Lunes, martes, miércoles, juev..., vie... 1... 2... 3... Un día como cualquier otro, situémoslo así, tarde en la noche (él nunca vio caer la tarde). Él espera el colectivo que lo lleve de regreso a casa. En un acto automático adquirido busca un pañuelo en el bolsillo derecho, el menos deshilachado de su saco, que ayer tampoco tuvo tiempo de coser. Se seca la frente, que drena de sudor, aunque en verdad sean sus manos las que transpiran el esfuerzo. Pero no le importa... lo primero que hará al llegar a casa será dejar la camisa en el lavarropas... Pasa otro día más para tachar en el calendario que está adherido con un imán a su heladera. Como si este día nunca dejara de transcurrir.
Mientras, el paisaje vibra. El viento dobla las copas de los árboles, las aves sobrevuelan en bandada buscando los últimos nidos disponibles, a su lado una muchacha se cobija en el pecho de su amado, una niña le comenta a su madre cuánto aprendió en la escuela ese día. Todos, siguiendo el mismo destino, agolpados alrededor de la parada del colectivo. Pero él sabe discernir lo importante del rumor pasajero, y su cerebro filtro jamás se equivoca en sus selecciones... y lo primero que tendrá que hacer al llegar a casa será preparar la camisa blanca junto al pantalón nuevo que le compró Lili... No es que se trate de un huraño o un ermitaño, pues con el tiempo, él ha aprendido a desarrollar esa máquina clasificadora que lo hace conservar su trabajo. De cualquier modo, el colectivo ya ha llegado. La joven pareja sube, al tiempo que la voz de la madre apura a su hija, que se ha quedado mirando ese rostro opaco, con la tez pálida y desgastada, con el frío que tirita a través de las piernas de la niña que ahora le sonríe, como si pudiera brindarle un poco de calor con ese pequeño y sencillo gesto.
Finalmente, la mujer toma a la niña en sus brazos, y comienza a subir los escalones del ómnibus; él viene detrás, arrastrado por inercia, con la mirada de la niña aun posada en sus ojos... por un momento se fastidia, entonces se le ocurre decirle algo a la madre porque esa mirada que no logra apartarse de sí ya lo está inquietando. Pero esa mirada no lo juzga, esa mirada es pura e irradia la inocencia de los primeros años, lo encandila, lo fija, lo exorciza... es como si ella lo comprendiera, más aun como si le ofreciera su mano a través de sus ojos, pero a él no le queda tiempo para pensar en esas cosas... Suspira profundamente, como si de esa manera pudiera evaporar el cansancio después de que la máquina timbradora le marque su tarjeta.
Quizás inducido por la fuerza invisible que emana de la niña, él se acomoda en el asiento solitario, ubicado en línea paralela a los de la madre y su hija. Piensa en Lili... otra vez olvidó recoger los capullos de los lirios que a ella tanto le gusta oler. Si el vergel tan sólo queda a unos pasos de la oficina, pero siempre es tarde para agacharse a pensar. Además, desde lo alto del edificio casi ni se mide la gente ni se cuentan los pasos.
Las ventanillas del colectivo están empañadas, aunque a él ya no lo asombran, a veces cree que se ha acostumbrado al frío. La niña, sin embargo en un arrebato de entusiasmo comienza a dibujar sobre el cristal, cuando la madre le anuncia que ya es momento de bajar para regresar a casa.
Nuevamente la pequeña reclama su atención, como si quisiera despedirse, o tal vez quedarse para siempre. Conserva la misma sonrisa que tenía durante el tiempo que lo poseyó con sus ojos. Ella lo comprende, ella le tiende su mano húmeda de sensaciones para secar un poco de su ausencia. Es entonces cuando a él lo interrumpe un pensamiento como un refucilo de luz... si tan sólo alcanzara a prevenirla.
Hoppípolla
Brosandi,
hendumst í hringi,
höldumst í hendur.
Allur heimurinn óskýr,
nema þú stendur.
Rennblautur,
allur rennvotur,
engin gúmmístígvél.
Hlaupandi inn í okkur,
vill springa út úr skel.
Vindurinn
og útilykt af hárinu þínu.
Eg lamdi eins fast og ég get
með nefinu mínu.
Hoppípolla,
I engum stígvélum,
allur rennvotur
i engum stígvélum.
Og ég fæ blóðnasir,
en ég stend alltaf upp.
Og ég fæ blóðnasir,
og ég stend alltaf upp.
Saltando por los charcos
Sonriendo,
dando vueltas en círculos,
tomados de la mano.
El mundo entero se ve borroso,
pero tú sigues de pie.
Empapado,
completamente mojado,
sin botas de goma.
Correteando dentro de nosotros,
quiere salir del cascarón.
El viento sopla,
sopla, y el olor de tu cabello.
Lo atrapo tan rápido como puedo
con mi nariz.
Saltando por los charcos,
completamente mojado,
empapado
y sin botas.
Y me sangra la nariz,
pero yo siempre me levanto.
Y me sangra la nariz,
pero yo siempre me levanto.
Sigur Rós, quienes echaron a volar mi imaginación, como siempre.