Se encuentra sentada observando un espectáculo del cual aún no es parte. Alrededor, la gente, sentada o de pie, se acomoda ante la inminencia del recital anunciada por el despertar de las luces de colores y la presentación de los instrumentos musicales dispersándose sobre el escenario. Desde allí, una banda acuñada en el momento Familia Fa-Sol se va agrupando mientras ella, desde el suelo, sigue preguntándose acerca de instrumentos que aprecia por primera vez. En su interior, le corretean las ganas de disfrutar como lo ha hecho a lo largo de una tarde que no sólo adoptó los colores del Sol y del cielo celeste, sino que inhaló la textura del parque, el aroma al aire libre celebrado con mate, y pronto, los sabores de deliciosas tartas y porciones de budín casero de camping. A su lado, su tierna compañía le recuerda qué bello es sentirse amada... y qué ganas le brotan de retribuir lo recibido y de saberse entonces dadora, para aguardar con el anhelo de quien espera el arribo del beso que estaciona en los labios pero cuya sustancia asciende al alma. Qué impulso cuando suena la música, y lo ve oscilar su cabeza de un lado a otro al ritmo de unos tambores (todavía sigo sin haber descubierto sus nombres exactos), sus brazos complementan la simetría conjugándose con la melodía que ya lo ha alcanzado, su ser todo sincroniza, como acompañado por una ella que allí está presente pero que sólo se atreve a bailar en su interior.
Los niños siempre son los primeros en levantarse rumbo al juego, ellos aún no saben de la simpatía que el adulto le guarda al disimulo, sus cuerpecitos tejen formas tan inverosímiles como vivaces sin atender a los reparos que pueda prestar un ignoto observador. Y ella... bastante grande ya... no puede pararse sobre sus dos piernas a causa de algún intersticio a través del cual insiste tozuda la timidez. Si al menos pudiera significar con el cuerpo su encanto por la música, si pudiera entusiasmarse con los movimientos libres de algunas parejas que recreaban la pista inventada por los niños... los niños que con apenas haber entablado algunos juegos, bailaban dibujando una ronda. Y yo, cautiva de mi mente, encadenada a mi falta de espontaneidad persistiendo allí al piso de mi indecisión.
No sé si referirme a él o a ella, porque su invitación entrañó todo su ser. Dejando los bolsos a un lado, sacamos a danzar a la realidad, y en cuanto a la ensoñación, creo que la guardaste... gracias por haberla guardado dentro de la mochila. Qué osadía me representabas, poder comprender el alcance de la obra de creación que implicaba acudir a la imaginación que marcaban mis pies... ¡qué dicha acompañarte siguiendo tus pasos! Ensayaba la aventura del artista que elabora arte por arte, y aún se atreve a introducir al placer en la ecuación. Delirio avalado por la multiformidad yoica hessiana éste, el de transmutar multiplicándonos en diversos haces. Fuera de tiempo, como descriptos por la consigna del día, vibrábamos sostenidos por las notas, siendo empujados en un trance musical conducidos por una bella voz femenina a producir saltos también en espacio y aceptar terminar transportándonos al universo cuántico perfectamente entrelazado. Allí donde cabe cualquier posibilidad, donde es factible creer que todavía se es como un niño al cual ni se le ocurre sospecharse incapaz de contar con los lápices de colores necesarios para trazar una danza de realidad con brazos y piernas extendidos. Perfectamente asemejados.
Los niños siempre son los primeros en levantarse rumbo al juego, ellos aún no saben de la simpatía que el adulto le guarda al disimulo, sus cuerpecitos tejen formas tan inverosímiles como vivaces sin atender a los reparos que pueda prestar un ignoto observador. Y ella... bastante grande ya... no puede pararse sobre sus dos piernas a causa de algún intersticio a través del cual insiste tozuda la timidez. Si al menos pudiera significar con el cuerpo su encanto por la música, si pudiera entusiasmarse con los movimientos libres de algunas parejas que recreaban la pista inventada por los niños... los niños que con apenas haber entablado algunos juegos, bailaban dibujando una ronda. Y yo, cautiva de mi mente, encadenada a mi falta de espontaneidad persistiendo allí al piso de mi indecisión.
No sé si referirme a él o a ella, porque su invitación entrañó todo su ser. Dejando los bolsos a un lado, sacamos a danzar a la realidad, y en cuanto a la ensoñación, creo que la guardaste... gracias por haberla guardado dentro de la mochila. Qué osadía me representabas, poder comprender el alcance de la obra de creación que implicaba acudir a la imaginación que marcaban mis pies... ¡qué dicha acompañarte siguiendo tus pasos! Ensayaba la aventura del artista que elabora arte por arte, y aún se atreve a introducir al placer en la ecuación. Delirio avalado por la multiformidad yoica hessiana éste, el de transmutar multiplicándonos en diversos haces. Fuera de tiempo, como descriptos por la consigna del día, vibrábamos sostenidos por las notas, siendo empujados en un trance musical conducidos por una bella voz femenina a producir saltos también en espacio y aceptar terminar transportándonos al universo cuántico perfectamente entrelazado. Allí donde cabe cualquier posibilidad, donde es factible creer que todavía se es como un niño al cual ni se le ocurre sospecharse incapaz de contar con los lápices de colores necesarios para trazar una danza de realidad con brazos y piernas extendidos. Perfectamente asemejados.