Con reminisencias a una sesión del Mtv unplugged, entre los bastidores de La Trastienda de Buenos Aires, el 7 de julio un público más multitudinario del que presentía ya aguardaba disperso alrededor de las mesas cuando recién terminaba de prepararse el escenario. No soy inmune a la gripe A, como tampoco invulnerable a la visita de Mark Lanegan y Greg Dulli, y sabía que esa noche no iba a ser mundana.
A unos minutos de las 21 (aunque no puedo estimar cuántos debido a la parálisis de mi reloj) se pudo ver, a unos pocos metros al dúo, secundado por el muy buen guitarrista y también vocalista Dave Rosser, que acompaña a Dulli en los Twilight Singers. Los bailes y descensos de las luces violetas y amarillas marcaron el inicio para los psicodélicos The body, God's children y The stations, todos de su disco Saturnalia, editado el año pasado y a su vez motor alegado junto al también suyo EP Adorata para remontar en el tiempo a través de un pasaje musical guiado por algo de folk y country, de modo que no fuera tan abrupta la llegada a los más recónditos paisajes del grunge que lo emergió al hito en los Screaming Trees. Agradables melodías inspiradas de la guitarra de Dulli, y su dulce (que no empalaga) y cálida voz (aunque a veces incurrió en la desmesura de lo suspirante), completadas con los propios sonidos de un grato trabajo de Rosser en las que se acomodó, si bien tímidamente al principio, Lanegan fue surcando y desplegando en este contraste genial asimismo misterioso, la versatilidad que lo caracteriza. Nitidez impecable la del sonido, cabe resaltar. Así comenzó la insondable y exótica travesía, desde el teclado dominador de Dulli, para los atornillados espectadores, quienes, salvo por una breve interrupción de un pequeño grupo de las clásicas fervorosas y enardecidas groupies, y un nimio coqueteo que atisbé más como un gesto complaciente y gracioso en respuesta de Lanegan nos hundimos (gracias a las sillas muy cómodas, también, claro) en la cavernosa e inquebrantable serenidad llevada por Mark sobre la cual satisface reposar, que se paseó por el folk y el blues de sus trabajos realizados mientras intercalaba en las participaciones con Mad Season y Queens Of The Stone Age. Porque dio en la clave, encandilado el trío, ante las luces ahora de color amarillo brillante, promediando el desafío planteado con Dulli de reinventar la lírica donde se dio también ese intercambio generacional: un círculo íntimo ya amigable, pues habían conseguido tal fijeza en la atención de los concurrentes que cualquier tema se insertaría por sí mismo. Sonaron entonces algunos temas de Afghan Wighs, el pasado de Dulli, se animaron a algunos covers y no fue sino luego del amague tradicional de los músicos de simular irse, ante la percepción espectadora de que es muy temprano aun, y provocar el inmediato aplauso que no cesa hasta verlos aparecer nuevamente. Fue así que el gran clásico Dollar bill quedó reservado para el final, llevándose los coros, no sólo del que con afán de lucirse y pasar por experto se aprende todas y cada una de las canciones de memoria, sino en demasía de los eternos e imprescindibles noventeros.
A partir de un proyecto apenas difundido en el país Internet mediante, The Gutter Twins lograron reunir y captar a muchos visitantes con un show intimista durante una fugaz hora y veinte aproximada sin los bullicios ni excesos de la festividad Saturnalia romana -celebradas en honor al dios Saturno y de cuyo origen proviene la celebración navideña de diciembre-, músicos que a la inversa no necesitan de la parafernalia tradicional desatada en torno a muchos artistas actuales de rock, ya que acústicamente transmiten su esencia. Un atajo perdido para quienes se atreven a salirse por un rato del camino habitual.
“Estamos todos en la alcantarilla, pero algunos miramos las estrellas”
Oscar Wilde (1854-1900), autor irlandés.
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