martes, 14 de febrero de 2012

Aquí ya apenas se escucha

   

    A mí me encantaría extender mis brazos en alas, ensancharme como el lobo estepario de Hesse y expandir todo lo que tengo para dar. Nadie más que yo sabría lo feliz que me haría poder remontar mis sueños en otros territorios. Sin embargo, ventanas y puertas están cerradas. De intermedio siempre están las palabras, los barrotes son las palabras que se manosean, se doblan, se exprimen y se secan en otros labios cuando éstos intentan abrirlos por su cuenta. Porque radica en un mecanismo corporal, si físicamente ninguno podrá ubicarse en el lugar del otro. Entonces al menos, espiritualmente tan sólo por un momento tiene que ocuparse el otro de desplazar mentalmente sus barrotes, escaparse tan sólo lo que dure el encuentro de su ensimismamiento individual que lo separa para poder escuchar, para que se concrete el encuentro. ¡Traspasemos las limitaciones físicas! Pero aquí las células están hechas de la materia que compone a cada ser, y no, los problemas no pueden ser celulares porque no podemos ser todos ladrones y quien se atreva a indagar en ellas sólo se descubrirá cuestionándose a sí mismo. 

    Aquí ya apenas se escucha. Se oye, es cierto, la mayoría nació con la capacidad de oír pero parece que fueran despojándose de la misma con el tiempo, a medida que maduran. No, madurar no significa crecer. Todos escuchan pero no todos comprenden, o más bien, simplemente oyen sólo aquello que quieren oír. Nadie puede posicionarse en el lugar de otro porque su subjetividad no supone un traslado sin su interpretación. Pero yo no pedí ayuda, no acudí a consejo porque mi singularidad es propia y como propia, única, y entraña la causa de que nunca podría compararse a la experiencia de los demás, por eso yo no necesito opinión, las lenguas se prolongan demasiado cuando irrumpen en juicios y terminan por regurgitar... y yo sólo necesito que me escuchen.