"Un espectáculo metafísico, medio poético y medio ciruja, para todos y para nadie"
Impostergable conjunción que unió algunos de mis momentos inolvidables de la infancia encarnados por el simpático muchacho de rizos colorados Piripincho tan querido por los niños, y el libro que marcó un antes y un después en mi concepción sobre el mundo y la historia de la humanidad. Anunciada, además como "un espectáculo metafísico, medio poético y medio ciruja, para todos y para nadie", anoche tuvo su estreno Zaratustra, la obra escrita, dirigida y protagonizada por Héctor Ansaldi que se presentará durante todos los sábados del mes de junio a las 22 hs. en la entrañable casona de calle Corrientes 1518, donde se erige nuevamente el Teatro Caras y Caretas de la ciudad.
Ya desde temprano, al llegar la atmósfera de la sala nos acogió mediante su pared de ladrillos, y luego girando hacia la izquierda, ingresando a través de las entradas arqueadas, admiramos el mural de dibujos angelicales, y el de un inconmovible telón, que casi calcado al del escenario, cuelga contiguo al primero. Así como la pintura resquebrajada de alguna pared muestra las huellas de los años desde su inauguración en 1973, también pulula recuerdos el lugar, algunos de los cuales figuran en fotos y folletos de obras esparcidos cerca de la entrada. Inherentemente la historia del Teatro está ligada a la de Ansaldi, pues no sólo abrió sus puertas, sino que lideró la recuperación de la sala, cuyos cimientos sobrevivieron al exilio de los actores durante la dictadura de 1976, la crisis de 2001 y las severas exigencias de habilitación impuestas por la Municipalidad desde el precedente que marcó el trágico incendio producido en el boliche Cromagnon, de la ciudad de Buenos Aires, vendiendo incluso su vehículo y rechazando tentadoras ofertas inmobiliarias para iniciar la remodelación, y de este modo, en septiembre del 2009, poder volver a disfrutar de este gran esfuerzo que sintetizó la cultura, que no representa más ni menos que el punto de encuentro humano.
Las luces se apagaron, música oriental comenzó a sonar mientras se elevaba el sol, emergiendo entre unas mantas que formaban parte de la escenografía móvil, así como también del elemento metafísico del espectáculo. El Gran Mediodía había llegado. Un hombre semi-simio comienza a hacer muecas y acrobacias, al tiempo que deambula sobre el escenario cuando se oye la nítida voz de quien luego reconoceremos, como bien asevera Ansaldi, una fusión de vagabundo y messías (en tono jocoso, haciendo clara referencia al futbolista), pues viste de objetos reciclados, llevando el pelo gris enmarañado y barba por igual, que nos vuelve a remitir al interrogante de si en la antigüedad los filósofos pensaban tanto que ni tiempo de afeitarse o de recortarse el cabello tenían. Viene a impartir su filosofía, mientras juega con su ropaje fabricado a partir de una unión de toallones, de los cuales cuelgan y bailan esponjas de baño, y con el público, a quienes invita a intervenir durante esos momentos de improvisación que nunca dejan de sorprendernos para someterla a su suerte, haciéndola girar la llamada rueda de la fortuna, y delirar con respecto a cuestiones como el más allá y el más acá.
Más tarde, ampliará aun más la escenografía y la centrará ahora en el suelo, alrededor del público, indagándolo sobre algunos de los variados interrogantes tratados en el complejo libro de Nietzsche cuyo protagonista fue el basamento para una adaptación bastante particular y humanista constantemente acompañado por el simio simpático, del cual se encariñan los espectadores, quizás sin saber que están siendo parte de la feria del hombre, aquella de la cual el protagonista Zaratustra recoge las banalidades que luego intenta ofrecer al público, y que esa risa que el personaje consigue arrancar y alienta a no ocultar con ninguna mano es producto de que se está riendo de sí mismo, de la vanidad de superación del hombre, tan frágil como los cimientos de esta sociedad contemporánea que se ha forjado en torno a las ataduras del mercado y de la felicidad efímera.
Es destacable remarcar el énfasis que pone Ansaldi en el contacto, de sostenida fluidez a lo largo de la obra, establecido entre el personaje y los espectadores, valorizando el sentido de vida característico del teatro que le dará siempre la preeminencia por sobre el cine, y bien sabe apreciar Zaratustra, convirtiéndonos casi en actores agregados de la obra, como los "filósofos bien alimentados", comensales servidos por Emiliano Pino, vestido para el gran banquete. Fue tan bien logrado el clímax que sobre el final de la obra, se pudo disfrutar de pasajes de Shakespeare como de un tan extemporáneo y animado diálogo entre dos españoles que aunque no se vinculan con Zaratustra, le otorgan a la obra una elocuencia y discursividad encantadora.
Antes de despedirme hasta otra próxima publicación, me resulta fundamental mencionar que si bien la obra se lleva a cabo dentro de un marco gracioso y agradable, del cual seguro no podrán soslayar alguna risa, no creo que sea un espectáculo que apunte a hacer partícipe a público infantil, pues puede que pierdan gran parte del profundo significado que tiene esta obra, que tiene la lírica del gran filósofo y filólogo alemán, y la convicción impetuosa combinada con la pausa cautelosa y necesaria, que logra transmitir el personaje y nos hace pensar que detrás de su mirada de vagabundo, aparentemente perdida, existe algo grande que clama ser descubierto.
Fotografías extraídas de:
http://www.lacapital.com.ar/ed_impresa/2009/9/edicion_336/contenidos/noticia_5330.html
http://www.zaratustra-teatro.blogspot.com