miércoles, 4 de abril de 2012

El Hobbit


  
    ¡Vaya sorpresa la que se llevó Bilbo Bolsón al enterarse de que había sido incluido en una aventura para la cual nunca hubiera pensado en pedir un lugar!
    Nos adentramos en el plan del viaje por medio de un narrador tan decidido a asumir una actitud cómplice con los lectores que no se olvida nunca de nosotros a lo largo del relato, el cual se desata de manera insólita durante una supuesta tarde de té que involucraría apenas a Bilbo y al famoso (entre esas tierras) mago Gandalf. Es así que Tolkien, nos traza la ruta de un destino, que oscila entre la sonrisa (o verdaderas risas) y el espanto de criaturas o lugares tétricos, cuyo punto para la partida se acuerda en la apacible morada Bolsón, y tiene como parada una montaña que supo ser hogar de enanos hasta haber sido atacada y desalojada por un tenebroso dragón.

    Pero lo que Bilbo no alcanza a sospechar, entre todos los cabos sueltos que tiene que sujetar durante el viaje, es que el asombroso hallazgo que realiza en esos días, y más aún su silencio acerca del mismo no sólo dará un giro inesperado para él, sino para el porvenir de toda la Tierra Media.
    No me alcanzarán las palabras para agradecerle a Tolkien por su imaginación, por lo bendecida que he sido por su escritura cuya magnificencia no sólo fue hábil para narrar inconcebibles aventuras en mundos maravillosos, sino que además ha enmarcado en este libro una bella historia de amistad entre seres diferentes en orígenes y rumbos que se hizo posible merced a la superación de los prejuicios, que fueron menguando a medida que pudieron conocerse mejor, así como también a través de la trasmutación del valor del oro y de las riquezas materiales, porque como dijo Torin “si muchos de nosotros dieran más valor a la comida, la alegría y las canciones que al oro atesorado, este sería un mundo más feliz”.


P.D.: Si alguien sabe a quién pertenece esta imagen y puede anoticiarme de ello, lo agradeceré, para especificarlo aquí ;)

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