Un sentimiento de profundo pero singularísimo afecto me inspiraba mi amiga Morella. Llegué a conocerla por casualidad hace muchos años, y desde nuestro primer encuentro mi alma ardió con fuego hasta entonces desconocido; pero el fuego no era de Eros, y amarga y torturadora para mi espíritu fue la convicción gradual de que en modo alguno podía definir su carácter insólito o regular su vaga intensidad.
Morella, Edgar Allan Poe.
Morella, Edgar Allan Poe.
Este estado de la atmósfera cuando las
tendencias emocionales terrestres parecen coincidir en la sensación dominante y
casi devota de que no se sabe cuándo, pero que la lluvia nuevamente es
inminente y necesaria. Me encanta esta lobreguez y su aroma mistérico
consolidado. La miríada de nubes. Por sus pálidos grises se hincan
luminosidades cobrizas cuya procedencia desconozco pero que por esta causa
refuerzan mi desconcierto erotizado. La mirada. Deja de observar de tan
capturada por el paisaje en torno. Son estos maravillosos recortes de la
cotidianidad que me exilian de un recuerdo en el que ya no quiero volver a
detenerme, de que hace una semana me concentraba una seguidilla de punzantes
mordeduras en el estómago que no me dejaban dormir ni simplemente sentarme a estar.
Es cierto que las papas estaban frías, pero también podría haber llamado
con su nombre a aquel
dolor. Sólo para complacerme con darle alguna explicación seguramente hecha de mis propios desengaños. Sucede que cada vez que vuelve a dar con el fundamento de mi sexualidad,
se produce un desgarro que me dura por un mes y no sé si algún tiempo más. Empero podría asumir el valor de renunciar a obstinarme en algo que
simplemente sucedió como podría ocurrir con tantas otras posibilidades que no
cesan de rizarme los cabellos y volver a humedecerme esta vagina maculada. Pues
bien, esta tarde el trueno partió el acostumbrado vértigo urbano. Desde la
semana pasada el corazón viene sacudiéndome la cabeza de todos aquellos afectos
tristes que me venían intoxicando con esperanzas fútiles y rencores que no me
merezco. Bien podría haber muerto de indigestión, muerto o vuelto a nacer. Como
sea, no pienso dejarme caer en la pusilanimidad que es a la vez una falta de
respeto, la de pretender asociar simbólicamente la lluvia con la tristeza, todo
lo contrario, el chubasco matinal me mostró las marcas galopantes al óleo de la
correspondiente higiene mental. Me siento crecer y ahora bien puedo imaginar
que los dolores son por estar rompiendo un nuevo cascarón... como Sinclair.
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