lunes, 14 de diciembre de 2015
Born to run
Correr es de aquellas extrañas cosas que al mismo tiempo me hace sentir mierda y súper bien. Da ocasión de que se me quiera emancipar una tumultuosa congregación de escupitajos, que la totalidad de mi rostro se vaya coloreando rojizo con una intensidad exhaustivamente acalorada, que muchas veces me produzca la sensación de que me estoy ahogando cuando precisamente estoy oxigenando todo el interior de mi cuerpo, hace que crea que a la próxima vuelta ni "fumada" ni aunque al mp3 que suele acompañarme le añada "los grandes hits" de las hinchadas argentinas de fútbol o las afirmaciones positivas del gurú de turno, la voy a poder concretar. Correr hace que me sienta agradecida por haberme animado a salir ese día, que recuerde que es una de las mejores formas de inaugurar el día, hace que me sienta recompensada cuando hallo tramos del parque donde se improvisan corredores de brisas y por haberme dado el lujo de catar diferentes matices del aroma a verde árbol, por cruzarme a los colegas que con sólo acompañarte te impulsan a no rezagar la marcha aunque te enrostren sus remeras colores flúor de cuando llegaron a los 21 km., satisfecha por haber logrado el número de vueltas que me había propuesto de antepierna... en fin, correr hace que recuerde que si vuelvo a olvidar que tengo que empezar a realizar los estiramientos puedo llegar a lamentarlo, por más que sean aburridos y hagan que me vea un tanto ridícula, el ridículo me salvará del aburrimiento, y en última instancia, si el cuerpo pide el ridículo pues el ridículo hay que darle.
Refugios
nacidos para correr,
pequeños placeres
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