Cuando termine de escribir este texto, probablemente ya estaré pensando en agregar una etiqueta al blog con el nombre Donnie Darko, ya que francamente no recuerdo alguna otra película que me haya persuadido a reflexionar, ahora filosóficamente, tanto como ésta.
Como plasmó Friedrich Nietzsche, uno de mis filósofos más influyentes, en Así habló Zaratustra: “no existen un bien y un mal imperecederos. Tienen que superarse a sí mismos por sí mismos siempre de nuevo. Con nuestros valores, con nuestras palabras sobre el bien y el mal, vosotros, los valoradores, ejercéis la violencia, y ése es vuestro oculto amor, el esplendor, la emoción, el desbordamiento de vuestra alma. Mas de vuestros valores brota una violencia más fuerte y una renovada superación: al chocar con ella se rompen el huevo y la cáscara. Y quien quiere ser un creador en el bien y en el mal, ése ha de ser primero un destructor, y quebrantar valores. Así, para realizar el mayor bien hay que cometer el mayor mal: ésa es la bondad creadora. Hablemos de esto sapientísimos, aunque haga daño. Peor es callar: todas las verdades calladas se vuelven venenosas. ¡Y rompamos todo aquello que podamos romper a nuestras verdades! ¡Hay aun muchas cosas por edificar!”.
Aquello mismo representaba Donnie, quien de seguro debe haber leído a Nietzsche: el cambio, que tiene como contrapartida al orden, así como la vida a la muerte. ¿Qué es la vida sino una continua transformación? Si consideramos el aspecto biológico, nacemos, nos desarrollamos, crecemos, nos reproducimos hasta que morimos, completando las fases. Entonces, si este camino se encuentra asignado desde el comienzo de la existencia, ¿cómo podríamos considerar al pensamiento apartado del mismo? De otro modo, ¿cómo podríamos madurar nuestra mente si no estamos dispuestos a incorporar ideas desconocidas, aunque esto implique que las verdades que hasta ahora hemos aceptado apenas pendan de un hilo? Más allá de que finalmente no siempre concordemos con las diferentes ideas que podamos conocer, creo que si nos mostramos renuentes de antemano nuestra capacidad de reflexión y por ende, de actuación bien podría equipararse a la de un adoquín, y no siempre puede predecirse con exactitud qué nos deparará el destino.
El cambio, el caos, el dolor es lo que precisamente nos permite, a partir de la experiencia, tomar nuevas estrategias hacia la vida y por consiguiente sobrevivir. ¿Cómo sabemos lo que es el placer si no conocemos al mismo tiempo lo que es el dolor? Remontándonos al Antiguo Egipto, según se cuenta en el mito de Osiris, donde Horus representa al orden, mientras que su opuesto está constituido por Seth, encarnando la destrucción, librando así entre ambos la contienda eterna de la construcción y la destrucción. Incluso, el mundo corría el riesgo de ser destruido durante la noche, y el sol naciente aseguraba la continuidad de la vida cada día. No obstante, es posible apreciar entonces a Seth no como una fuerza oscura o malvada, como popularmente se cree, sino sumamente necesaria en este proceso al igual que Horus.
En este sentido, como bien explica el filósofo alemán Shopenhauer: “nacimiento y muerte pertenecen igualmente a la vida y se contrapesan. El uno es la condición de la otra. Forman los dos extremos, los dos polos de toda manifestación de la vida”. Este significado es el que no lograron comprender en el pueblo de Donnie, tan aferrados a su paradigma que si bien en cierta manera les otorgaba seguridad y preservación era falsa, siendo que en realidad este orden sólo se prolongaba conservándose a sí mismo, trayendo consigo aparejada toda negación de la existencia basada en apenas ciertas concepciones asentadas y arraigadas merced a "lo que fue y es conocido", las cuales ocasionan sólo prejuicios ante "lo desconocido", o en otras palabras pura muerte. En fin, es a causa de la muerte, de que sabemos de su finitud que la vida es digna de ser valorada.
Aunque tal vez, en realidad ese final trágico de Donnie constituya también otra paradoja, y simbolice en un futuro la oportunidad de dar paso a la vida que se deposite en alguien, quien además de suceder el libro de Roberta Sparrow pueda estar tan purificado en sus valores como lo estuvo el joven Darko para ser capaz de acompañarlo en sus metas y cavar tan profundo como él, haciendo por fin trizas esas enterradas y obsoletas raíces, llevando por fin aire... aire de regeneración.
El cambio, el caos, el dolor es lo que precisamente nos permite, a partir de la experiencia, tomar nuevas estrategias hacia la vida y por consiguiente sobrevivir. ¿Cómo sabemos lo que es el placer si no conocemos al mismo tiempo lo que es el dolor? Remontándonos al Antiguo Egipto, según se cuenta en el mito de Osiris, donde Horus representa al orden, mientras que su opuesto está constituido por Seth, encarnando la destrucción, librando así entre ambos la contienda eterna de la construcción y la destrucción. Incluso, el mundo corría el riesgo de ser destruido durante la noche, y el sol naciente aseguraba la continuidad de la vida cada día. No obstante, es posible apreciar entonces a Seth no como una fuerza oscura o malvada, como popularmente se cree, sino sumamente necesaria en este proceso al igual que Horus.
Horus y Seth, coronando al rey Ramsés III |
Aunque tal vez, en realidad ese final trágico de Donnie constituya también otra paradoja, y simbolice en un futuro la oportunidad de dar paso a la vida que se deposite en alguien, quien además de suceder el libro de Roberta Sparrow pueda estar tan purificado en sus valores como lo estuvo el joven Darko para ser capaz de acompañarlo en sus metas y cavar tan profundo como él, haciendo por fin trizas esas enterradas y obsoletas raíces, llevando por fin aire... aire de regeneración.