Quería escribir antes que todo. La consecuencia inmediata entonces era que quería convertirme en escritora antes que en abogada, psicóloga y cualquier otra profesión que desde el llano se me ocurrió que podía llegar a encarnar bien y a gusto. El asunto es que creía que estaba preparada... tenía los papeles, un par de lápices (con uno escribía y con otro, tachaba), algunas palabras y cuando no contaba con las experiencias, las vivenciaba en la acogedora alfombra de la imaginación. Como dato extra, me fui haciendo más observadora en el transcurso de hojas rellenadas, y elemento del mundo. Pero la casita de cartas se ha desplomado. Así de un soplido, con apenas comentarios. De cualquier manera, me asumo: siempre quise decir algo (aún tengo mis resguardos sobre la decidida vaguedad de este vocablo). Seguramente sucedió que no supe transmitirlo porque si no se consigue transmitir algo (bah... otra vez esta jodida palabra acarreando su multivocidad) aquí equivale a quedar a media voz, ya China Zorrilla lo dejó bien en claro en la genial peli Elsa y Fred: "el arte te llega o no te llega". Pero como si a ésto pudiera incluirlo dentro del arte... Seguramente tengo que seguir aprendiendo porque descubrí que el soplido fue un llamado de atención que provino de mí misma, que siempre soy yo la criticista y ahora me toca repararme en lugar de reprenderme y andar buscando a quién corregir encontrándome yo misma sujeta a la imperfección... ¡pero qué perfecta incoherente! Pero qué frágil soy... las flores son delicadas, no frágiles. Menos aún contradictorias. Ellas sí que saben fluir. Siempre quise aprender a florecer, de hecho siempre lo intento, percibo que hay quienes lo hacen muy bien y se acomodan al Sol todos los días... pero mis capullos se marchitan a destiempo... pero qué idiota-ilusa-casi-todo-intento-de-nada. La cosa es que se me ha estancado el sueño. Bueno... menos mal que no atendí algunos consejos y no me visualicé estudiando Letras.