brindándose a su ser más preciado,
le estaba otorgando lo que se dice lo mejor,
Alojaba y sostenía en el cuenco de sus brazos,
que cada tanto desarmaba
para acercar los bocados de la papilla asfixiante recien preparada,
o para atender a sus eructos que en ese entonces eran provechitos,
que quizás no era la comida lo que más importaba
pero le bien-decía la vida,
a su manera,
porque eso es lo que se llama el amor.
Al fin y al cabo, ¿quién se atreve a definir el amor?
Yo, le prendo nombres con alfileres, por suerte no llegué a prenderle velas.
Según pasan los años, creo
todo lo que se hizo del amor para mí, hoy me alcanza.
Lo que pienso que queda por hacer, corre sólo por mi cuenta.