sábado, 19 de marzo de 2011

A fuerza de repetición

   Esta mañana, mientras regresaba a mi casa, camino de la facultad, transitando  la calle 9 de Julio me topé con una pareja. Paseaban juntos en dirección contraria a la que yo seguía, mientras él cargaba sentada entre sus brazos a su hija, una nena de aproximadamente 2 años de edad. La conversación entre los dos era a base de preguntas y respuestas, y este fragmento fue lo que capté en apenas tres pasos largos:
Padre: -¿Quién soy yo? - formuló, dejando entrever la insistencia en la pregunta.
Hija: -Papá - respondió con toda seguridad.
Padre: -¿Y quién es mamá?
Hija: -Yo - aseguró indubitable.
Padre: -Ah, ¿vos sos mamá? - preguntó intrigado.

   Queda claro que el conocimiento no se adquiere a fuerza de repetición.

domingo, 13 de marzo de 2011

"¿Te gusta?"

   Borja y Joseba son los presentadores de una serie humorística española llamada Qué vida más triste. Si bien a veces por más que sobresature el volumen de los parlantes a niveles que ya ni se oye con claridad (pero ahora también, debido mi demasía) no consigo entender sobre qué coño es lo que están hablando, tengo que reconocer que estos dos muchachos se han sobrepasado al extremo en una de sus entregas, protagonizando una desopilante sátira acerca de esta burda manera de perder el tiempo (¡además de la vida personal!), dada en denominar Facebook (o como aquí supimos acuñarle, libro de cara). 

 Mi vida como Facebook

viernes, 4 de marzo de 2011

Lágrimas del Sol

Parias de su propia tierra. Pueden contarse varios relatos sobre el bestiario que, fuera de Europa, dios sabe por qué diablos puso a vivir en África hasta que un puñado de reinos le encontró razón de ser, y comenzó a devorarla por la boca del tráfico negrero. Las potencias del norte sellaron su destino, sirviéndose del continente a su gusto durante la era de la paz armada  que desembocó en la guerra de 1914, y completaron su tarea, heredándole armas para la provisión de golpes de Estado y guerras civiles como compensación por los recursos naturales que pululaban, como lo hacen ahora las panzas hinchadas de hambre y familias quebrantadas. Afirma Eduardo Galeano en Espejos, "ninguna guerra tiene la honestidad de confesar: -Yo mato para robar", de este modo son disfrazadas de étnicas, religiosas o culturales, para ocultar el carácter económico innato que persiguen estas matanzas. Es que resulta menos desgastante hacerse del poder debilitando e irritando al oponente, que enfrentarlo abiertamente.  
    En este contexto, Lágrimas del Sol (Tears of the sun) escribe una historia ficticia, la de la doctora Lena Kendricks, quien a pesar de la muerte de su esposo decidió permanecer en Nigeria dedicada al cuidado de un grupo de enfermos refugiados de un conflicto que ya ha derrocado al gobierno, y amenaza con destruir a gran parte de la población.
     De este modo, es enviada una misión de la Marina proveniente de Estados Unidos, con el objetivo de rescatar a dicha prestigiosa médica interpretada sin esfuerzos por Monica Bellucci, cuyos planes son, sin embargo diferentes a los del teniente Waters, encarnado por Bruce Willis, pues ella se rehúsa a abandonar el lugar sin asegurarse de que podrán trasladarse a un territorio seguro, después de haber cruzado la frontera a través de una frondosa selva.
   En este sentido, el teniente Waters se verá en la disyuntiva de tener que cumplir con lo encomendado por su oficial en jefe y no sólo acceder al pedido de Kendricks, sino también involucrar a su equipo de militares en una guerra, cuya brutalidad y desamparo ya tomó parte de ellos mismos.
    La película goza de logradas tomas en impresionantes paisajes, que de cierto modo intentan representar la belleza de la tierra africana, a la vez que sustentan la aseveración de Galeano, tiznada sólo por la violencia derramada. Por otro lado, los momentos emotivos están bien captados, incluso en Bruce Willis no desentonan con su papel de militar. Se tiene claro de que se encuentran dentro de la lucha armada y no queda otro camino que continuar hacia adelante, o de otra manera, esperarán a la muerte. En contraste a algunas críticas que he leído, esta vez no me resultó exagerada la impronta hollywoodense, más aún teniendo en cuenta que la película data de 2003 me impactaron las escenas con granadas y explosivos arrojados desde los helicópteros, encaminándose al desenlace. Asimismo, tampoco fue delineado el personaje de Bruce Willis en torno a un mesías (y esto es un hito en lo que respecta a las grandes producciones bélicas), en cambio me pareció más una persona real, con sus fortalezas y falencias.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Escalera al cielo

Su mirada era una escalera al cielo, así lo enaltecía. Cuando aquellos discursos del habla solían coincidir los juegos que hacía con sus trenzas, transcribía en sus diarios las aventuras que a no ser por la inmensidad de sus manos guardaría en su almohada. Era amante y criminal, cuando se adueñaba de su intimidad. Se despedazaba en cuartos, tal era su fatalidad, eso le hacía sonreír mientras la coronaba de espinas. Incluso pedía permiso al tiempo, para que le concediera algunos ratos propios. Pues era capaz de hundirse un poco más sólo por encontrarse despertando sobre su pecho. 
Las canciones, el escenario donde se llevaban a cabo los momentos de más elevado placer dibujaban la silueta de su hombre y hacían suyo su abrazo. No los unía el lazo del compromiso sino, uno más fuerte, el miedo a la soledad. Su elixir era a la vez tragedia, como sus mejillas, oscilando entre el llanto y la luminosidad. La vida la embelesaba pletórica en sueños, pero ella sabía dónde comenzaban. Y se enamoró.


   "Hay mujeres nobles, pero en cierto modo pobres de espíritu que no saben expresar su entrega más profunda, como no sea ofreciendo su virtud y pudor: lo mejor que tienen. Y a menudo quienes aceptan ese regalo se comprometen mucho menos profundamente de lo que se suponen las donantes, ¡es una historia triste!".
La gaya ciencia, Friedrich Nietzsche.

sábado, 26 de febrero de 2011

Libros usados

   Ayer fui a una tienda de libros usados... No sólo por cautela sigo preguntándome por qué les llaman así a los libros que ya fueron deshojados por alguien que según su gusto decide si dejar su marca entre la portada y la contraportada. Me gusta recorrer los los pasillos, como si fueran pasadizos ocultos dentro de un gran laberinto y quizás llevarme alguna sorpresa con  detenerme en uno de sus escondrijos secretos. Me agacho, me arrodillo, dirigida por mi cabeza viajante en busca de las posiciones acordes a medida que mis ojos se ensanchan o achinan, dependiendo la distancia  en la que se encuentren ellos, tan acomplejados por otros lomos ostentosos y relucientes, así como frágiles que a veces causa recelo tomarlos, como si con sólo tomar algún libro se fuera a arruinar un paisaje extraordinariamente armónico. Es que me siento como en casa cuando una amable voz que sólo puede albergar alguna librería de segunda mano, se acerca por medio de adecuadas sugerencias a invitarme a participar de este pequeño cosmos. Soy exploradora de tesoros por descubrir recién cuando me arrellane sobre el sillón de mi casa.
   Ahora bien, yo los leo, cambio como el cielo azul de verano de Rosario se comienza a tornar en algún día de frío nórdico me voy desgajando línea a línea de las cuatro paredes hasta estremecerme dentro de algún opresivo mono azul o reír a través de un simpático pasaje. Me transformo, cuando huelo los nombres, y me invento  nuevas y viejas edades, al saber que a cada arrugar de página mi mente oxigenará una nueva historia con ellos.
   Será engañoso y peligroso ese laberinto que podrá desviarnos en nuestra lectura e incluso, otorgar el derecho a un desconocido errante del destino de un libro, si va a ser leído y luego acurrucado en la biblioteca, renovándole su suerte en un próximo encuentro mientras se luzca (sólo si lo conservamos libre de polvillo) soberbio y sublime cuando nos mire desde allí tan galante e inasequible como la primera vez, o usado por nuestras manos, nuestro hemisferio derecho o quién sabe qué, arrojado nuevamente en el devenir, llevando en su marcha, además el aroma particular que desprenden las escondidas tramas de alguien que prefirió descartar, olvidar o simplemente recrear una nueva historia.