jueves, 15 de marzo de 2012

Le Petit Prince


     Me bastó apenas una segunda relectura para saber que era mi libro favorito. Aunque en realidad las marcas en sus páginas me delataban por sí solas: había subrayado casi todo el libro. No lo había acomodado en la biblioteca, reposaba sobre mi mesita de luz, y esa noche mientras estaba separando los libros que no había leído de los que sí (para guardarlos) lo encontré. Frágil y pequeño, lo tomé entre mis manos como el narrador a su amigo, y recordé la primera vez que lo había leído, el año pasado. No pude evitar querer rememorar esas sensaciones ni el deseo de buscar otras, sumergiéndome en la experiencia de volver a reproducirlas. Así fue que tras abrir su tapa cuidadosamente, apareció El Principito sujeto sólo a su bufanda y a unas cuantas aves, y en la página siguiente, la dedicatoria del autor: “Todas las personas mayores han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan)”. Como al Principito, la migración de pájaros silvestres lo llevó de su planeta a diferentes cauces que tuvieron su desembocadura en la Tierra, esta dedicatoria me indujo a conocer su historia una vez más.

     Desde la simplicidad de su escritura el libro brinda la apariencia de estar dirigido a los niños, pero allí anida el genio de Saint-Exupéry, pues en sus palabras se encuentran intrínsecas cuestiones filosóficas fundamentales que nos atañen a todos en nuestra vida acerca de su sentido, de los valores de la amistad, del amor, de la importancia de las acciones por sobre las palabras, de la doble utilidad de las cosas, aunque particularmente orientadas desde una mirada de la que muchos se exilian al convertirse en adultos, la de los niños cuya sabiduría no subyace en la cantidad de conocimientos acumulados sino en su forma de ver el mundo. Pienso que aunque luzca físicamente espléndido envejece interiormente quien no conserva la imaginación para los sueños, quien no es capaz de reparar en aquellos detalles que forman parte de las cosas y las personas, los cuales las hacen distintivas unas de otras y por eso especiales, quien mide al tiempo en horas y en forma productiva en vez de evaluar el contexto por el cual adquiere significado, quien recala a la utilidad ínfimamente como consecuencia en un provecho propio y no en el efecto de su reciprocidad, quien no tiene lugar para adentrarse en la profundidad de lo que nos rodea y deja de amar responsablemente, respondiendo por aquellos con quienes ha creado lazos, quien apaga su curiosidad con la satisfacción de las explicaciones. Porque como expresa una de las frases más hermosas del libro, el secreto compartido por el zorro (el secreto de la vida, en mi opinión): “No se ve bien sino con el corazón: lo esencial es invisible a los ojos”.

    Este pequeño Principito, a través de sus sinceros aprendizajes y su certera decisión final han calado tanto en mí que siempre estaré contenta por haber sabido de su felicidad ante la sencillez, así como de sus resueltos deseos por un corderito de papel y de su amor por su rosa única en el mundo. Y como me he dejado domesticar por él, sí, admito que lloraré un poco (como ahora) cada vez que lo recuerde. Sin embargo, me seguiré asomando a la ventana y con la esperanza de que el cordero no se haya comido a esa irrepetible rosa, cuando mire en las estrellas su hogar sentiré resurgir más fuerte la huella perpetua que ha dejado en mí y reiré pues las estrellas serán como “un montón de cascabelitos que saben reír” y reirán para mí.

miércoles, 14 de marzo de 2012

III

“Podrán decapitar mas jamás podrán arrebatarle el alma a los sueños de quienes sueñan despiertos”.



lunes, 12 de marzo de 2012

El Retorno del Rey

    Podría hablar acerca del Retorno del Rey como la culminación de una aventura épica apoyada en el que creo es la más maravillosa y poderosa meta en la vida del hombre, y aunque quizás se trate de la que más esfuerzo pueda conllevar, sea asimismo la que más satisfacciones da ante su encuentro: la búsqueda de la libertad. Es también el libro donde se desata la guerra sospechada como temida, el más belicoso de los tres que componen El Señor de los Anillos, así como uno de los más conmovedores por la amistad que se fortifica leal, el amor que trasciende a las barreras materiales penetrando en el centro de la existencia vital de los dos que aman, y la solidaridad gestada entre los diferentes. Sin embargo, hoy me embarga la nostalgia de quien sabe que está a punto de deshojar las páginas finales del libro que le suscitó sueños como no recuerda haber imaginado, como si a la niña que alguna vez fue soporíferas superficialidades direccionadas por las habladurías del mundo la hubiesen agotado y se hubiese quedado dormida por un tiempo (porque de la superficialidad no puede provenir más que oscuridad), aunque nunca esfumado del todo, siempre allí presente en la infinidad del alma, conservando parte de sí en mi curiosidad ligada al entusiasmo de descubrir otra vez el mundo. Pero esta vez, por mi cuenta, desmembrando los absurdos límites de realidad y ficción que, parientes de los obstáculos, reprimen al alma impidiéndole su desarrollo y la encogen privándola de toda posibilidad de armonía (como los bao-babs en el hogar del Principito), pero siempre intentando refractar la luz del mundo hacia mí la cual me hará brotar una sonrisa, una lágrima de emoción o un nuevo desconcierto hasta el desenlace de las experiencias.

    En éste, al contrario de sus predecesores, todavía no puedo quedarme con ninguno de sus protagonistas. Creo que tampoco lo haré al cabo de dar vuelta la última página, menos aún cuando me irrumpan las incontables reflexiones que podría contar acerca de esta extraordinaria historia amén a la pluma mágica de Tolkien. Data de una época de aprendizajes, cuando en las entrañas de “la comunidad del anillo” podemos comprobar cuán cierta es la máxima que sostiene que la unión hace a la fortaleza, o como escribiría Pink Floyd: “united we stand, divided we fall”, siempre y cuando esté basada en la integridad de cada uno de sus componentes, claro. Puedo decir que esta guerra se ha convertido en una bisagra para todos a quienes involucró, desde Merry y Pippin, Sam y Frodo, e incluso el resuelto Aragorn o el ducho Gandalf, pues cada uno de ellos ha crecido en su interior. Como dijo un Frodo probablemente influenciado por Heráclito: “No hay un verdadero regreso. Aunque vuelva a la Comarca, no me parecerá la misma, porque yo no seré el mismo”. Porque quien le ha visto la cara al mal en sus múltiples formas, el mal capaz de desatar la más vil de las penas, el mal despiadado decidido a arrasar a quien rehúse de su dominación, el mal que es producto del deseo de poder ambicioso, no puede abrazarse con menos anhelo a la libertad, ni contagiarse con menor ímpetu de la felicidad que un alma en libertad despliega.

    Me guardo para siempre este fragmento de conversación entre Aragorn y Éowyn, que plasma la lucha interior por la libertad, en la memoria imborrable del corazón:
- Quizá no esté lejano el día en que nadie regrese - dijo Aragorn. Entonces ese valor sin gloria será muy necesario, pues ya nadie recordará las hazañas de los últimos defensores. Las hazañas no son menos valerosas porque nadie las alabe.
- Todas vuestras palabras significan una sola cosa: eres una mujer, y tu misión está en el hogar. Sin embargo, cuando los hombres hayan muerto con honor en la batalla, se te permitirá quemar la casa e imolarte con ella puesto que ya no la necesitarán. Pero soy de la Casa de Eorl, no una mujer de servicio. Sé montar a caballo y esgrimir una espada, y no temo el sufrimiento ni la muerte.
- ¿A qué teméis, señora? - le preguntó Aragorn.
- A una jaula. A vivir encerrada detrás de los barrotes hasta que la costumbre y la vejez acepten el cautiverio, y la posibilidad y aún el deseo de llevar a cabo grandes hazañas se hayan perdido para siempre.

Escrito el 27-02-2012.

domingo, 19 de febrero de 2012

II

 
Parece ser que el miedo o la resistencia a la soledad no es más que
el reflejo del temor de encontrarse a uno mismo.



sábado, 18 de febrero de 2012

Moebius

Moebius
 Gustavo Mosquera
1996

    Cine y matemática se presentaban en una combinación atractiva cuando puedo decir que por fin acabé de reconciliarme con el cine nacional, dejando de lado mis prejuicios infundados y mis norotundos, y en lugar de ello, interesándome por informarme un poco sobre la temática de las películas como siempre lo hago antes de verlas.
    Moebius ya me había llamado la atención desde que leí que lo caracterizaban como uno de los pocos films de ciencia ficción del país, lo cual me despertó grandes expectativas pues últimamente me siento más cómoda con este género que con otras películas extraídas de un ámbito calificado como más realista. No es que pueda digerir cada película sobre invasiones extragalácticas (de cuya realidad incluso llego a dudar debido a la sobre-extravagancia de sus efectos especiales) pero por medio de la literatura y cine a los cuales he tenido alcance pude ampliar mis capacidades no sólo de imaginación sino también mi modo de ver el mundo, y al mismo tiempo, alegrarme por haber podido desintegrar esos límites. Y respecto a la realización argentina de films de estas características, no lo había sospechado anteriormente hasta tener la agraciada casualidad de toparme con Hombre Mirando al Sudeste.
 
    Volviendo a la película en particular, se trata de una cinta de bajo presupuesto, al igual que la mencionada y de ese modo, esta cualidad deviene en grandeza al proporcionarle un marco lúgubre donde predominan los colores oscuros apenas atenuados por la presencia de los trenes, donde la escasez de música logra que el largometraje torne el caracter de un recorte fidedigno de realidad, esta vez obtenido mediante el ojo cinematográfico. De alguna manera pude presentirlo, porque un aspecto me decidió a verla luego de los ya añadidos, fue el misterio que para mí evocan los trenes subterráneos, más porque parecen pertenecer a una especie de realidad alterna que escapa a la vida que se desarrolla sobre tierra. En este caso, un tren desaparecido se transforma en el hilo conductor de la historia. Aquí es donde comienzan a converger las incertezas y las matemáticas, y sentimos cómo la infinidad del universo se nos escapa de nuestra finitud.
    Si bien se trata de una adaptación, al estar basado el guión en un relato alemán de Armin Joseph Deutsch titulado Un subterráneo llamado Moebius, se percibe la impronta local claramente. En Buenos Aires la habitualidad del transporte subterráneo acorta los tramos de la gran ciudad y se presenta como la solución de quienes deben recorrer kilómetros para llegar a tiempo al trabajo o a clases, no obstante no siempre da lugar a la reflexión acerca de qué artilugios matemáticos se esconderán detrás de la arquitectura de los tan intrincados ramales.
    Cabe destacar, por último el desenlace genialmente impensado y su conclusión desgarradora. ¿Qué respuestas se podrán brindar a este misterio? ¿Las deducidas tras un arduo análisis que pone en jaque los límites de las ciencias exactas o las que caben en el entendimiento lógico de la mayoría de las personas?


+Una curosidad: me resultó asombroso el parecido entre el actor que encarna al personaje del matemático en esta película y Rantés, de Hombre Mirando al Sudeste, tanto que tuve que comprobar vía web si acaso no se trataba de la misma persona. Pero no, sólo había sido una impresión.