que uno prefiere escuchar, ¡aunque sean las que uno prefiere vivir! Me gustaría saber en qué clase de historia habremos caído. 
-    A mí también - dijo Frodo. Pero no lo sé. Y así son las historias de la vida real. Piensa en algunas de las que más te gustan. Tú puedes saber o adivinar, qué clase de historia es, si tendrá un final feliz o un final triste, pero los protagonistas no saben absolutamente nada. Y tú no querrías que lo supieran.
-    No, señor, claro que no. Beren, por ejemplo, nunca se imaginó que conseguiría el Silmaril de la Corona de Hierro en Thangorodrim, y sin embargo lo consiguió, y era un lugar peor y un peligro más negro que este en que nos encontramos ahora. Pero ésa es una larga historia, naturalmente, que está más allá de la tristeza… Y el Silmaril siguió su camino y llegó a Eärendil. ¡Cáspita, señor, nunca lo había pensado ahora! Tenemos… usted tiene un poco de la luz del Silmaril en ese cristal de estrella que le regaló la Dama! Cáspita, pensar… pensar que estamos todavía en la misma historia. ¿Las grandes historias no terminan nunca?
-    No, nunca terminan como historias – dijo Frodo. Pero los protagonistas llegan a ellas, y se van cuando han cumplido su parte. También la nuestra terminará, tarde… o quizá temprano.
-    Y entonces podremos descansar y dormir un poco – dijo Sam. Soltó una risa áspera -. A eso me refiero, nada más, señor Frodo. A descansar y dormir simple y sencillamente, y a despertarse para el trabajo matutino en el jardín. Temo no esperar otra cosa por el momento. Los planes grandes e importantes no son para los de mi especie. Me pregunto sin embargo si algún día apareceremos en las canciones y en las leyendas. Estamos envueltos en una, por supuesto; pero quiero decir: si la pondrán en palabras para contarla junto al fuego, o para leerla en un libraco con letras rojas y negras, muchos, muchos años después. Y la gente dirá: “¡Oigamos la historia de Frodo y el Anillo!”. Y dirán: “Sí, es una de mis historias favoritas. Frodo era muy valiente, ¿no es cierto, papá?”. “Sí, hijo mío, el más famoso de los hobbits, y no es poco decir”.
-    Es decir, demasiado – respondió Frodo, y se echó a reír, una risa larga y clara que le nacía del corazón. Nunca desde que Sauron ocupase la Tierra Media se había escuchado en aquellos parajes un sonido tan puro. Sam tuvo de pronto la impresión de que todas las piedras escuchaban y que de pronto las rocas altas se inclinaban ante ellos. Pero Frodo no hizo caso; volvió a reírse -. Ah, Sam, si supieras... –dijo–, de algún modo oírte me hace sentir tan contento como si la historia ya estuviese escrita. Pero te has olvidado de uno de los personajes principales: Samsagaz el intrépido. “¡Quiero oír más cosas sobre Sam, papá! ¿Por qué no ponen más de las cosas que decía en el cuento? Eso es lo que me gusta, me hace reír. Y sin Sam, Frodo no habría llegado ni a la mitad del camino, ¿verdad, papá?”. 


Las Dos Torres
   John Ronald Reuel Tolkien
 
 
Soy del parecer de Sam y Frodo: pienso que las grandes historias no terminan nunca. Si acaso tenemos un deber signado, ocurre desde el nacimiento y es el de persistir en la persecución de la libertad, que de otra manera no es más que la búsqueda de nosotros mismos, y creo que no puede atribuírsela a una simple fecha determinada o reducirla a ella porque esta introspección es individual y reafirmarla nos lleva toda la vida.
¡La amistad! ¿Qué sería de cada uno de nosotros sin esta unión basada en el amor en las raíces del reconocimiento mutuo de la esencia humana? La relación entre Frodo y Sam trasciende el mero aspecto laboral cuando logran disolver esas diferencias difusas que los separan, comprenden que ambos pueden sufrir la más cruenta oscuridad y regocijarse ante el más fino hilo de luminosidad, al compartir su profunda y cohesiva identidad, cuando esa identidad quiere perpetuarse físicamente fusionándose en el abrazo que intenta rozar el corazón. Parafraseando a Erich Fromm: “El amor sólo comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines personales”. Y Frodo y Sam no se necesitaban más que para distribuirse el peso de la misión encomendada, para apoyarse el uno en el otro en lugares que en nada se asimilaban al mundo de tierras fértiles y de bromas que los habían albergado en La Comarca y otros, cuyas fronteras eran un enigma a los hobbits. Frodo y Sam no se necesitaban más que para cuidarse, para bregar el uno por la vida del otro, para esparcir en territorios maldecidos una oportunidad para la libertad y la amistad. 





Las imágenes y la canción corresponden a la película
  El Retorno del Rey, del director Peter Jackson.

jueves, 15 de marzo de 2012

Le Petit Prince


     Me bastó apenas una segunda relectura para saber que era mi libro favorito. Aunque en realidad las marcas en sus páginas me delataban por sí solas: había subrayado casi todo el libro. No lo había acomodado en la biblioteca, reposaba sobre mi mesita de luz, y esa noche mientras estaba separando los libros que no había leído de los que sí (para guardarlos) lo encontré. Frágil y pequeño, lo tomé entre mis manos como el narrador a su amigo, y recordé la primera vez que lo había leído, el año pasado. No pude evitar querer rememorar esas sensaciones ni el deseo de buscar otras, sumergiéndome en la experiencia de volver a reproducirlas. Así fue que tras abrir su tapa cuidadosamente, apareció El Principito sujeto sólo a su bufanda y a unas cuantas aves, y en la página siguiente, la dedicatoria del autor: “Todas las personas mayores han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan)”. Como al Principito, la migración de pájaros silvestres lo llevó de su planeta a diferentes cauces que tuvieron su desembocadura en la Tierra, esta dedicatoria me indujo a conocer su historia una vez más.

     Desde la simplicidad de su escritura el libro brinda la apariencia de estar dirigido a los niños, pero allí anida el genio de Saint-Exupéry, pues en sus palabras se encuentran intrínsecas cuestiones filosóficas fundamentales que nos atañen a todos en nuestra vida acerca de su sentido, de los valores de la amistad, del amor, de la importancia de las acciones por sobre las palabras, de la doble utilidad de las cosas, aunque particularmente orientadas desde una mirada de la que muchos se exilian al convertirse en adultos, la de los niños cuya sabiduría no subyace en la cantidad de conocimientos acumulados sino en su forma de ver el mundo. Pienso que aunque luzca físicamente espléndido envejece interiormente quien no conserva la imaginación para los sueños, quien no es capaz de reparar en aquellos detalles que forman parte de las cosas y las personas, los cuales las hacen distintivas unas de otras y por eso especiales, quien mide al tiempo en horas y en forma productiva en vez de evaluar el contexto por el cual adquiere significado, quien recala a la utilidad ínfimamente como consecuencia en un provecho propio y no en el efecto de su reciprocidad, quien no tiene lugar para adentrarse en la profundidad de lo que nos rodea y deja de amar responsablemente, respondiendo por aquellos con quienes ha creado lazos, quien apaga su curiosidad con la satisfacción de las explicaciones. Porque como expresa una de las frases más hermosas del libro, el secreto compartido por el zorro (el secreto de la vida, en mi opinión): “No se ve bien sino con el corazón: lo esencial es invisible a los ojos”.

    Este pequeño Principito, a través de sus sinceros aprendizajes y su certera decisión final han calado tanto en mí que siempre estaré contenta por haber sabido de su felicidad ante la sencillez, así como de sus resueltos deseos por un corderito de papel y de su amor por su rosa única en el mundo. Y como me he dejado domesticar por él, sí, admito que lloraré un poco (como ahora) cada vez que lo recuerde. Sin embargo, me seguiré asomando a la ventana y con la esperanza de que el cordero no se haya comido a esa irrepetible rosa, cuando mire en las estrellas su hogar sentiré resurgir más fuerte la huella perpetua que ha dejado en mí y reiré pues las estrellas serán como “un montón de cascabelitos que saben reír” y reirán para mí.

miércoles, 14 de marzo de 2012

III

“Podrán decapitar mas jamás podrán arrebatarle el alma a los sueños de quienes sueñan despiertos”.