domingo, 18 de marzo de 2012

Frodo y Sam

-    A mí no me gusta nada de aquí: piedra y viento, hueso y aliento. Tierra, agua, aire, todo parece maldito. Pero es el camino que nos fue trazado.
-    Sí, es verdad – dijo Sam. Y de haber sabido más antes de partir, no estaríamos ahora aquí seguramente. Aunque me imagino que así ocurre a menudo. Las hazañas de que hablan las antiguas leyendas y canciones, señor Frodo: las aventuras, como yo las llamaba. Yo pensaba que los personajes maravillosos de las leyendas salían en busca de aventuras porque querían tenerlas, y les parecían excitantes, y en cambio la vida era un tanto aburrida: una especie de juego, por así decir. Pero con las historias que importaban de veras, o con esas que uno guarda en la memoria no ocurría lo mismo. Se diría que los protagonistas se encontraban de pronto en medio de una aventura, y que casi siempre ya tenían los caminos trazados, como dice usted. Supongo que también ellos, como nosotros, tuvieron muchas veces la posibilidad de volverse atrás, sólo que no la aprovecharon. Quizá, pues si la aprovecharan tampoco lo sabríamos porque nadie se acordaría de ellos. Porque sólo se habla de los que continuaron hasta el fin… y no siempre terminan bien, observe usted; al menos no de ese modo que la gente de la historia, y no la gente de fuera, llama terminar bien. Usted sabe qué quiero decir, volver a casa, y encontrar todo en orden, aunque no exactamente igual que antes… como el viejo señor Bilbo. Pero no son esas las historias que uno prefiere escuchar, ¡aunque sean las que uno prefiere vivir! Me gustaría saber en qué clase de historia habremos caído. 
-    A mí también - dijo Frodo. Pero no lo sé. Y así son las historias de la vida real. Piensa en algunas de las que más te gustan. Tú puedes saber o adivinar, qué clase de historia es, si tendrá un final feliz o un final triste, pero los protagonistas no saben absolutamente nada. Y tú no querrías que lo supieran.
-    No, señor, claro que no. Beren, por ejemplo, nunca se imaginó que conseguiría el Silmaril de la Corona de Hierro en Thangorodrim, y sin embargo lo consiguió, y era un lugar peor y un peligro más negro que este en que nos encontramos ahora. Pero ésa es una larga historia, naturalmente, que está más allá de la tristeza… Y el Silmaril siguió su camino y llegó a Eärendil. ¡Cáspita, señor, nunca lo había pensado ahora! Tenemos… usted tiene un poco de la luz del Silmaril en ese cristal de estrella que le regaló la Dama! Cáspita, pensar… pensar que estamos todavía en la misma historia. ¿Las grandes historias no terminan nunca?
-    No, nunca terminan como historias – dijo Frodo. Pero los protagonistas llegan a ellas, y se van cuando han cumplido su parte. También la nuestra terminará, tarde… o quizá temprano.
-    Y entonces podremos descansar y dormir un poco – dijo Sam. Soltó una risa áspera -. A eso me refiero, nada más, señor Frodo. A descansar y dormir simple y sencillamente, y a despertarse para el trabajo matutino en el jardín. Temo no esperar otra cosa por el momento. Los planes grandes e importantes no son para los de mi especie. Me pregunto sin embargo si algún día apareceremos en las canciones y en las leyendas. Estamos envueltos en una, por supuesto; pero quiero decir: si la pondrán en palabras para contarla junto al fuego, o para leerla en un libraco con letras rojas y negras, muchos, muchos años después. Y la gente dirá: “¡Oigamos la historia de Frodo y el Anillo!”. Y dirán: “Sí, es una de mis historias favoritas. Frodo era muy valiente, ¿no es cierto, papá?”. “Sí, hijo mío, el más famoso de los hobbits, y no es poco decir”.
-    Es decir, demasiado – respondió Frodo, y se echó a reír, una risa larga y clara que le nacía del corazón. Nunca desde que Sauron ocupase la Tierra Media se había escuchado en aquellos parajes un sonido tan puro. Sam tuvo de pronto la impresión de que todas las piedras escuchaban y que de pronto las rocas altas se inclinaban ante ellos. Pero Frodo no hizo caso; volvió a reírse -. Ah, Sam, si supieras... –dijo–, de algún modo oírte me hace sentir tan contento como si la historia ya estuviese escrita. Pero te has olvidado de uno de los personajes principales: Samsagaz el intrépido. “¡Quiero oír más cosas sobre Sam, papá! ¿Por qué no ponen más de las cosas que decía en el cuento? Eso es lo que me gusta, me hace reír. Y sin Sam, Frodo no habría llegado ni a la mitad del camino, ¿verdad, papá?”. 


Las Dos Torres
   John Ronald Reuel Tolkien
 
 
Soy del parecer de Sam y Frodo: pienso que las grandes historias no terminan nunca. Si acaso tenemos un deber signado, ocurre desde el nacimiento y es el de persistir en la persecución de la libertad, que de otra manera no es más que la búsqueda de nosotros mismos, y creo que no puede atribuírsela a una simple fecha determinada o reducirla a ella porque esta introspección es individual y reafirmarla nos lleva toda la vida.
¡La amistad! ¿Qué sería de cada uno de nosotros sin esta unión basada en el amor en las raíces del reconocimiento mutuo de la esencia humana? La relación entre Frodo y Sam trasciende el mero aspecto laboral cuando logran disolver esas diferencias difusas que los separan, comprenden que ambos pueden sufrir la más cruenta oscuridad y regocijarse ante el más fino hilo de luminosidad, al compartir su profunda y cohesiva identidad, cuando esa identidad quiere perpetuarse físicamente fusionándose en el abrazo que intenta rozar el corazón. Parafraseando a Erich Fromm: “El amor sólo comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines personales”. Y Frodo y Sam no se necesitaban más que para distribuirse el peso de la misión encomendada, para apoyarse el uno en el otro en lugares que en nada se asimilaban al mundo de tierras fértiles y de bromas que los habían albergado en La Comarca y otros, cuyas fronteras eran un enigma a los hobbits. Frodo y Sam no se necesitaban más que para cuidarse, para bregar el uno por la vida del otro, para esparcir en territorios maldecidos una oportunidad para la libertad y la amistad. 





Las imágenes y la canción corresponden a la película
  El Retorno del Rey, del director Peter Jackson.

jueves, 15 de marzo de 2012

Le Petit Prince


     Me bastó apenas una segunda relectura para saber que era mi libro favorito. Aunque en realidad las marcas en sus páginas me delataban por sí solas: había subrayado casi todo el libro. No lo había acomodado en la biblioteca, reposaba sobre mi mesita de luz, y esa noche mientras estaba separando los libros que no había leído de los que sí (para guardarlos) lo encontré. Frágil y pequeño, lo tomé entre mis manos como el narrador a su amigo, y recordé la primera vez que lo había leído, el año pasado. No pude evitar querer rememorar esas sensaciones ni el deseo de buscar otras, sumergiéndome en la experiencia de volver a reproducirlas. Así fue que tras abrir su tapa cuidadosamente, apareció El Principito sujeto sólo a su bufanda y a unas cuantas aves, y en la página siguiente, la dedicatoria del autor: “Todas las personas mayores han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan)”. Como al Principito, la migración de pájaros silvestres lo llevó de su planeta a diferentes cauces que tuvieron su desembocadura en la Tierra, esta dedicatoria me indujo a conocer su historia una vez más.

     Desde la simplicidad de su escritura el libro brinda la apariencia de estar dirigido a los niños, pero allí anida el genio de Saint-Exupéry, pues en sus palabras se encuentran intrínsecas cuestiones filosóficas fundamentales que nos atañen a todos en nuestra vida acerca de su sentido, de los valores de la amistad, del amor, de la importancia de las acciones por sobre las palabras, de la doble utilidad de las cosas, aunque particularmente orientadas desde una mirada de la que muchos se exilian al convertirse en adultos, la de los niños cuya sabiduría no subyace en la cantidad de conocimientos acumulados sino en su forma de ver el mundo. Pienso que aunque luzca físicamente espléndido envejece interiormente quien no conserva la imaginación para los sueños, quien no es capaz de reparar en aquellos detalles que forman parte de las cosas y las personas, los cuales las hacen distintivas unas de otras y por eso especiales, quien mide al tiempo en horas y en forma productiva en vez de evaluar el contexto por el cual adquiere significado, quien recala a la utilidad ínfimamente como consecuencia en un provecho propio y no en el efecto de su reciprocidad, quien no tiene lugar para adentrarse en la profundidad de lo que nos rodea y deja de amar responsablemente, respondiendo por aquellos con quienes ha creado lazos, quien apaga su curiosidad con la satisfacción de las explicaciones. Porque como expresa una de las frases más hermosas del libro, el secreto compartido por el zorro (el secreto de la vida, en mi opinión): “No se ve bien sino con el corazón: lo esencial es invisible a los ojos”.

    Este pequeño Principito, a través de sus sinceros aprendizajes y su certera decisión final han calado tanto en mí que siempre estaré contenta por haber sabido de su felicidad ante la sencillez, así como de sus resueltos deseos por un corderito de papel y de su amor por su rosa única en el mundo. Y como me he dejado domesticar por él, sí, admito que lloraré un poco (como ahora) cada vez que lo recuerde. Sin embargo, me seguiré asomando a la ventana y con la esperanza de que el cordero no se haya comido a esa irrepetible rosa, cuando mire en las estrellas su hogar sentiré resurgir más fuerte la huella perpetua que ha dejado en mí y reiré pues las estrellas serán como “un montón de cascabelitos que saben reír” y reirán para mí.

miércoles, 14 de marzo de 2012

III

“Podrán decapitar mas jamás podrán arrebatarle el alma a los sueños de quienes sueñan despiertos”.



lunes, 12 de marzo de 2012

El Retorno del Rey

    Podría hablar acerca del Retorno del Rey como la culminación de una aventura épica apoyada en el que creo es la más maravillosa y poderosa meta en la vida del hombre, y aunque quizás se trate de la que más esfuerzo pueda conllevar, sea asimismo la que más satisfacciones da ante su encuentro: la búsqueda de la libertad. Es también el libro donde se desata la guerra sospechada como temida, el más belicoso de los tres que componen El Señor de los Anillos, así como uno de los más conmovedores por la amistad que se fortifica leal, el amor que trasciende a las barreras materiales penetrando en el centro de la existencia vital de los dos que aman, y la solidaridad gestada entre los diferentes. Sin embargo, hoy me embarga la nostalgia de quien sabe que está a punto de deshojar las páginas finales del libro que le suscitó sueños como no recuerda haber imaginado, como si a la niña que alguna vez fue soporíferas superficialidades direccionadas por las habladurías del mundo la hubiesen agotado y se hubiese quedado dormida por un tiempo (porque de la superficialidad no puede provenir más que oscuridad), aunque nunca esfumado del todo, siempre allí presente en la infinidad del alma, conservando parte de sí en mi curiosidad ligada al entusiasmo de descubrir otra vez el mundo. Pero esta vez, por mi cuenta, desmembrando los absurdos límites de realidad y ficción que, parientes de los obstáculos, reprimen al alma impidiéndole su desarrollo y la encogen privándola de toda posibilidad de armonía (como los bao-babs en el hogar del Principito), pero siempre intentando refractar la luz del mundo hacia mí la cual me hará brotar una sonrisa, una lágrima de emoción o un nuevo desconcierto hasta el desenlace de las experiencias.

    En éste, al contrario de sus predecesores, todavía no puedo quedarme con ninguno de sus protagonistas. Creo que tampoco lo haré al cabo de dar vuelta la última página, menos aún cuando me irrumpan las incontables reflexiones que podría contar acerca de esta extraordinaria historia amén a la pluma mágica de Tolkien. Data de una época de aprendizajes, cuando en las entrañas de “la comunidad del anillo” podemos comprobar cuán cierta es la máxima que sostiene que la unión hace a la fortaleza, o como escribiría Pink Floyd: “united we stand, divided we fall”, siempre y cuando esté basada en la integridad de cada uno de sus componentes, claro. Puedo decir que esta guerra se ha convertido en una bisagra para todos a quienes involucró, desde Merry y Pippin, Sam y Frodo, e incluso el resuelto Aragorn o el ducho Gandalf, pues cada uno de ellos ha crecido en su interior. Como dijo un Frodo probablemente influenciado por Heráclito: “No hay un verdadero regreso. Aunque vuelva a la Comarca, no me parecerá la misma, porque yo no seré el mismo”. Porque quien le ha visto la cara al mal en sus múltiples formas, el mal capaz de desatar la más vil de las penas, el mal despiadado decidido a arrasar a quien rehúse de su dominación, el mal que es producto del deseo de poder ambicioso, no puede abrazarse con menos anhelo a la libertad, ni contagiarse con menor ímpetu de la felicidad que un alma en libertad despliega.

    Me guardo para siempre este fragmento de conversación entre Aragorn y Éowyn, que plasma la lucha interior por la libertad, en la memoria imborrable del corazón:
- Quizá no esté lejano el día en que nadie regrese - dijo Aragorn. Entonces ese valor sin gloria será muy necesario, pues ya nadie recordará las hazañas de los últimos defensores. Las hazañas no son menos valerosas porque nadie las alabe.
- Todas vuestras palabras significan una sola cosa: eres una mujer, y tu misión está en el hogar. Sin embargo, cuando los hombres hayan muerto con honor en la batalla, se te permitirá quemar la casa e imolarte con ella puesto que ya no la necesitarán. Pero soy de la Casa de Eorl, no una mujer de servicio. Sé montar a caballo y esgrimir una espada, y no temo el sufrimiento ni la muerte.
- ¿A qué teméis, señora? - le preguntó Aragorn.
- A una jaula. A vivir encerrada detrás de los barrotes hasta que la costumbre y la vejez acepten el cautiverio, y la posibilidad y aún el deseo de llevar a cabo grandes hazañas se hayan perdido para siempre.

Escrito el 27-02-2012.

domingo, 19 de febrero de 2012

II

 
Parece ser que el miedo o la resistencia a la soledad no es más que
el reflejo del temor de encontrarse a uno mismo.