Conocida es ya esta tríada, desde el embrión de la Revolución francesa (1789), como los pilares sobre los cuales se fundamenta la democracia luego del reinado del despotismo ilustrado cuando el poder del monarca no se sujetaba a ninguna limitación a excepción de la ley divina, cuya autoridad estaba encarnada en la Tierra en el propio rey. Si bien se han expandido mediante su repetición hasta el hartazgo por parte de políticos de diferentes banderas, y también desde la escuela primaria nos han sido inculcados durante las clases de Historia, esconden una evidente contradicción en su conjunción, cuyo trasfondo intentaré aclarar en este artículo, ante las constantes pretensiones de reciclarlos.
En primer lugar, busquemos una definición extensiva de la libertad (siempre en términos humanos, claro). Podría decirse que se trata de la facultad que tiene el ser humano de obrar o no, según su propia voluntad. En este sentido, se han reconocido las libertades de comercio, luego la política y más tarde a lo largo de los años y sucesivas guerras, se extendió a la libertad religiosa, de prensa, etc.
Ahora bien, teniendo en claro que la libertad consiste, en otras palabras en hacer lo que cada uno considera, ¿cómo puede entonces estar ligada la libertad a la igualdad? Puesto que teniendo en cuenta que todos los ciudadanos somos libres de actuar a nuestro antojo, entraríamos en violación con el concepto de la igualdad, que implicaría imponernos un cierto límite en la toma de nuestras decisiones, para no quebrarla. Sin embargo, entonces, ¿podríamos seguir hablando de libertad? Esa limitación no estaría establecida por la propia persona, sino por algo superior, como lo es la ley que nos rige a todos, queramos o no, y además, dios para algunas personas religiosas. Pero si pensamos que las leyes pueden modificarse, entonces ese límite estaría finalmente establecido según las autoridades. Esto sí que es peligroso, pues tácitamente significa que hemos encomendado nuestra libertad a otras personas. Por otro lado, retomando el concepto de igualdad, ¿en función de que se determina que una persona es igual o diferente a otra?
Por último, nos queda el concepto más abstracto de todos, y por ello es el que entraña el mayor riesgo. Cuando hablamos sobre la fraternidad, es referida siempre en torno a un vínculo social en particular, ya que su aplicación estricta conlleva a la dicotomía entre amigos y enemigos.
Ahora bien, concentrándonos en la historia, encontraremos a la burguesía como dominante del mercado hacia el siglo XVIII, cuya libertad de comercio estaba afianzada -aun más, con la Revolución industrial en sus albores- desde que comenzaron a expandirse las relaciones mercantiles durante la decadencia del feudalismo. En ese contexto, puede aseverarse que la autoridad de la realeza representaba un completo estorbo para el desenvolvimiento de una clase burguesa, que poseedora del poder económico, además no iba a aceptar ser marginada del poder político fáctico. Inexorable era entonces que emergieran las llamadas revoluciones burguesas, cuya mayor exponente fue la Revolución francesa. Por supuesto, no podemos permitir apartar a la Revolución de mayo argentina (y por supuesto, las demás latinoamericanas), pues fue heredera directa de la revolución de Francia. Al tiempo que naciones como Reino Unido, Francia y los Países Bajos abrumaban con su desarrollo apoyado en las industrias agrícola, tecnológica y textil, España se arrodillaba ante sus acreedores debido al despilfarro de sus nobles y las locuras religiosas, que se proyectaban en guerras y catedrales ostentosísimas. Sin embargo, esto no era suficiente, ya no sólo la mayor parte del comercio tenía lugar dentro del contrabando, sino que a las colonias americanas les estaba vedado por la Metrópoli comerciar entre ellas. Las ideas liberales propugnadas por la "ilustración" francesa no tardaron en desembarcar al continente americano, de hecho Estados Unidos declaró su Independencia del Reino Unido en 1776. Aunque en el hemisferio sur, el desarrollo de los hechos tuvo otra fundamentación. Nunca fue ignoto el interés de la rubia Albión por el Virreinato del Río de la Plata, incluso fue puesto de manifiesto por el gobernador de las Bermudas John Pullent, quien a través de una carta al ministro Robert Haley, conde de Oxford le confesaba su apetito: "el río de la Plata es el mejor lugar del mundo para formar una colonia inglesa". Sucedía que el Reino Unido transitaba el pleno auge industrial y por ello, demandaba gran cantidad de materias primas, que sin dudas los intereses de hacendados y porteños (de los puertos) de Buenos Aires le proporcionarían, condenando así a las mal denominadas provincias del interior. Por otro lado, la sobreproducción inglesa comenzaba a superar al consumo, lo cual orientó su necesidad de encontrar nuevos mercados donde colocar los excedentes mediante el establecimiento de nuevas rutas comerciales estratégicas. De allí vemos que se forja la política favorable a la supuesta emancipación americana, cuando en realidad no fue sino un traspaso de dueños de manos hispánicas a británicas, sin olvidar el costo político que tuvo para la Corona española la respuesta de la población a la llegada de las tropas inglesas en el aun dudoso capítulo (según mi opinión) conocido como las invasiones inglesas, en cuyo eje creo que fueron dadas las directrices a seguir para el futuro establecimiento del gobierno patrio.
A la izquierda, el rey inglés Jorge VI cuando era duque de York; a su derecha, el general argentino José de San Martín.
Creo que no es necesario señalar la marcada semejanza de ambos uniformes ni dar detalle sobre la originalidad de la vestimenta de los granaderos argentinos.
En este sentido, los términos susodichos no se entienden más allá de su vinculación con la clase, y así como queda expuesta la imposibilidad de ampliarse a todo el espectro ciudadano, se diluye su aparente contradicción sabiendo que la libertad bregada que desembocó desde Francia al río de la Plata resultó ser la libertad de comercio; en situación de igualdad se estarían posicionando entonces los burgueses, quienes tenían impedido llevar a cabo sus actividades mercantiles libremente; por último, la fraternidad los caracterizó desde un principio, pues de otro modo no se habrían erigido como los continuadores de esta ola llamada capitalismo.
Antes de terminar, quisiera compartir un extracto tan abrumador como sugestivo que incluyó Eduardo Galeano en su último libro Espejos, el cual nos da muestra de la calidad de personas que pueden ocultarse detrás de dichos conceptos: “[...] Gracias a Locke, sabemos que Dios otorgó al mundo a sus legítimos propietarios, los hombres industriosos y racionales, y fue Locke quien dio fundamento a la libertad humana en todas sus variantes: la libertad de empresa, la libertad de comercio, la libertad de competencia, la libertad de contratación. Y la libertad de inversión. Mientras escribía su «Ensayo sobre el entendimiento humano», el filósofo contribuyó al entendimiento humano invirtiendo sus ahorros en la compra de un paquete de acciones de la Royal Africa Company. Esta empresa, que pertenecía a la corona británica y a los hombres industriosos y racionales, se ocupaba de atrapar esclavos en África para venderlos en América. Según la Royal Africa Company, sus esfuerzos aseguraban un constante y suficiente suministro de negros a precios moderados”.
Galeano, Eduardo, Espejos, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2008.
Id., Las venas abiertas de América Latina, Buenos Aires, id., 1989.
Roberts, Carlos, Las invasiones inglesas, Buenos Aires, Editorial Emecé, 2000.