lunes, 16 de enero de 2012

Heima

Sigur Rós
Sé lest



La profundidad de la felicidad
              que trasciende los límites de espacio y tiempo
La intensidad de la felicidad
              que naciendo del interior, refluye al exterior
bañando todo lo que toca de amor


Lo efímero de la felicidad
                         que sabe discernir para mí este pequeño momento
La magnanimidad de la felicidad
                         que no le bastan las palabras para ser explicada

viernes, 13 de enero de 2012

Una mañana diferente, un día especial

    Que esta mañana hubiera despertado junto a Él y el fresco del verano, era un destello de que este día no iba a ser habitual, porque este viernes ya había comenzado diferente. Dado que tenía que hacer algunos trámites, los había delineado mentalmente desde la noche anterior y repasado al tiempo que terminaba el té del desayuno y mis parlantes evaporaban las melodías de Oren Lavie cuya música recién empezaba a conocer. Comenzaría por comprar una tarjeta de colectivo, la de $4.60, pues sólo tenía pensado hacer dos viajes: uno hasta la oficina de papá debido a otros trámites, y el segundo, hacia la óptica donde iría a encargar unos lentes nuevos en reemplazo de los que tenía que prosiguen su existencia rayada. Así que cuando llegué al quiosco de la esquina en busca de la tarjeta, desde afuera un anuncio en hoja de impresora y tipografía bastante llamativa de color negro cambió mi rumbo: no había tarjetas, y con la leve molestia de quien termina por modificar involuntariamente sus planes ya alterados por la pena de quien vio perecer esa misma mañana su anhelada compañía en forma de mp3, y la desesperanza de encontrar otro lugar de venta de tarjetas en las cercanías, decidí que mi medio de transporte serían mis pies y que además, me calmaría a causa del mp3 pues no tendría la capacidad milagrosa de Jesús pero alguna forma tenía que encontrar para resucitarlo de ese berrinche tecnológico.
    Era una mañana atípica de enero: corría una leve brisa que amparaba del sol de verano e inducía a las caminatas bajo un cielo celeste que parecía lavado. Había vestido acorde, con una remera suelta, jean y sandalias. Por eso, en realidad no me disgustó en absoluto que mi búsqueda se frustrara. Pero esa mañana tenía algo aun más especial: su beso, cuyo aire parecía congeniar estupendamente bien con la brisa que ésta lo sellaba a mis labios mientras caminaba a paso lento, impregnándome del tiempo que encantador como extraño la vida me había regalado. Como el marinero que ante una corriente inesperada decide un viraje espontáneo en su timón, partí tomando como dirección la calle Montevideo, la pedregosa calle Montevideo que oscilaba entre luz y oscuridad a esa hora. Había olvidado mi celular, el cual también uso como reloj (tal es la importancia que le doy al tiempo físico cuando no tengo horarios establecidos que cumplir), en el departamento así que desconozco precisamente de qué hora se trataba.
    Por momentos sentí al clima tan agradable con la brisa refrescando mi cuello y mis pies que tuve una reminiscencia al otoño, estación que por sus sensaciones, sus colores y su textura tanto me gusta. Era como si a través de este epílogo que tuvo como prólogo la lluvia del martes el verano me animase a amigarse de nuevo conmigo, luego de haberlo detestado durante varios días de calor sofocante. Mientras algunas mujeres y porteros/as de edificios limpiaban las veredas montevideanas, el canto de los pajaritos revoloteaba los árboles que enmarcan en hilera la calle montevideana, y yo seguía hasta que se posaba en alguno desde donde podía apreciar mejor sus melodías. Cuando caminaba una de las cuadras de mi trayecto, unas gotas de agua salpicaron mis pies al descubierto y pronto descubrí que se habían escapado de la manguera que una mujer utilizaba para limpiar la puerta de entrada de un edificio. Le agradecí esas gotas de agua que me remitieron a momentos de mi infancia cuando durante las épocas de convivencia con el calor infernal, mojarse con la manguera en el patio de la casa de mi abuela en Firmat significaba un placer epicúreo. La mujer me miró desconcertada, como si de mis palabras hubiera surgido un acontecimiento insólito, pero luego me respondió con una sonrisa que me llevé el resto del camino. En un momento fue tal el tránsito que traía Montevideo que preferí desviar mi camino y trasladarlo a la avenida Pellegrini. De todas maneras, qué importaba seguir retorciendo mis planes y caminar una cuadra demás si el día se prestaba de buena gana para los paseantes a pie.
    Fue entonces que toparme con un edificio en construcción involucró arena en mis pies, y nuevamente, la migración a la niñez ahora en la estadía del arenero de la plaza López. ¡Qué feliz se podía ser con un baldecito y una palita juntando arena! Y luego desparramándola con el impulso de las hamacas que se levantaban sobre el mar arenoso, haciéndola volar mientras intentábamos nuestra meta de llegar volando hasta el cielo. Esa felicidad era la que tenía lugar en mi caminata mediante la presencia de pequeños momentos, preciosos momentos que encajaban precisamente para hacerme sentir realizada, aunque fuera por sólo unos instantes. Creo que no cabría explicación posible que narre su intensidad, asumo que son ajenas las explicaciones para la felicidad, siento que sólo cabe sentirla. Y luego, cuando debido a la cercanía de la oficina de papá tuve que retomar mi rumbo montevideano inicial, la volví a sentir en el saludo de los buenos días que me ofreció un amable hombre cuyo oficio lo encontró en los coches que algunos estacionan a la altura de Oroño y Alvear, cambiando el cuidado de los mismos por algunas monedas. Sin dudarlo, también me surgieron las ganas de desearle los buenos días a él, y sorprendida, al igual que la mujer a quien minutos antes le di las gracias por la pequeña llovizna que había caido sobre mis pies, continué el camino ahora a pocas cuadras del lugar donde trabaja papá.
    Me dirigí hasta Santiago. En calle Santiago se agrupa una cierta cantidad de hojas amarronadas que no pudieron esperar al otoño amarradas a las ramas de los fuertes árboles y quisieron bajar a la ciudad. De modo que me dediqué la última parte del camino a compartir su destino haciéndolas crujir. Cuando llegué a la oficina, me estaba esperando papá. Preocupado, porque había estado llamándome al celular y claro, no iba a atender la almohada, donde lo había dejado. Cada una de las personas que saludé dentro del lugar, también estaban muy amables, parecía que alguien más estaba complacido con el día. Después de haber conversado un rato, papá me acompañó hasta la puerta y prometió llamarme para invitarme a comer una pizza el próximo lunes. Hace tanto tiempo que no como pizza que ya la estoy imaginando. Aun me faltaba el segundo rumbo: la óptica, por lo que tenía que llegar hasta Alvear a esperar el colectivo al destino más lejano, el microcentro. No tenía tarjeta, pero sí contaba con algunas monedas con las cuales pagué mi pasaje después de haber sido recibida por el saludo del chofer, que no podía perderse solo en el eco de un motor fatigado y le respondí su cortesía. Me acomodé en la soledad del colectivo y mirando a través de la ventanilla aledaña al asiento, empecé a cantar mentalmente una canción de Sigur Rós, Njósnavélin cuando pensé que pasara lo que pasara, nada iba a poder opacar ese día, había llegado tal punto en que nada sería capaz de alterarlo sino sólo para superarlo. El viaje se hizo bastante apresurado, ya que el tránsito estaba liviano (¿o se habría ido navegando hasta la costa atlántica?). La parada del colectivo me dejaba a dos cuadras de la óptica. Siempre mantuve el recuerdo de esa óptica, porque cuando recién me habían recetado los primeros anteojos para ver de lejos y la rebeldía de mi adolescencia no quería saber nada de ellos, el óptico me presentó un par de lentes tan bien elaborados que logró apaciguar mi renuencia a usarlos, y sólo la cercanía de otra óptica situada sobre la vereda frente a mi casa impidió que a la nueva graduación la encargase allí. Ahora bien, ante mi sospechosa mala suerte con mis segundos lentes provenientes de la óptica cómoda, que terminaron por rayarse, decidí volver a la primera y descubrir satisfecha que todavía sigue abierta y la inflación ni los lentes de contacto pudieron arrebatarle el mismo local donde fui por primera vez en calle Mitre. Así que cuando entré, una amable vendedora me invitó a sentarme, recordándome la delicadeza que le prestan a los visitantes de su negocio, y cuando le pregunté por unos anteojos similares a los que estoy usando por defecto (los mismos que había comprado allí) me ofreció unos azulados y otros, de color marrón que no sabía por cuál decidirme. Finalmente, elegí los marrones y salí, cargando una alegría que se me notaba en la mirada, aun con los lentes que no son de mi aumento. Crucé la calle, en la esquina de San Luis cuando supe que unos vestidos estaban en liquidación en ese local. Durante la mañana del jueves, aprovechando las rebajas de verano, había salido a renovar mi escaso vestuario con la intención de conseguir algún vestido; sin embargo, no había podido encontrar ninguno que me gustara ni que simpatizara con mi presupuesto, por ello me di por vencida, sabiendo que después de todo sólo era un trozo de tela y tenía que aprender a conformarme con el que tenía. Francamente, no tengo inclinaciones hacia el consumismo que no puedan moderarse, pero en ese momento, cierto presentimiento quizás potenciado por el hecho de que ya estaba allí y apenas me podía llevar un par de minutos entrar y disipar la duda. Entonces entré y vi un vestido que hizo que valiera mi entrada, fresco, floreado y a $40 (menos de la mitad del precio que figuraba en los vestidos de otros negocios). Así fue como habiendo suprimido mis prejuicios con respecto a los negocios de ropa de la calle San Luis emprendí el regreso a casa.
    Llegado el mediodía, me encaminaba al departamento pensando en lo excepcional que había sido poder compaginarme en cada uno de esos momentos, con Él, con las personas, con el clima, con el canto de los pajaritos en unos breves pasos. Aun disfruto del regocijo que me causó haberme encontrado con las personas, saber que estaban sintiendo el día del mismo modo que yo, o que al menos podíamos coincidir en esos pequeños gestos, esos pequeños detalles que pueden tornar un día común y corriente en uno diferente, esos pequeños grandes detalles. El año pasado, aprendí que a pesar de que no pueda hacer frente contra las adversidades y negatividad que existe y predomina en el mundo, puedo preocuparme de hacer del espacio que me alberga por unos instantes un lugar más ameno por medio del sencillo saludo de los buenos días, aunque quizás no vuelva a ver a esa persona. Seguía pensando en cómo antes yo misma tendía a evitar el saludo, por ejemplo antes de entrar a un negocio, en las personas que salen cada día dispuestas a llevarse el mundo por delante, esquivando o atropellando a los que se les interpongan en medio del camino, en que me gustaría hacerles detener un momento su inmediatez para transmitirles lo halagada que me sentí luego de respirar ese clima otoñal, de conectarme con las personas en la acción de dar sintiendo a la vez en mi interior el deseo de querer devolver aquello que ese día había traído a mi mañana, como lo describe la protagonista de mi película favorita: “Amèlie tiene de repente la extraña sensación de estar en total armonía consigo misma, en ese instante todo es perfecto, la suavidad de la luz, el ligero perfume del aire, el pausador rumor de la ciudad. Inspira profundamente y la vida ahora le parece tan sencilla y transparente que un arrebato de amor, parecido a un deseo de ayudar a toda la humanidad la empapa de golpe”... cuando al volver por calle Laprida, divisé a un hombre agachado, quien no dejaba de exclamar su llamativo hallazgo ante una casa antigua, a pocos metros de llegar a 3 de Febrero. Esto me hizo volverme sobre mis pasos a contemplar su descubrimiento junto a él. Sucedía que un grupo casi infinito de hormigas trepaba desde la vereda a un rincón donde había una abertura expuesta a la fachada, y aun más allá de ese extremo, otra gran cantidad continuaba su curso bordeando la parte inferior de la ventana situada a la izquierda de la puerta. Indagando acerca de las razones que pudieran explicar la semejante conglomeración de hormigas allí, entabló conmigo una conversación que si no se extendió más fue porque él tenía que volver al trabajo, la cual cuminó, con su rostro y su voz que aun no podían salir de su asombro: “esas, son las coloradas” -repetía- “las que pican, las coloradas”, compartiendo conmigo una observación que me enriqueció el alma porque me colmó de humanidad...



“Soon shes down the stairs,her morning elegance she wears,the sound of water makes her dream,awoken by a cloud of steam.She pours a daydream in a coup,a spoon of sugar sweetens up”.
Fotografía de la película Amèlie.
Fragmento de la canción Her Morning Elegance de Oren Lavie. Tuve el placer de conocer su música precisamente esa mañana, y de ir descubriéndola después, a lo largo de la tarde. La elegancia matinal que casualmente me embargó ese día residió en cada una de las experiencias casi oníricas que viví gracias a las circunstancias y personas que conformaron esos momentos.

miércoles, 11 de enero de 2012

π

π
“Pi”
Darren Aronofsky
1998
  
    Tras la conocida obsesión que me causó Donnie Darko, continué con mi búsqueda de “películas raras”, “raras” en el sentido de que sus tramas constan de temas que no son frecuentes de ser tratados por la cinematografía, o que me introduzcan a la visión de diferentes aspectos de la realidad... en fin, películas que me dejen pensando. Entonces, me topé con un interesantísimo film cuyo subtítulo se ha traducido como fe en el caos u orden en el caos. Cuenta con una estética desarrollada en blanco y negro, donde se evocan imágenes bastante poderosas que son potenciadas a base de la impactante banda sonora como a partir de las tomas en primeros planos y movimientos de la cámara. Este acentuado contraste evidencia claramente lo estremecedor, incluso angustiante del film y a su vez capaz de tornarlo poderosamente intrigante a medida que nos centramos en la habitación enclaustrada del matemático interpretado fielmente por Sean Gullette, en su mente como en un juego psicológico muy bien logrado que del mismo modo atormenta al espectador.
    Me fascinó porque roza una de las entrañas de la filosofía que tanto me apasiona, si bien conservo mi escepticismo: si todo cambia, todo se transforma; el ser humano nace, crece y muere en una realidad circular que aparentemente no tiene inicio ni fin y siendo que a todo efecto le precede una causa que lo origina, ¿existe en el fondo una realidad inmutable? Si la realidad no es sólo aquello que recibimos de nuestros sentidos, ¿significa que es posible que una esencia de trasfondo ordenada que se esconda detrás de la apariencia caótica (sujeta a la inestabilidad) perceptible? De existir, ¿ese punto de partida primario implica un orden que puede ser determinable y rastreado? ¿Será posible encontrar una huella mediante la cual quedó manifestada alguna realidad primaria en la naturaleza perceptible? ¿Y será posible acceder a ella por medio de la matemática? Como dijo Galileo Galilei: “el gran libro de la naturaleza está escrito en símbolos matemáticos”.
    De lo mencionado se desprende que me fascinó porque se cierne sobre el conocimiento, particularmente acerca de la intrigante ciencia de la matemática, para la cual me hubiera gustado tener mayor destreza. Pero lo más impactante es que la película auna estos temas al interrogante que se plantea intrínseco sobre cuán más allá podemos ir a partir de los números o de cualquier otro sistema, sin confinarnos al apartamiento de la realidad diaria, y por ende de las relaciones humanas desde que esa persona curiosa y con pretensiones de conocimiento trascendente quizás no forma parte de las personas corrientes a quienes poco les interesa desligarse de la uniformidad en el pensamiento impartida desde el sistema educativo y los medios masivos. O en otras palabras, que la desconfianza que se puede sostener como postura de investigación acerca de la verosimilitud (o tal vez el origen de la existencia) de la realidad que capturan nuestros sentidos cada día, se extienda y nos induzca en este sentido a subestimar a los seres que nacieron y conviven junto a nosotros en esta realidad del mundo, como si los humanos, animales o plantas apenas equivalieran a millares de átomos unidos que nuestro cerebro interpreta en forma de cuerpo individual, como si pudiera ignorarse a las almas que se funden en compañía y sostén mediante la amistad, la pareja y la familia (en menor, mayor o igual medida). Como si en busca de la explicación del origen, perdiéramos nuestro origen mismo. Porque creo que la vida es el mayor de los milagros (si pensamos en la cantidad de procesos que se ponen en juego para que tenga lugar) y a través del reconocimiento de la vida de los demás, estamos impregnando de valor también la nuestra.   
    Por último, en mi opinión, creo que la vida tiene tanto de caos como de orden, y como ya expresé en una publicación pasada, casualmente llamada “Orden en el caos”, ambos estados son necesarios, ya que cuando las situaciones no se tornen tan previsibles a veces dependerá del caos que se manifieste el orden mediante el cual responderemos al cambio que éste surta. En el Antiguo Egipto se sostenía (y yo concuerdo con esta postura) que cada vida proporciona una nueva oportunidad para el aprendizaje. Ahora bien, pienso que la racionalización en extremo puede conducir a una visión que se pretenda única por guardar rigor científico, aunque sea parcial. Si cada vez que afirmarmos algo, también estamos negando otra cosa. Por lo tanto definir es limitar, reconocía ya un escritor inglés de nombre Oscar y apellido Wilde, pues cuando definimos al mismo tiempo ignoramos otras perspectivas, ergo fragmentamos la realidad reduciéndola a definiciones en lugar de mirar el todo por entero.
    Finalizada esta apenas simple interpretación, considero que debido a lo intrincado de la trama y a lo escrito en el primer párrafo se trata de una película de aquellas para ver y volver a ver, una y otra vez.



Angel
Massive Attack

jueves, 29 de diciembre de 2011

Nightswimming

   El corazón se sacude una noche al escuchar de nuevo una canción que habíamos solapado entre otros discos, la misma canción sigue provocando un pinchazo helado mientras nos abstraemos porque retrotrae a recuerdos. La canción entonces es capaz de evocar nostalgia por sí misma, como de hacernos evadir de aquello cuanto se de a entender por mundo por un rato mientras nos sumergimos entonces en nuestra realidad que se expresa a través de un piano... porque la calidez de abril tendría que haberse prolongado una eternidad y diciembre, no haber sido tan doloroso como para quemar las pieles cuando recién comenzaban a arder... porque esta noche será distinto. Debe ser una de esas noches en las cuales la luna nos espía. Cuando la urbanidad se apaga, otra realidad se enciende. Las velas desparramadas por toda la habitación devienen soporíferas para la ciudad. Que no hablen, que no se contamine, pero por las dudas vos tampoco respires. La única bocanada será lo que dure esa canción, la que baste para sobrevivir los bellos recuerdos.



Nightswimming

Nightswimming deserves a quiet night.
The photograph in the dashboard, taken years ago.
Turned around backwards so the windshield shows.
Every streetlight reveals the picture in reverse.
Still it’s so much clearer.
I forgot my shirt at the waters edge.
The moon is low tonight.

Nightswimming deserves a quiet night.
Im not sure all this people understand,
it’s not like years ago.
The fear of getting caught,
of recklesness and water.
They can not see me naked.
These things, they go away,
replaced by everyday.


Nightswimming, remembering that night.
September’s coming soon.
I’m pining for the moon.
Side by side in orbit,
around the fairest sun.
That bright, tight forever drum
could not describe nightswimming.


You, I thought I knew you.
You, I can not judge.
You, I thought you knew me.
this one laughing quietly underneath my breath.

Nightswimming.
The photograph reflects,
every streetlight a reminder.
Nightswimming deserves a quiet night... deserves a quiet night”.

 Automatic for the people
R.E.M 

lunes, 26 de diciembre de 2011

La Comunidad del Anillo

    Si hay algo que me cuesta comprender es que Peter Jackson haya pasado desapercibido el carácter curioso de Merry y Pippin, a pesar de que estos hobbits podían pergeñar y guardar el secreto de un plan de un modo tal que ni Frodo ni nadie se enterase, asemejando su carácter como tonto cuando en realidad conservaban cierta ingenuidad derivada especialmente del hecho de que nunca antes habían salido de su país ni menos pensaban embarcarse en tal aventura y aunque nuestra vista podría darnos una impresión contraria, ¡aún eran niños!, además que por otro lado, es innegable que le aportan dosis de humor al relato, junto a Bilbo Bolson (o Baggins, según el apellido original, como prefieran) y teniendo en cuenta, claro la fascinación de Sam hacia los Elfos. Ahora, si hay algo que me resulta inaceptable es que el director de la trilogía haya omitido por completo a Tom Bombadil sin siquiera hacer ninguna mención de él, un personaje tan encantador como misterioso, quien además de ser poseedor de cierto peculiar atributo, tiene la costumbre de referirse a sí mismo en tercer persona la mayor parte de las ocasiones en que aparece. En cambio, sí le reconozco el crédito en la revalorización que la cinematografía logró de un gran autor así como de una gran historia que tal vez, si no hubiese sido gracias a la serie de películas habría conocido más tarde.

    Recién acabo de terminarlo (y quiero saber qué ocurrió con Gandalf... aunque la portada de la edición que tengo quizás me arruine el suspenso), y puedo decir que de las películas basadas en libros que he leído, aún no he podido quedarme con ninguna que pueda equipararse a la esencia que me deja el relato escrito (aunque tenga bien en claro que una es la interpretación del director, y otra diferente que no tiene por qué coincidir, la mía), en particular de éste, que merece ser leído y releído porque está construido a partir de los detalles, desde el bello modo que tiene Tolkien al describir los colores, aromas, paisajes intrigantes, sombríos o de paz eterna en torno a los cuales se va desarrollando hasta las leyendas y canciones a las cuales se alude ligadas con la historia principal y que devienen en más y más ganas de continuar adentrándose en los protagonistas de esos relatos antiguos. Francamente, creo que si me pusiera a narrar cada apreciación, cada emoción y pensamiento que me suscitó su lectura, no alcanzaría a llenar las páginas que quisiera.
    Sin embargo, hay algunos rasgos que me dejaron una huella, y quisiera compartirla en esta publicación. Existe uno de los diferentes pueblos que alberga la Tierra Media que me sorprendió y a la vez, me agradó durante el relato, como son los Elfos. Si bien en una breve publicación anterior ya había hecho mención sobre un elemento muy importante en su cultura, la música y las leyendas hay otro atributo que poseen que me acercó muchísimo a ellos. Porque cuando uno piensa en seres muy bellos al igual que sabios, puede constatar a menudo la impresión que se lleva después de haber tratado con ellos (y antes, también) es que tienen idénticas proporciones de soberbia, pero lo contrario sucede con estos seres, ya que su luminosidad no radica en su aspecto físico principalmente sino en su gentileza y su generosidad que los convierten en personajes legendarios, como en este pasaje que no será lo mismo si se acompaña con la canción Staralfur de Sigur Rós, pueden ayudar y salvar del mal sin obtener nada a cambio a un grupo de hobbits desorientados en tierras desconocidas, invitándolos luego a compartir de una noche junto a ellos y de sus alimentos que escasean porque caminan el exilio, sintiendo como única recompensa la alegría al saber que uno de esos hobbits conoce su idioma y que no satisfechos apenas con este descubrimiento lo nombren “amigo de los Elfos... o como en Rivendel donde los Elfos en épocas del concilio la reunión comienza antes de sentarse a discutir las cuestiones que les atañen, porque antes priorizan sentarse a compartir la mesa con integrantes de diferentes pueblos. Por otro lado, pienso que si pudiera vislumbrar al menos resabios de la música (porque yo a la música también la recreo en imágenes) de los Elfos en alguna banda contemporánea, sonarían sin dudas como Sigur Rós, Amiina, Oláfur Arnalds y Yann Tiersen cuya magia me guió a lo largo del relato... y tal vez incluso sin modificar la tonalidad de sus voces, porque creo que si escuchara a una elfa hablar podría hacerlo mediante la dulce y suave voz de Claire Pichet.

    No obstante, de un personaje me enamoré de veras, y no debido a su aspecto exterior (que además, dista bastante de la caracterización que consiguieron en la película... sí, en Hollywood realmente hacen magia), es de Trancos o Aragorn, alguien capaz de ver y oír cosas que nadie veía y oía, y en quien las apariencias resultan completamente engañosas puesto que su modo de llevar la vida a los ojos ajenos, es adverso a lo que significa en la realidad, por ese motivo es que tenemos que conocerlo de verdad para descubrir al verdadero Aragorn. ¡Y qué mejor identificación que pude encontrar en él!

    Si bien antes había despreciado esta historia a causa de cierto prejuicio (no sólo era nacionalista en las preconcepciones) que me impedía acercarme a las historias catalogadas como ciencia ficción apenas por considerarla muy fantasiosa e imposible de creerla, cuando en este momento ya no busco certezas, como decía el querido Cortázar en una entrevista, y si puede conmoverme una historia de personajes ficticios, o no, porque Tolkien para esta obra se ha basado bastante en las raíces de culturas nórdicas e inclusive de su propia procedencia, es porque hoy en día lo fantástico se encuentra en mí entrelazado con lo real en esas ansias de difuminar los límites hasta hacerlos borrosos y poder escapar de ellos, imaginar, explorar y adentrarme en aristas que mi mente habitual y corriente aún no ha alcanzado a percibir.

    La Comunidad del Anillo no es sólo una narración de guerra, sino que es al mismo tiempo una narración sobre poder; de hecho pude leer la descripción más precisa de poder que jamás había podido conseguir en cualquier libro de historia, un relato sobre temores que se respiran mientras el dominio de la Sombra se aproxima y acrecienta, y sobre todo, una historia acerca de valores, como la amistad, la solidaridad, la unión, la búsqueda de la reconciliación a pesar de viejos rencores, sobre seres poderosos que además pueden entrañar humildad, y en igual medida son capaces de aceptar sus errores así como escuchar el parecer de los demás, una historia acerca de la conexión de los seres vivos con la naturaleza, y sobre quienes tanto tenemos que aprender, pues se vinculan de tal modo con ella que la conciben como el único espacio que tienen y que por ende deben cuidarlo aún cuando ello implique la ruptura de la tranquilidad individual para lograr un bienestar sin ninguna clase de sujeción donde cada habitante de la Tierra Media alcanzara a tomar parte.

    A continuación, y antes de finalizar (quiero irme a la cama a comenzar Las Dos Torres), quisiera dejar algunas frases que subrayé, las cuales realmente me impresionaron...

“Un mortal que posee uno de los Grandes Anillos no muere, pero no crece ni adquiere más vida. Simplemente continúa hasta que al fin cada minuto es un agobio. Y si se lo emplea a menudo para hacerse invisible, se desvanecerá, se transformará en un ser perpetuamente invisible que se paseará en el crepúsculo bajo la mirada del Poder Oscuro que rige los anillos. Sí, tarde o temprano (tarde si es fuerte y honesto, pero ni las fortalezas de los buenos propósitos duran para siempre), tarde o temprano el Poder Oscuro lo devorará.

“Siempre después de una derrota y una nueva tregua, la Sombra toma una nueva forma y crece otra vez”.

“La Gente Grande y la Gente Pequeña (como se llamaban unos a otros) estaban en buenas relaciones, ocupándose de sus propios asuntos y cada uno a su manera, pero considerándose todos parte necesaria de la población de Bree. En ninguna otra parte del mundo hubiera podido encontrarse este arreglo peculiar (aunque excelente)”.

Elen síla lúmenn' omentielvo, una estrella brilla en la hora de nuestro encuentro”.

“Hay una semilla de coraje oculta (a menudo profundamente, es cierto) en el corazón del más gordo y tímido de los hobbits, esperando a que algún peligro desesperado y último la haga germinar.

En Rivendel junto a los Elfos: “Frodo no había visto ni había imaginado nunca belleza semejante en una criatura viviente, y el hecho de sentarse encontrado a la mesa de Elrond entre tanta gente alta y hermosa lo sorprendía y abrumaba a la vez. Aunque tenía una silla apropiada y contaba con el auxilio de varios almohadones, se sentía muy pequeño, y bastante fuera de lugar, pero esta impresión pasó rápidamente”.

Sobre Frodo, también en Rivendel (la bastardilla corre por mi parte): “Buscó primero a sus amigos. Sam había pedido que le permitieran atender a su amo, pero le respondieron que esta vez él era invitado de honor”.

“Es peligroso estudiar demasiado a fondo las artes del Enemigo, para bien o para mal”.

“Basta desear el anillo para que el corazón se corrompa”.

Es el Medio Elfo Elrond quien habla: “Ésta es la hora de quienes viven en la Comarca, de quienes dejan los campos tranquilos para estremecer las torres y los concilios de los grandes”.

“Muchos males han de caer sobre un país para que olvide del todo a los Elfos”.

“Sólo oigo el lamento de las piedras que todavía los lloran: Profundamente cavaron en nosotros, bellamente nos trabajaron; altas nos erigieron, pero han desaparecido”.

“Es cierto que el mundo está colmado de peligros, y que en él hay muchos sitios lóbregos, pero hay también muchas cosas hermosas, y aunque en todas partes el amor está unido hoy a la aflicción, no por eso es menos poderoso”.

“En todo lo que crecía en aquella tierra no se veían manchas ni enfermedades ni deformidades. En el país de Lórien* no había defectos”.
*reino de Elfos

“Aunque Frodo caminaba y respiraba, y el viento que le tocaba la cara era el mismo que movía las hojas y flores de alrededor, tenía la impresión de encontrarse en un país fuera del tiempo, un país que no languidecía, no cambiaba, no caía en el olvido”.

“[...] nunca había tenido antes una conciencia tan repentina e intensa de la textura de la corteza del árbol y de la vida que había dentro. La madera, que sentía bajo la mano, lo deleitaba pero no como a un leñador o un carpintero; era el deleite de la vida misma del árbol”.

“'Oscuras son las aguas del Kheled-zâram y frías son las fuentes del Kibil-nâla, y hermosas eran las salas de muchas columnas de Khazad-dûm en los Días Antiguos antes que lo reyes poderosos cayeran bajo la piedra'. Galadriel miró a Gimli que estaba sentado y triste, y le sonrió. Y el enano, al oír aquellos nombres en su propia y antigua lengua, alzó los ojos y se encontró con los de Galadriel, y le pareció que miraba de pronto en el corazón de su enemigo y que allí encontraba amor y comprensión”.

“Puedo ordenarle al Espejo que revele muchas cosas y a algunos puedo mostrarles lo que desean ver. Pero el Espejo muestra también cosas que no se le piden, y éstas son a menudo más extrañas y más provechosas que aquellas que deseamos ver. Lo que verás si dejas en libertad al espejo, no puedo decirlo. Pues muestra cosas que fueron, y cosas que son, y cosas que quizá serán. Pero lo que ve ni siquiera el más sabio puede decirlo. ¿Deseas mirar?”.

“Recuerda que el Espejo muestra muchas cosas y que algunas no han ocurrido aún. Algunas no ocurrirán nunca, a no ser que quienes miran las visiones se aparten del camino que lleva a prevenirlas. El Espejo es peligroso como guía de conducta”.

Hay quien lee y prefiere hacerlo desde la confortabilidad de un sillón, de su cama o quizás contra el tronco de un árbol que puede convertirse en un cómodo respaldo para un lector, pero también hay quienes encuentran entre las páginas una cuerda que a la vez los desanuda de ese sillón, de esa cama o de ese tronco de árbol y los introduce en un mundo donde aunque invisibles, también pueden ser protagonistas. Y así, Tolkien me hizo sentir como en casa en su mundo creado, como la niña que no discierne entre realidad y fantasía, como cuando se cumple el milagro de la vida al abrir las páginas de un libro y al cerrarlas sigue permaneciendo el deseo de quedarse a vivir para siempre en él.  

Claris.