Cala hondo el vacío en la garganta. Desgarramiento que se siente, físicamente como un desprendimiento de algún mismísimo Perito Moreno. Que no logra eyacular el hielo por no poder evacuar... todos los nombres por los que calla la rehuida angustia. Cardiorrespiratoria, así se llama la gravedad. El oxígeno estará apresado, en alguna cavidad morfosemántica que no me atrevo a pronunciar. Y en el fondo circulan glóbulos rojos, circundan las plaquetas, se cercenan los antígenos y está todo bien.
1. Últimamente no bebo para alegrarme (para eso me pongo a cantar en karaoke) sino en un intento de procurarme algún tipo de placer autoerótico.
2. El tiempo que me va a llevar graduarme el año que viene, se está constituyendo en técnicamente un imposible. 3. Tengo que enviar el texto al concurso literario de la Muni y arrojarle una gacela a mi Luna en Leo. 4."Cada mañana, en el África, una gacela se despierta; sabe que deberá correr más rápido que el león, o éste la matará. Cada mañana en el África, un león se despierta; sabe que deberá correr más rápido que la gacela, o morirá de hambre". (Nacidos para Correr, Christopher McDougall).
¿Cuál es el precio por sentirse deseada y querida? ¿Lucir alguna que otra pilcha llamativa? ¿Tal vez, también, plantarse una sonrisa de oreja a oreja? ¿Hacerse de unas manos entrenadas para la cocina? ¿Agilizar el sentido del humor? ¿Cultivar un sentido de la estética cultural? ¿Realzar el aprecio por un cuerpo que aunque no destaca por voluptuoso, cuando arde, sacude todo lo esperado? ¿Mostrarme confiada, optimista, solícita? ¿Estar atenta al bienestar del otro? ¿Cuidar su alegría, especialmente de las caídas? Desconcierta, hallarse postulando la paradoja de que una, quizás ya lo haya intentado todo y en definitiva, nada alcance.
La próxima vez, siento que voy a querer decirle: "espectacular tu clase del otro día" y se me van a querer escapar los brazos del torso. Pero por supuesto, el abrazo no me va a salir. Siempre digo que antes que exhibicionista, soy inhibicionista. Y además, si planeo las dos cosas, seguramente me quedarán ambas guardadas para mí, como proyectos inconclusos. No sólo fue que me resultó todo tan claro, el entusiasmo de su transmisión, y el que haya hecho palpables situaciones clínicas que yo toco con la experiencia sin perder el rigor y la coherencia de los conceptos, es un combo que no conseguía fácilmente cuando un profe dictaba psicoanálisis en la facultad... Más que eso: últimamente me resultaba bastante aburrido y hasta confuso leerlo a Freud. Pero ésta, es una alegría tanto inmejorable por lo inaudita como absurda por lo fugaz. Mi tendencia es sentirme teóricamente cada vez más cerca de Carlitos Jung y la inminencia del congreso "Lo humano es simbólico" en Córdoba lo reafirma en magnitudes directamente proporcionales a la sonrisa que se me dibuja en la cara cada vez que pienso en ello. Pero el seminario que curso, "El narcicismo en la clínica actual" basado en la obra de Bleichmar y Horstein, hoy me tentó... así como ese Lemon Pie que hace aproximadamente dos semanas quiero cocinar, que por un momento me dije "Apalapapa!, esto suena bastante interesante por los visos de realidad" y sentí placer al sentirme una junguiana con derecho a roce de otras corrientes, cuando las juzgue sensatas en sus planteos. Ahora ... sí quiero ponerme spinoziana y astrológica: ¡qué alegría lo que puede un cuerpo cuando se confirma el hallazgo de un hogar, sobre todo consignando el Sol de hoy en Cáncer, aunque sea uno teórico, y aunque sea uno prestado por lo que dura la hora y media de la clase. Qué motivada fue la pedaleada de vuelta. ¡Quiero vale 4! Truco y re-quete-contra-re Truco!
¡A entangarse si son guapos!
domingo, 17 de junio de 2018
"Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que empezar a amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración no puede amar".
Introducción al narcicismo, S. Freud (1914).
Más que extrañarlo a él, siento que, con la intensidad de la verdad añoro, lo que podríamos haber sido juntos. Y siempre nos encargamos de suspender... galopando los excesos de orgullo, de quien piensa que tiene toda la vida, toda para disfrutar...
con la altivez de quien se atreve a disputarles, a las cuestiones del amor, su justo valor.
La yerba está pasada: en estas condiciones, el tomar mate bien podría ser una transgresión a la tradición. Pero ante todo, una sigue respetando a su estómago. Ya me había levantado para conseguir banco. No tengo ganas de volver a levantarme para salir del aula, a renovar la yerba. La clase se me hace inhóspita, y si salgo es para marcharme definitivamente. El séquito de estudiantes le aplaude a su siempre-y-cuándo-no-bien-tolerado profesor el granizo de ocurrencias que no vienen al caso de una clase sobre educación. Ojo, que acompañando la base rítmica del choque de unas copas de cerveza o de vino, serían un hitazo. Por un momento pienso que quizás en mi intolerancia se entremezcle el hecho de que son las 17 hs. y que ese día la alarma del celular me arrancó de la cama a las 5 a.m. para terminar de preparar un trabajo de su asignatura. Pero por otro momento... no... (desde que concurro a su clase, en algún momento) mi endiablado sentido común me chista que tengo que ser premeditada, levantar la mano, considerar un triunfo el derecho a la espera, porque hay otro de sus secuaces que se postula a interlocutor al modo de ayudante de cocina que se ofrece a decorarle su torta con todos los firuletes de dulce de leche y crema, y por fin poder espetarle al profesor, "que en estas condiciones seguramente me ganaré un aprobado en la materia pero habré resignado mucho tiempo". Sí, él estaba en lo cierto cuando en la clase anterior, me llamó la atención porque según su sano juicio estaba preocupada mirando mi reloj pulsera. Pero en realidad... para ser francamente sincera (es uno de los atributos que la gente más me destaca, más allá del bien y del mal) estoy allí por el aprobado. Y porque el resto de los profesores parecen estar tan chiflados como él. -¿Y ya falta menos para irnos? Le consulto al reloj. Ah... al menos sus modos no son agresivos. Así que tendré que ponerme a esculpir una figurilla de arcilla de la paciencia. ¿Cómo es la forma que tendría que asumir tolerancia? Quizás tendría que esperar a terminarla, y en cambio, dedicarme a moldear la sustancia. Tal vez así me daría cuenta que mis pretensiones hacia este hombre revelan mi orgullo... en otras palabras, mi falta de paciencia hacia mí misma. Oh... sagrado tiempo. Quisiera seguir conociendo a Jung e inventándome un plan de estudios, de carrera, de vida... o cuando menos, tratar de arreglármelas para aprobar Psicología social en quince días. En 2 hs. alguien volvió a elegirme. No importa cómo. Hizo lo que tenía que hacer y estuvo bien. "El todo no lo es todo", dice el apunte, "esto no es la garantía de que haya logrado algún grado de especificidad o particularización". Cuando el cuerpo me regalaba sangre a borbotones, el lugar para estar era la biblioteca. Ahora sí, gustosa de catar la yerba nueva en el mate. Ah... ahí sí que el pianito de Bill Evans puso a bailar a mi mente con Ana María Fernández... Aunque qué bien que se enmarañó conmigo sobre las sábanas aquél muchacho el otro día. Hasta me hizo olvidar... Que lo había olvidado, que se lo pasaba tan bien y que yo podría sentirme en condiciones para proclamar una ley física, que a un percepto le sucede otro distinto no siempre de igual magnitud pero en relación directa con el tiempo transcurrido. Y para enseguida querer borrarla de un plumazo porque no quiero saber nada con seguir echándole leña al fuego leonino de la vanidad que, cuando no está sacando a ostentar sus encantadores atributos, me la cruzo juzgándome a los latigazos a modo superyoico porque nunca me doy abasto. Anoche, durante un interludio de la clase de tango, sonó una canción de flamenco. Puse en acción mi mnemotécnica por antonomasia: concentrarme sólo en una parte de la letra y tratar de retenerla. Podría bien haberle preguntado a la profe de qué canción se trataba pero en vez de eso me fié de mi memoria. Seguramente a través del buscador de internet, que es capaz de hallar una aguja en un pajar, la encontraría fácilmente. Bastaba teclear "dos amantes+sobre mí+flamenco" pero me faltaban algunas palabras que seguramente dejé escapar de alguno de mis pasos sobre la pista. Qué lindo el sentirse elegida para bailar... para lo que sea que implique el disfrute bondadosamente compartido. Que no es vanidad, porque la vanidad es pretender el dominio siempre fallido de la belleza por la ignorancia. Creo que los tangueros tienen una sana costumbre: cuando se cambia de pareja de baile, a ésta se la despide con un beso en la mejilla y un "gracias" intercambiado con palabras. No sé si así se cura la herida o si en realidad estaré aplicándole emplastos de aloe vera. Como sea, no importa. Biendecidas las humoradas de los aprendices de tangueros que bailaron conmigo. Un aplauso para el asador, y otro para el tiempo amablemente disfrutado. El resto, no importa. A la canción de flamenco no pude encontrarla. En cambio, encontré otra que tiene un cariz instrumental suave, muy similar. En todo caso, puedo preguntarle a la profe el miércoles que viene cuál podría ser la canción que estoy buscando.
"Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pintos o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allí lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkyria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu'en hiver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movía, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh, Maga, y no estábamos contentos".
Rayuela: págs. 16 y 17 (Editorial Punto de Lectura, 2010). Julio Cortázar. 1963
Recortando ahora y vuelta a coser toda la tela de mi romanticismo fundamental, al que quizás mandado a exponerse en su condensación narrativa se le hayan superpuesto algunos significantes, lo que estrictamente quiero decir ya lo cantó bien directamente (en un delirio de claridad) Lacan: "no todos los días encontramos lo que está hecho, de tal modo que pueda brindarnos justo la imagen de nuestro deseo". Y eso importa atribuirme el derecho a sacralizar la implicación de la experiencia. Nada hay de banal en el encuentro con una misma. En nada hay que quitarle el valor a la persona que contribuyó a despertar o crear esa magnitud de sensaciones, aún cuando en última instancia no vaya a responderme puntada a puntada en la consumación del deseo.
Quien escribe, andaba transitando la noche sobre calle San Juan, bicicleta mediante. Al pasar junto a un auto estacionado, su conductor me lanzó una propuesta: "¿Doblamos en la esquina, bebé?". Como no salía de mi asombro, no pude menos que empezar a aventurarme por el origen de semejante oferta (que con sobradas razones rechacé sin responder palabra). Hete aquí que gracias a uno de los dobleces facilitados por el asiento de la bici, el vestido se me había levantado y llevaba parte de la nalga izquierda al descubierto. Tan sólo disimulada de una mayor exposición, por el pantalón corto que calzaba bajo el vestido. Inevitablemente pensé: chica indecente al volante, salió prosti-móvil.
En buena hora, ocurrió aquella tarde en que pude fijarme en él. Adecuado, el momento todo. La lluvia, resaltó la música, por cuyo sendero transitaba el distinguido crepitar de las grabaciones antiguas. Los dados arrojados por el destino, cuando cayeron, formaron el par. Los instantes sempiternos en que supe que al deseo no tiene por qué llevárselo la partida de un hombre.
Quise. Mi temblorosa y revolucionada piel sabe cómo quise haber permanecido en sus ojos. Aún erguidos frente a frente. Enfatizando ese modo tan cercano de encuentro sideral. Como cuando entran en conjunción los planetas. Prendidos de la mano y enlazados en el abrazo que posibilita al tango.
Quise acortar mi torpe timidez, de la forma en que él se las ingeniaba para derrumbar la distancia. Válgame el diablo, si dios supiera cómo quise. La piel atestigua cómo fue creciendo el deseo. Las palabras, las escasas, también fueron las justas y las precisas. Hasta la humedad pegajosa estuvo bien... mediante su flujo él deslizó sus dedos cual guitarrista sobre sus cuerdas y me condujo los movimientos que pudieron haber sido más coordinados de no ser por la mirada huidiza... mi escurridiza mirada inaccesible que no quiere descubrir que la están viendo imperfectamente frágil. Que no quiero que me reconozca así del todo, desfigurada como soy. Que yo así me encontraba flotando en la lontananza. Y quiero apreciarle su humildad, su sencillez y su belleza artesanal. Pero que quería detenerme en esos ojos almendrados, de todas formas y sobre todo, que quiero verlo y poder aterrizar al ocaso de lo que cubren sus ropas cuando se desvista.
lunes, 19 de marzo de 2018
El hijo de un diplomático que acaba de llegar de Francia escupió en el dorso de una carta y me la pegó en la frente. Riendo a carcajadas me empujaron contra un espejo. Era un arcano del Tarot de Marsella: L'Hermíte, El Ermitaño. Vi en ella mi infame retrato: un ser sin territorio, solitario, transido de frío, con los pies llagados, marchando desde una eternidad en busca ¿de qué?... De algo, fuera lo que fuera, que le diera una identidad, un sitio en el mundo, un motivo por el cual seguir viviendo. «El anciano alza una lámpara. ¿Qué alza mi alma milenaria? (Ante la crueldad de mis compañeros sentí que mi peso era un dolor transportado durante siglos.) ¿Será esa lámpara mi consciencia? ¿Y si yo no fuera un cuerpo vacío, una masa sólo habitada por la angustia, sino una extraña luz que atraviesa el tiempo, a través de innumerables vehículos de carne, en busca de ese ente impensable que mis abuelos llamaban Dios? ¿Y si lo impensable fuera la belleza?»
"Yo hago mi cosa y tú haces tu cosa. No estoy en este mundo para llenar tus expectativas. Y tú no estás en este mundo para llenar las mías. Yo soy yo, y tú eres tú; Y si por casualidad nos encontramos, es hermoso".
Fritz Perls.
Una vez... me dijiste tantas cosas... que en realidad, creo que no me dijiste... sino alguna que otra cosa que te atajé significativa y la subrayaste... con alguna que otra cosa que hiciste, correctamente oportuna, en varias veces... que no te creí que no me marcaste el gol que aún no me puedo creerlo, involucrarme yo, en esta situación de sólido afecto. Para mí. (Proeza de arco a arco). Es siempre desde entonces.
Necesito, con urgencia inminente, asumir los riesgos de cada decisión que lanzo al mundo. Comprender que a cada acción pueden sucederle no una, sino consecuencias contradictorias. No para aturdirme de pensamientos sino justamente todo lo opuesto. Poder anticiparme hacia aquél resultado que más se ajuste a lo armónicamente posible. Prevenirme de los desastres que de lo contrario me perseguirán hasta en lo sueños. Cautela, la carta de la inocente no tiene que jugar más a la ingenua. Como decía Jung en alusión a Nietzsche, él no quería ser como éste,como una brizna empujada por el viento.
(bicicleta te extraño, verruga espero que te vayas y no vuelvas, examen quiero aprobarte, vida quiero vivirte en alegría, huerta quiero verte en abundancia, amistades los quiero mucho y les deseo lo mejor)
Querida 2 ruedas. Su ausencia empieza a imponerse en mi percepción,
en mis planes. Te cortaron la cadena y a mí me cortaron las gambas. Ella me había acompañado en el objetivo entusiasmado de
volver a correr. 1, 2, y a la tercera vuelta ya no te vi. Ayer era un día proyectado
hermoso, como trato de que sea cada uno. En especial porque, ya en carrera, me había
sobrepuesto a algunas contingencias, que no tenían que ver con el calor. Si
hasta quería escribir “las gambas tocan el bombo del corazón y le hacen pito
catalán al dolor de omóplato derecho y a un cerebro que se desalienta a sí
mismo”. O algo así. Lo cierto es que quería dejar de correr antes de haber
completado la primera andanza de 20 minutos. Casi me convenzo de ello por
las molestas sensaciones corporales que no calmaban a pesar de los masajes que me aplicaba.
(Y es inevitable que después de todo ahora piense que tendría
que haberme ido sólo para complacer a mi Diablo, depredador interno que no
termino de conocer. Porque también podría pensar que en primera instancia nunca
tendría que haberla llevado, que no podría jamás dejarla sola. Pero que al
menos no fue violento y que quizás el robo me haya evitado tener un accidente. Pero
todo esto no es más que una hecatombe de elucubraciones posteriores que no sirven
para nada más que para cavarme un foso más hondo de tristeza e impotencia).
Recuerdo que al principio no confiaba en ella. En primer lugar,
no quería admitirla en mi vida por el orgullo de quien “no puede” aceptar regalos.
Luego, parecía empezar a desarmarse: no paraban de caerse tuercas del asiento. Los
pedales y el canasto se fueron deteriorando durante la primera semana de uso. Al
tiempo fue el eje el problema. Luego vino el descubrimiento de que la rueda era
inadecuada para ese cuadro, que se trababa. Al tiempo: cambio de cubierta,
cambio de rueda. Pero a esta altura, ya la había adoptado, había estrenado mi
primer accidente arriba suyo, la había “tuneado”, como se dice ahora, con un
guardabarros, nuevos puños además de un canasto bastante croto, por cierto pero
que me ayudaba a transportar cosas, y la mayoría de los kilómetros gastados
eran parte de la bienintencionada memoria.
Yo que no me encariño con ningún objeto más que con algunos
libros, practicaba el materialismo con la bici. Orgullo de desplazarme a
cualquier lado por mí misma. Quienes me conocían, la bici era una de las primeras cosas
que sabían de mí. De disfrutar del placer de pasear al ritmo de una suerte de
dos alitas, como de las que hablaba Frida. A pesar de todo me doy cuenta de que, si
bien a la bici le iba al pelo el símbolo de las alas, aquellas también pueden
representar la imaginación, a la pasión, al amor y a la alegría. Amor y alegría,
a los cuales juré defender de circunstancias que muy fácilmente podrían habérmelos
arrebatado.
Cuando me di cuenta de que no iba a volver a montar la bici,
la tristeza empezó a surcarme un tajo enorme desde las solitarias piernas hasta
el corazón decepcionado. Pero sobre todo estaban las personas queridas. Que contestaron
enseguida, que se ofrecieron en lo mejor de sí: su afecto. Que me pegué la
vuelta caminando con ellas. Y cuando llegué también estaba el vecino más piola
del edificio para abrazarme con sus palabras.
Opereta del destino, como llamo a ese orden quizás azaroso,
quizás sólo incomprendido por más vasto que nosotros mismos. El vecino bajó en
el cuarto piso. Yo continué el ascenso rumbo al décimo piso. De repente, el
ruidazo testigo del funcionamiento normal del ascensor se había callado. Estaba
atrapada en el ascensor, que se había detenido conmigo adentro. Las personas, que
son pocas, pero excepcionales, seguían ahí poblándome de presencia cariñosa.
La sed perseveraba. Extrañamente y muy a pesar de todo
terminé sacando una sonrisa del pecho. Y respecto a la bici, ojalá que sea
aprovechada, nada más. Como siempre lo mejor de todo es que nos tenemos a
nosotros. Gratitud no es conformismo. Pude experimentar eso, así como científicamente.
Las cosas son accesorios para hacernos más eficiente la vida. Necesarias, por
supuesto. Pero el cariño de la humanidad es lo que nos salva. El corazón está
remendándose y las personas queridas dieron las primeras puntadas. Gracias.
¡Oh amigos, dejemos esos tonos!
¡Entonemos otros más agradables y más alegres!
Alegría, hermosa llama de los Dioses,
hija del Eliseo.
Entramos, oh celeste deidad, en tu templo
ebrios de tu fuego.
Tu hechizo funde de nuevo
lo que los tiempos separaron.
Los hombres se vuelven hermanos
allí por donde reposan tus suaves alas.
Quien haya tenido la dicha
de poder contar con un amigo,
quien haya logrado conquistar a una mujer amada,
que su júbilo se una al nuestro.
Aún aquel que pueda llamar suya
siquiera a un alma sobre la tierra.
Más quien ni siquiera esto haya logrado,
¡que se aleje llorando de esta hermandad!
Todos los seres beben de la alegría
del seno abrasador de la naturaleza.
Los buenos como los malos,
siguen su senda de rosas.
Ella nos da besos y vino
y un fiel amigo hasta la muerte,
al gusano le concedió la voluptuosidad,
al querubín, la contemplación de Dios.
Volad alegres como sus soles
a través del inmenso espacio celestial,
seguid, hermanos, vuestra órbita,
alegres como héroes en pos de la victoria.
¡Abrazaos millones de hermanos!
Que este beso envuelva al mundo entero!
Hermanos! Sobre la bóveda estrellada
habita un Padre bondadoso!
¿Flaqueáis, millones de criaturas?
¿No intuyes, mundo, a tu Creador?
Búscalo a través de la bóveda celeste,
¡Su morada ha de estar más allá de las estrellas
Letra Oda a la alegría (Beethoven).
Recorte de la peli Hombre mirando al sudeste (Eliseo Subiela).
A razón directa de que la marea de la locura crece, el remedio que ha buscado la inquietud, ha sido un chaleco químico enmacoñado y una dotación de trotecaminatas! Así es como una se desentiende de toda la mierda, que últimamente se ha venido cargando encima... por medio de unos cuantos escupitajos de saliva!
¡Discazo!
(desde mi miopísimo punto de vista pero agudísimo oído 😆)
Es una constante su querer incorporarse en el tránsito de mis tiradas. La mujer está erguida y me interpela, en la densidad de mi perseverante encorvadura.
Hay quienes dicen que su figura posee la sabiduría del equilibrio sobre su cabeza. Yo observo que a la altura de su vientre, donde radica físicamente su
feminidad, ella experimenta con el filo de sus propios instintos.
Desliza sus dedos desde el contorno de las fauces, como quien empieza a explorar las dimensiones de su ser amado. Mientras, escudriña en el foso oscuro de lo
desconocido o de lo ya hace mucho olvidado.
Pero un momento… ¿dónde están los colmillos de la bestia? Recita el movimiento de la compasión hacia la propia
animalidad, que entonces se reclina ante ella. Es probable que el fin del contacto sea darle de comer. Dulce y determinante es el modo en que ella le ofrece su rodilla a
la fiera para su sustento.
La cabellera del león brilla, como la de quien se procura el cuidado de sí mismo. Éste le retribuye sus atenciones con una mirada afectuosa
que no quiere dejarse guiar por el orgullo. Ofrece como moneda de cambio, el no lanzarse al desborde
desmedido de las pasiones. Movimiento de aprecio continuo y espiralado que sale,
entra y vuelve a circular el cuerpo. Llega hacia su superficie iluminándole el torso, hasta pasearse
destellando en el ala de su sombrero.
La dama no necesita vigilar con cautela a un león que no
es hostil. Ella, serena y amorosa, repara en sí misma. Considera una relación de respeto mutuo la de centrarse
en la construcción de la propia integridad. La dama finalmente ha limado las heridas punzantes que le
estampó una existencia vía láctica y se ha ocupado de sí misma, de que nadie,
ni siquiera ella misma ose devorarse.
Pero acaso, ¿el león no parece estar surgiendo de ella? Contenido continente, aquella belleza rugiente.
El coraje de relucirse con todas las remendadas
piezas juntas y la fuerza de saber qué bueno es poder contar con una misma,
en todas sus partes.
Jueves 28 de septiembre, 2.15 pm. La corneta de un churrero chilla ejerciendo la abolición de la siesta en el barrio. Que se le rehúsen tanto las suspicacias de dios como las del diablo. A mí me basta con dedicarle mi absoluto rechazo.