Ella pensaba de sí misma que, brindándose a su ser más preciado, le estaba otorgando lo que se dice lo mejor, Alojaba y sostenía en el cuenco de sus brazos, que cada tanto desarmaba para acercar los bocados de la papilla asfixiante recien preparada, o para atender a sus eructos que en ese entonces eran provechitos, que quizás no era la comida lo que más importaba pero le bien-decía la vida, a su manera, porque eso es lo que se llama el amor. Al fin y al cabo, ¿quién se atreve a definir el amor? Yo, le prendo nombres con alfileres, por suerte no llegué a prenderle velas. Según pasan los años, creo todo lo que se hizo del amor para mí, hoy me alcanza. Lo que pienso que queda por hacer, corre sólo por mi cuenta.
sábado, 7 de octubre de 2017
"Un emplazamiento astrológico describe una flecha que apunta hacia alguna parte, una energía creativa que gradualmente recubre de carne los huesos pelados de la pauta arquetípica, un movimiento inteligente que, con el tiempo, va llenando los austeros bocetos en blanco y negro del mito esencial de la vida con los colores sutiles de la experiencia y de la opción individual". Texto: Los Luminares, por Liz Greene y Howard Sasportas. Imagen: Luna Pérez Visairas
Jueves 28 de septiembre, 2.15 pm. La corneta de un churrero chilla ejerciendo la abolición de la siesta en el barrio. Que se le rehúsen tanto las suspicacias de dios como las del diablo. A mí me basta con dedicarle mi absoluto rechazo.
Un señor encuentra a un amigo y lo saluda, dándole la mano e
inclinando un poco la cabeza. Así es como cree que lo saluda, pero el saludo ya está inventado y este
buen señor no hace más que calzar en el saludo. Llueve. Un señor se refugia bajo una arcada. Casi nunca estos señores
saben que acaban de resbalar por un tobogán prefabricado desde la primera
lluvia y la primera arcada. Un húmedo tobogán de hojas, marchitas. Y los gestos del amor, ese dulce museo, esa galería de figuras de humo.
Consuélese tu vanidad: la mano de Antonio buscó lo que busca tu mano, y
ni aquélla ni la tuya buscaban nada que ya no hubiera sido encontrado desde
la eternidad. Pero las cosas invisibles necesitan encarnarse, las ideas caen a
la tierra como palomas muertas. Lo verdaderamente nuevo da miedo o maravilla. Estas dos sensaciones
igualmente cerca del estómago acompañan siempre la presencia de
Prometeo; el resto es la comodidad, lo que siempre sale más o menos bien;
los verbos activos contienen el repertorio completo. Hamlet no duda: busca la solución auténtica y no las puertas de la casa
o los caminos ya hechos, por más atajos y encrucijadas que propongan.
Quiere la tangente que triza el misterio, la quinta hoja del trébol. Entre sí y
no, qué infinita rosa de los vientos. Los príncipes de Dinamarca, esos
halcones que eligen morirse de hambre antes de comer carne muerta. Cuando los zapatos aprietan, buena señal. Algo cambia ahí, algo que
nos muestra, que sordamente nos pone, nos plantea. Por eso los monstruos
son tan populares y los diarios se extasían con los terneros bicéfalos. ¡Qué
oportunidades, qué esbozo de un gran salto hacia lo otro! Ahí viene López. —¿Qué tal, López? —¿Qué tal, che? Y así es como creen que se saludan.
Julio Cortázar. En Historias de Cronopios y de Famas (1962)
"En las tribus primitivas o comunidades agrícolas, todos se conocen, cada uno se relaciona personalmente con el otro. Los retardados y deficientes mentales no son recluidos en instituciones, porque la comunidad simplemente los tolera. La gente se ríe y dice: "Bueno, tú conoces a fulanito". Recuerdo que al llegar a la aldea donde creí, se acercó un hombre que dijo: "mi padre es cleptómano. Roba todo lo que pilla. Si les roba algo, por favor no llamen a la policía. Hablen conmigo y yo les devolveré todo". Así, el pobre viejo cleptómano no necesitaba ser internado. Todos conocían su problema y lo compensaban. Esto es relacionamiento personal. E, incluyendo su problema, pertenecía personalmente a la comunidad. En una sociedad así, hay menos delincuentes y menos gente en el manicomio. La sociedad ampara y soporta al individuo, dándole un margen de libertad; las personas se encogen de hombros y perdonan, como diciendo: "Paciencia, él es así". La gente es aceptada tal como es. Eso es lo que perdimos. Eso es lo que debemos recuperar de algún modo". Marie Louise von Franz en El camino de los sueños.
Puede resultar muy armonioso, pacifista, edulcorado, casi amorrado a los modismos nueva-erísticos (la raro-fonía del neologismo corre por mi cuenta) que pululan en la actualidad, leer este párrafo abstraído de algún hecho tan concreto como carnal. No obstante, lo que me ha enseñado mi propia y singular experiencia es que no voy a disponerme a dejarme influir por actitudes hostiles de personas que poseídas por su malestar interno no cesan de lastimar e imponerse en un entorno que justamente aunque incoherentemente, manifiestan, querer ecológico. No es que me considere mejor que nadie ni con facultades para detentar un poder de policía de señalar lo que está bien o mal, lo saludable o lo patológico; todo lo contrario a creerme egresada de la superación personal. Antes bien, siendo consciente de mis dificultades y postulando a la preservación de la salud mental como una garantía inexcusable en las actividades que desempeño, prefiero sacrificar mi pertenencia a esos círculos. En este sentido, me declaro abiertamente intolerante a todo aquél que ande buscando camorra, o que ose hacer tambalear la libertad de la alegría. Entiendo adonde apunta el texto transcrito, como también que se trata de un extracto de una entrevista más global en la cual se intenta converger distintos temas. Yo me cuento entre quienes piensan que gran parte de los que en nosografía psiquiátrica se conocen como trastornos, son productos en los cuales las familias trasuntan los modos de relación de una sistema económico-político-social-cultural (muchas veces no consiguen escapar a ellos). Pero me temo que una consideración tan inocente por hipotética puede llegar a lindar con una complacencia peligrosamente generalizable, que fomenta no hacerse cargo de los efectos que genera, esta vez, el individuo que no se hace responsable de su presencia en el mundo. La cualidad asombrosa del ser humano es la de poder manifestarse tanto a través del individuo como del colectivo.