Nº1: aquellos cuyas conductas están dirigidas a joder indiscriminadamente a todo lector sucedáneo, y
Nº2: aquellos que, sin saberlo, con su huella podrían favorecer indirectamente a alguien a futuro.
De lo recién antedicho se desprende que no hay lector que estropee los libros teniendo en mente el bien común de la colectividad lectora. Ahora bien, entre los grupos de delincuentes que acabamos de mencionar, cabe hacer algunas distinciones de acuerdo al grado de desfachatez implicado en su comportamiento.
Dentro del primer grupo, se encuentran los semejantes que... ¿cómo lo escribo sin ser descortés pero a la vez puntualizando el caso?... ahí está: debe ser la primera vez que agarran un libro, como dijo mi compa porque, como agrego, le producen tal apertura cual gimnasta que un día consigue abrirse de piernas y jamás recupera su anterior forma. Tampoco podemos omitir en esta selección a los conspicuos refutadores del señalador que rehúsan de las virtudes del mismo y doblan el extremo de la página para ayudarse a recordar dónde han detenido su lectura; funcionan de manera notable para este fin boletos de autobús que quedan a dormir en nuestros bolsillos de cada prenda de vestir, tickets de la verdulería que son capaces de refregarte en la cara cuántas veces aumentaron las cosas, y recortes de apuntes académicos que decidimos conservar cuando con carita ingenua-intelectual pensamos que íbamos a volver a consultarlos en la posteridad. Por último, hago un apartado para incluir en este primer grupo al ambicioso lector que se apropió de una hoja de uno de los dos ejemplares de Plan de Evasión que había en la Biblioteca Argentina... suerte que además de ladrón no era obsesivo y no se llevó la hoja del otro ejemplar. Nunca lo olvidaré. Como tampoco se me escurrirá del recuerdo la mañana en que tratando de "arreglar el mate" arruiné varias páginas de un libro de los realmente valiosos por su contenido (cuya reseña haré alumbrar próximamente no sin un dejo de lágrimas).
Hecha una enumeración de apenas algunos incidentes que afectan a la comunidad lectora, pasemos a exponer a la segunda categoría de lectores, tal vez los más bonachones pero no los menos peligrosos, no sólo porque a veces se concedan ellos mismos el permiso para subrayar bibliografía que no les pertenece. Entre la fauna de esta especie, podemos encontrar algunos integrantes que gustan de subrayar palabras y/o frases o delimitarlas entre un corchete o llave. O incluso, hay quienes no consiguen remediar sus derrames de verborrea y se ven inducidos a desparramarla por páginas que ¡ya están escritas!, de modo que sus trazos terminan por ocupar las inmediaciones del texto que provocó sus reflexiones. Por supuesto, si bien las bibliotecas institucionales repudian la sobre-escritura en los libros de su posesión, la cuestión queda abierta y por lo tanto impune ante los numerosos casos que se registran de los empedernidos dobladores de páginas sobre los que comentamos en el párrafo anterior. Tampoco hemos realizado la pertinente investigación de cómo resuelven los bibliotecarios de anaqueles caseros un caso de esta envergadura, así que mejor nos desplazamos hasta abajo y dejando sangría llegamos a la conclusión.
Creo que el primer párrafo ha dejado entrever cuando menos la desidia con la cual perpetran sus lecturas los individuos del primer grupo. Ahora bien, ante la falta de evidencia suficiente sobre el motivo del proceder del segundo grupo, una especulación que ha surgido es la que sostiene que actúan así porque, metafóricamente hablando, quieren dejar su huella en el libro, lo que en un lenguaje más científico significaría algo así como enfatizar el hecho de "yo estuve aquí". Sin embargo, en cuanto la adhesión a esta teoría hay divergencias absolutas, que distan desde quienes la refutan de forma militante hasta algunos a los cuales les importa "un comino y la mitad del otro" el tema que se está discutiendo aquí y prefieren creer que marcan los libros porque en una suerte de correspondencia cósmica su desvencijada memoria va a recordar lo que leyeron, que su concentración en la lectura va a ser mayor que su empeño en dibujar un prolijo subrayado, o que esas frases por añadidura prosperarán y descubrirán algo abracadabrante que publicarán en un libro que alguien más rellenará con su elocuente labia.
Después de todo, ¿podemos ser más compasivos con los lectores con demasiados aires de protagonistas? ¿O les damos una mejor idea y los instamos a que si tienen ganas de escribir, lo hagan componiendo su propio libro? Y con respecto a los malintencionados del primer grupo, ¿Luzbelito habrá encargado los ejemplares que publicó Marcelo Polino (menudo derroche de tinta y desperdicio de árboles) para que nuestros malhechores vayan a ensuciar, doblar, hacer crujir y deformar en el Infierno literario? Para terminar este soliloquio antes de convertirlo en maratónico, quería agregar que si ocurre el caso insólito de que algún trabajador de la Biblioteca Argentina de Rosario o de la Biblioteca de la Facultad de Psicología (UNR), de las cuales soy visitante frecuente, llega a ver esta publicación, sabrán entender que soy completamente capaz de calmar mi entusiasmo de completar los bordes con frases inútiles o subrayar el material que consulto en estos espacios y que efectivamente lo hago... igual, por las dudas, si algún lector del blog anda por esos lugares no comenten nada, ¿sí?