No bastaba meditarlo seriamente: ellos tenían todas las razones para no estar juntos. Sin embargo, se tenían el uno al otro... Y cuando él se apoya sobre su regazo, descansando mientras con su mano, ella le sostiene su cabeza, también saben que todo marcha bien.
A pesar del bufido urbano que les anuncia su adiós durante la semana, su saludo es optimista y consciente de que apenas los separa un colectivo de distancia.
No importa si cuando él posa su brazo alrededor de su cuello, más tarde ella tendrá que volver a peinarse. Ellos acarician los detalles como meticulosos fotógrafos, como la mariposa insignificante, que por no poder pasar de apenas un día no deja de ser colorida ni de buscar su mejor flor.
Hay amor para su mesa, aunque no siempre sobren las monedas para mensajes al otro lado del teléfono, degustan mejor que gourmet de los aromas y sabores que ofrecen los labios. Acaudalados son, además en recuerdos y muy bien conocidos por haber prolongado unas cuantas horas del fin de semana... tanto que los abrazos de sus pies se abarcaron hasta la sombra.
Nietzsche ya lo había escrito. Aunque ambos se desconocían el color de sus ojos, y guardaban la suavidad que se escondía entre sus dedos, ellos ya se pertenecían como el cacao al chocolate, a pesar de la inmensidad de la facultad que en ninguno de sus rincones los pudo encontrar... precisamente fue ese libro, cuya trama los unió y citó durante un solsticio de otoño, hace dos años. Él pensó en compañeros que escribieran sin circunloquios una nueva tabla de valores desde la Tierra, ellos que juntos cosecharon amistad y hoy celebran amor.
Gracias hermosa por estas palabras tan cercanas a la realidad en mi corazón. No te detengas, ni por un segundo a seguir relatando tus pasos, después de todo, la única historia es la escrita. Te amo Claris
ResponderEliminarTu blog es genial! Felicitaciones!
ResponderEliminarEma: ¿Qué hacer sino ir a darte un enorme y absorbente abrazo? Si me voy, si me voy es a amarte :)
ResponderEliminarel waro: ¡Gracias! Saludos de ricota.