Saborear la mañana a través del café, sorbiéndolo de a cucharadas. Tomarse el día para buscar el abrazo paciente de las abuelas, que me sigue aguardando para visitarlo con la excusa de la merienda y la misma dedicación que durante la infancia, volver a estrechar el lazo en ese abrazo y sentir la sonrisa del otro lado, sonrisas que no desdeña, sonrisas que las horas de estudio en vistas a ningún examen académico podrá igualar, como tampoco llevarse al recuerdo. La despedida que siempre queremos demorar, la llegada a casa y la llamada a él, que dice tácita y expresamente cuánto lo extraño, aunque quedara postergada la ósmosis de alguna palabra nueva de inglés y no sé cuántas de alemán por un rato. Los minutos que corren entre risas y te quieros, los momentos memorables que se afianzan, porque nadie, absolutamente nadie podrá decir que habré perdido el tiempo.
“No hay otra forma de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y aquí. Y entonces ¿cómo? Hay que re-valorar el pequeño lugar y el poco tiempo en que vivimos, que nada tienen que ver con esos paisajes maravillosos que podemos mirar en la televisión, pero que están sagradamente impregnados de la humanidad de las personas que vivimos en él”.
La Resistencia,
Ernesto Sábato
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