Nos ubicamos en nuestros respectivos asientos y tras recibir un amable saludo (tradúzcase: subí y dame el pasaje rápido, nene/a) del chofer, llega con andar arrepentido y cabizbajo el vendedor de tarjetas, y hasta que no se acerca lo suficiente y nos sentamos en el asiento correcto, salvándonos de lidiar con alguno que se abrochó a su asiento, afirmando y reafirmando que le pertenece; moraleja para el terco aquel: todos los asientos son iguales, salvo que exista alguna diferenciación por precio.
Volviendo al vendedor, que ya hace rato está parado justo a nuestro lado y nos muestra entusiasmado su popurrí de tarjetas, no me decido a comprarle porque estas suelen ser de amor y traen impresas frases como "No puedo vivir sin vos sin no estar triste". ¡Un balde de agua para el empalago de cursilería, por favor! Me pregunto: ¿por qué no venden calendarios? Yo ya me pierdo entre los días, necesito uno urgente.
No terminamos de acomodarnos y ya empieza el que nunca pudo expresarse en el vientre materno a dar patadones que cree que lo colocarán en el próximo Mundial... ¡de karate! Contrario a lo que se cree, no son pequeñas bestias las que propician estos golpes, hay unos cuantos trancos que también merecen el escrache.
Y por si esto fuera poco, cuando algunos inclinan hacia atrás el asiento (y de paso nos machacan la cabeza cuando buscamos algo en el bolso), dispuestos a tomar un descansito, comienza a escucharse música que nunca coincide con la que nos gusta a todo volumen de su Ipod... "¿Ipod-és bajar un poco el volumen?", los intrépidos que se animarán a preguntar amablemente, quienes a todo esto, tendrán que luchar con el no siempre grato canto del poseedor del objeto fetiche.
Imagen que ilustra la portada del recomendable disco Yield, de Pearl Jam. |
Luego está el celular, desde donde no sólo se pueden oír los más increíbles relatos sin siquiera prestar atención y enterarnos de las más ocultas privacidades, sino que cuando por fin comenzamos a encontrar al menos digerible el reggaeton-to de nuestro vecino, el del lpod, nos interrumpe el cabeceo de sueño algún ruidito proveniente de un mensaje nuevo o de algún choque de la viborita contra la pared.
Las charletas del viaje son infaltables, las chicas que eligen contarse todo lo que nunca se contaron jamás y de lo que probablemente nunca se acordarán haber dicho, en el colectivo, sin hablar de las risotadas a hemorragias que acompañan a sus chillonas voces. Ni hablar de las parejas que se pelean, fui testigo de un cambio abrupto de asiento a causa de una discordia sobre ruedas.
Creo que no me olvidé de ningún personaje, o por lo menos estos son los que yo considero los más molestos de los viajes en bondi.
¡Esto es to-to-to todo, amigos!
Canción del título: Gualicho, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
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