Ayer fui a una tienda de libros usados... No sólo por cautela sigo preguntándome por qué les llaman así a los libros que ya fueron deshojados por alguien que según su gusto decide si dejar su marca entre la portada y la contraportada. Me gusta recorrer los los pasillos, como si fueran pasadizos ocultos dentro de un gran laberinto y quizás llevarme alguna sorpresa con detenerme en uno de sus escondrijos secretos. Me agacho, me arrodillo, dirigida por mi cabeza viajante en busca de las posiciones acordes a medida que mis ojos se ensanchan o achinan, dependiendo la distancia en la que se encuentren ellos, tan acomplejados por otros lomos ostentosos y relucientes, así como frágiles que a veces causa recelo tomarlos, como si con sólo tomar algún libro se fuera a arruinar un paisaje extraordinariamente armónico. Es que me siento como en casa cuando una amable voz que sólo puede albergar alguna librería de segunda mano, se acerca por medio de adecuadas sugerencias a invitarme a participar de este pequeño cosmos. Soy exploradora de tesoros por descubrir recién cuando me arrellane sobre el sillón de mi casa.
Ahora bien, yo los leo, cambio como el cielo azul de verano de Rosario se comienza a tornar en algún día de frío nórdico me voy desgajando línea a línea de las cuatro paredes hasta estremecerme dentro de algún opresivo mono azul o reír a través de un simpático pasaje. Me transformo, cuando huelo los nombres, y me invento nuevas y viejas edades, al saber que a cada arrugar de página mi mente oxigenará una nueva historia con ellos.
Será engañoso y peligroso ese laberinto que podrá desviarnos en nuestra lectura e incluso, otorgar el derecho a un desconocido errante del destino de un libro, si va a ser leído y luego acurrucado en la biblioteca, renovándole su suerte en un próximo encuentro mientras se luzca (sólo si lo conservamos libre de polvillo) soberbio y sublime cuando nos mire desde allí tan galante e inasequible como la primera vez, o usado por nuestras manos, nuestro hemisferio derecho o quién sabe qué, arrojado nuevamente en el devenir, llevando en su marcha, además el aroma particular que desprenden las escondidas tramas de alguien que prefirió descartar, olvidar o simplemente recrear una nueva historia.
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