Acabo de llegar a casa, una reminiscencia me invade la mente y retrasa mi rumbo a la facultad. Los pasos me conducen hacia mi habitación, el bolso de trabajo culmina su día sobre el piso junto a la cama, donde yo me siento. Cierro los ojos, no puedo, no quiero dejar de recordar…
Cercada
por la multitud y 9 de Julio y Corrientes, extranjera del alboroto invariable,
una débil presencia intenta surcar la ausencia edificada como fortaleza gris. Algún
suspiro grave ha conseguido retener el aire de la fugacidad. Algo había
secuestrado mis pasos que no pudieron hacer más que desandarse. ¿Quién será el ser cuyos labios se aúnan con su alma y junto a sus manos elaboran en la
musicalidad su escape de la ciudad? Recorta una pieza de su alma y la arroja en
varias melodías a la suave brisa del día medio soleado y atiborrado de urbanidad.
Alzo la vista pues quiero capturar este milagro con la completitud de mis
sentidos. Pero desde la vereda no se deja ver. Tampoco logro reconocer la
melodía. Quisiera saludarlo. ¿Quién será el ser que ensaya una distracción de la
invisibilidad?
Se deja escuchar. Entonces sueña una
conexión y se anexa desde un rincón. Por algún motivo ha decidido evocarla
en ese momento y la siento como un obsequio, la incorporo como un obsequio que
no puede rechazarse. Los objetos que provienen del alma se ligan al alma y no
pueden revertir jamás esa unión creada, pues es su naturaleza y destino, son
éstos quienes nos eligen, no nosotros a ellos. La música de un saxo me eligió ese
mediodía, mi camino sucumbió ante ella, me traspasó la piel y quedó prendida en
mi interior, en mi profundidad más invisible ella hallaba resguardo. En la
calle rebosante de estruendo se había instaurado el enlace. Un ser recién engendrado adquiría
su voz y emitía su mensaje, mientras otro se abría para escucharlo, lo arropaba
en sus brazos, y ambos se contagiaban de luz. Lo que ambos habían concebido
durante tanto tiempo se instalaba en uno y otro, como una flor que tras un
tiempo de haber permanecido fecunda en su capullo un día resuelve desenvolverse
al mundo, como un pájaro, que ya carga con vuelos y cielos ensancha nuevamente
sus alas a un nuevo cielo para expresar un nuevo vuelo, quisiera remontarme hacia donde esté y agradecerle.
En medio de los vínculos que no terminan de
enlazarse, de las cadenas que nos sujetan a la inercia las melodías de un saxo
enarbolan su existencia y adquieren su sentido en los oídos de un otro
invisible a sus ojos, pero a quien no deja de pertenecer… sobreviven. Un perro
coincide en mi estadía, acaricio su negrura, el perro fija su mirada atento a la mía,
nos sostenemos en la mirada y no nos importa si hay alguien más que nosotros, porque entre nosotros no se encuentra nadie más,
nuestro lugar está demarcado aquí y ahora y nos reconocemos. Me despido de él, tengo que seguir
camino o se me hará tarde para ir a una de mis tan ansiadas clases. El perro me
sigue y luego se detiene unos momentos a un costado de la calle. Ha descubierto
un charco de agua del cual beber, vestigio de la tormenta de la noche anterior.
Estoy segura de que a las notas del saxo también las conservaré para el resto
del camino y en la inmortalidad de este texto. Sobreviven.