jueves, 10 de mayo de 2018

Preludio de Luna en Piscis

La yerba está pasada: en estas condiciones, el tomar mate bien podría ser una transgresión a la tradición. Pero ante todo, una sigue respetando a su estómago. Ya me había levantado para conseguir banco. No tengo ganas de volver a levantarme para salir del aula, a renovar la yerba. La clase se me hace inhóspita, y si salgo es para marcharme definitivamente. El séquito de estudiantes le aplaude a su siempre-y-cuándo-no-bien-tolerado profesor el granizo de ocurrencias que no vienen al caso de una clase sobre educación. Ojo, que acompañando la base rítmica del choque de unas copas de cerveza o de vino, serían un hitazo. Por un momento pienso que quizás en mi intolerancia se entremezcle el hecho de que son las 17 hs. y que ese día la alarma del celular me arrancó de la cama a las 5 a.m. para terminar de preparar un trabajo de su asignatura.

Pero por otro momento... no... (desde que concurro a su clase, en algún momento) mi endiablado sentido común me chista que tengo que ser premeditada, levantar la mano, considerar un triunfo el derecho a la espera, porque hay otro de sus secuaces que se postula a interlocutor al modo de ayudante de cocina que se ofrece a decorarle su torta con todos los firuletes de dulce de leche y crema, y por fin poder espetarle al profesor, "que en estas condiciones seguramente me ganaré un aprobado en la materia pero habré resignado mucho tiempo". Sí, él estaba en lo cierto cuando en la clase anterior, me llamó la atención porque según su sano juicio estaba preocupada mirando mi reloj pulsera.

Pero en realidad... para ser francamente sincera (es uno de los atributos que la gente más me destaca, más allá del bien y del mal) estoy allí por el aprobado. Y porque el resto de los profesores parecen estar tan chiflados como él. -¿Y ya falta menos para irnos? Le consulto al reloj. Ah... al menos sus modos no son agresivos. Así que tendré que ponerme a esculpir una figurilla de arcilla de la paciencia. ¿Cómo es la forma que tendría que asumir tolerancia? Quizás tendría que esperar a terminarla, y en cambio, dedicarme a moldear la sustancia. Tal vez así me daría cuenta que mis pretensiones hacia este hombre revelan mi orgullo... en otras palabras, mi falta de paciencia hacia mí misma.

Oh... sagrado tiempo. Quisiera seguir conociendo a Jung e inventándome un plan de estudios, de carrera, de vida... o cuando menos, tratar de arreglármelas para aprobar Psicología social en quince días. En 2 hs. alguien volvió a elegirme. No importa cómo. Hizo lo que tenía que hacer y estuvo bien. "El todo no lo es todo", dice el apunte, "esto no es la garantía de que haya logrado algún grado de especificidad o particularización". Cuando el cuerpo me regalaba sangre a borbotones, el lugar para estar era la biblioteca. Ahora sí, gustosa de catar la yerba nueva en el mate. Ah... ahí sí que el pianito de Bill Evans puso a bailar a mi mente con Ana María Fernández... Aunque qué bien que se enmarañó conmigo sobre las sábanas aquél muchacho el otro día. Hasta me hizo olvidar... Que lo había olvidado, que se lo pasaba tan bien y que yo podría sentirme en condiciones para proclamar una ley física, que a un percepto le sucede otro distinto no siempre de igual magnitud pero en relación directa con el tiempo transcurrido. Y para enseguida querer borrarla de un plumazo porque no quiero saber nada con seguir echándole leña al fuego leonino de la vanidad que, cuando no está sacando a ostentar sus encantadores atributos, me la cruzo juzgándome a los latigazos a modo superyoico porque nunca me doy abasto.

Anoche, durante un interludio de la clase de tango, sonó una canción de flamenco. Puse en acción mi mnemotécnica por antonomasia: concentrarme sólo en una parte de la letra y tratar de retenerla. Podría bien haberle preguntado a la profe de qué canción se trataba pero en vez de eso me fié de mi memoria. Seguramente a través del buscador de internet, que es capaz de hallar una aguja en un pajar, la encontraría fácilmente. Bastaba teclear "dos amantes+sobre mí+flamenco" pero me faltaban algunas palabras que seguramente dejé escapar de alguno de mis pasos sobre la pista. Qué lindo el sentirse elegida para bailar... para lo que sea que implique el disfrute bondadosamente compartido. Que no es vanidad, porque la vanidad es pretender el dominio siempre fallido de la belleza por la ignorancia.

Creo que los tangueros tienen una sana costumbre: cuando se cambia de pareja de baile, a ésta se la despide con un beso en la mejilla y un "gracias" intercambiado con palabras. No sé si así se cura la herida o si en realidad estaré aplicándole emplastos de aloe vera. Como sea, no importa. Biendecidas las humoradas de los aprendices de tangueros que bailaron conmigo. Un aplauso para el asador, y otro para el tiempo amablemente disfrutado. El resto, no importa. A la canción de flamenco no pude encontrarla. En cambio, encontré otra que tiene un cariz instrumental suave, muy similar. En todo caso, puedo preguntarle a la profe el miércoles que viene cuál podría ser la canción que estoy buscando.


lunes, 7 de mayo de 2018

Algo así como el desamor...


"Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pintos o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allí lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkyria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu'en hiver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movía, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh, Maga, y no estábamos contentos".


Rayuela: págs. 16 y 17 (Editorial Punto de Lectura, 2010). Julio Cortázar. 1963
Imagen: cuadro de Leonid Afremov