martes, 17 de noviembre de 2015

Peripecias de un dedo inflamado

    Quien pretenda encontrar en estas líneas alguna conclusión, más vale que se las pique con las manos cubriéndose su rostro decepcionado antes de haber leído nada. Porque lo único que se deja entrever aquí son una serie de miopes observaciones que en nada modificarán el curso de su existencia. Plasmado este prólogo también absolutamente innecesario, pasemos al meollo de la cuestión, si es que esto es una cuestión, y alguien ha visto alguna vez a un meollo.
    Al texto freudiano ¿Pueden los legos (no médicos) ejercer el psicoanálisis? se le solapa un capítulo que no deja de tener secuelas: ¿Pueden los médicos ejercer la medicina?
    Un anodino enigma pretende poner en compota los cimientos del "arte de currar" (ah, no perdón, esa era otra ciencia... siempre quisimos sacarle una r) además de la paciencia del encargado de admisión del sanatorio, a quien le son relatadas una y otra vez las peripecias de un dedo inflamado. 
    ¿Se trataría de una infección en ciernes, del producto de una infección o acaso de una fuerza irresistible y desconocida? Por el momento, el diagnóstico permanece en suspenso hasta bien no entre en intervención otro ambo fucsia pues "a cada maestrito con su librito", y no será sin efectos secundarios.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Qué pintoresca

la pueblerina costumbre de saludar a los colectivos a su paso

miércoles, 11 de noviembre de 2015

De mates y amoríos

Después de la famosa sentencia "tenés quien te caliente la pava", propongo la no tan comprometedora observación: "tenés quien te cebe el mate".
Contemplaría aquellas compañías que reciben la suficiente confianza de nuestra parte como para que nos preparen esta conspicua bebida, mientras nos propinamos otro tipo de intercambios afectuosamente expresivos... ¡pero a poner atención a que no nos laven el mate!

viernes, 21 de agosto de 2015

Un grito, el grito


Un grito que se aturde que no cierra el ojal los hoyuelos que no cose que le prende más botones indignado

martes, 24 de febrero de 2015

Mundo interior, mundo exterior (A. Hofmann)

     Albert Hofmann se hizo notablemente conocido y admirado, con fundamento, por habernos dado a la luz a la LSD (dietilamida de ácido lisérgico), por haber sido el autor del más célebre paseo en bicicleta cuando viajaba entre los efectos de dicha sustancia, y además creo que se merece nuestros más profundos respetos por haber llegado tan lúcido a su ancianidad. También en el campo de la química ha realizado otras importantes contribuciones. Por otro lado, le debemos su aporte decisivo a la resolución de los Misterios de Eleusis (Grecia), donde se celebraban experiencias extáticas como consagración a los ciclos de la naturaleza y el empuje hacia los estados ampliados de consciencia conseguidos allí era ni más ni menos que el cornezuelo de centeno, precursor de la LSD y base de la pócima kykeon. Sin embargo, poco suele comentarse sobre su cosmovisión, la cual fue forjándose desde su temprana infancia y se plasma en una serie de ensayos compilados bajo el nombre Mundo interior, mundo exterior. Nos inicia a la lectura un brillante prólogo de Josep María Fericgla (un viejo conocido en el ámbito de las sustancias psicoactivas), quien nos da una idea muy atinada sobre la importancia del paso por esta vida de Albert. En los textos predominan, expresados en un lenguaje tan sencillo como preciso, temas como la relación entre la mente y la materia, la configuración de la realidad explicada desde la didáctica metáfora "emisor-receptor", la amplitud de la consciencia y la reincorporación del ser humano a la naturaleza como condición para recobrar el sentido de la vida.



    El libro en su total extensión es de sobra interesante como recomendable. Aquí sólo voy a mencionar (curada de espanto de mis comentarios kilométricos) una idea que Albert reverbera, la cual encuentro afortunadamente con asiduidad en los autores que estoy frecuentando y que se me evoca en mis más modestas pero no menos asombrosas observaciones cotidianas. Consiste en que la creación misma, el funcionamiento de la vida* constituye una prueba tangible de la existencia de un plan en diversas configuraciones cuantas formas de vida existen y a partir de allí puede rastrearse una inteligencia que nos precede y nos sucederá a todas las criaturas, a la cual podría llamársela divina, y con ella, una realidad espiritual trascendente a la religiones ortodoxas y dogmáticas que ha fabricado la humanidad. Esta realidad nos vincula a todos los seres como integrantes de la naturaleza en una causa común que nos confiere un lugar en el mundo, puente para una mayor confianza en nosotros mismos que despeje finalmente la incógnita del egoísmo. Cabe destacar que en la emergencia de la realidad Albert nos sitúa como co-creadores. No obstante, no reniega de la ciencia, por el contrario él aclara que su actividad en la química lo acercó a estas inquietudes. Entonces nos muestra a lo largo de sus textos cómo las disciplinas científicas y la espiritualidad en realidad se complementan, siendo ambas necesarias para la experiencia del conocimiento y la vida del ser humano, porque es del modo en que las practicamos donde está el quid de la cuestión.
    Sin más, les doy cita con el libro, cuyo enlace para descargarlo ofrece gentilmente el sitio Contracultura.

*Nota al callo del pie: desde los mecanismos que subyacen al ADN hasta el proceso de fotosíntesis mismo, ni qué hablar de la complejidad del trabajo que desempeña nuestro sistema inmunológico o nuestro organismo por entero cuando se asocia con la voluntad y es capaz de poner en ejecución una idea previamente concebida... si mis conocimientos fueran más amplios, seguramente podría citar más ejemplos.