“Cuando alguien busca fácilmente puede ocurrir que su ojo sólo se fije en lo que busca; pero como no lo halla, tampoco deja entrar en su ser otra cosa; no puede absorber ninguna otra cosa, pues se concentra en lo que busca. Tiene un fin y está obsesionado con él. Buscar significa tener un objetivo. Encontrar, sin embargo significa estar libre, abierto, no tener ningún fin”.
La frase citada (creo) sintetiza de la mejor manera la búsqueda del camino de Siddhartha, protagonista de la novela homónima de Herman Hesse, y tal como quedó marcada en el libro físico, que hace una semana puse a descansar en la biblioteca junto con los de su especie continuará refulgente en este tiempo de encuentros y desencuentros furtivos.
Para este joven hindú, acostumbrado a ser complacido y admirado por su padre y su amigo, su compañero, su sombra definitiva, debido a su inteligencia, sus habilidades para la meditación, la contemplación del vacío interior permite rebosar únicamente de insatisfacción esperitual de decir todo aquello considerado digno de ser visto en un ser humano.
El texto avanza merced al ahínco descriptivo de la loable mano de Hesse, de gran trato con las emociones en lugares donde las únicas referencias que tenemos son unos cuantos paisajes a los que puede escaparse tomando la forma de una roca, un ave o cualquier otro animal, pero eso no es sino una forma de soslayar la realidad circundante: un mundo cruel, si tenemos en cuenta que fue escrita en 1922, posteriormente a la Gran Guerra, lo mismo en cuanto al consejo o doctrinas que pueda recibir de los demás aun si son eruditos. La sabiduría es imposible de ser transmitida, sólo el saber. Y no significa una crítica al budismo, ni nada parecido, porque él transita varios caminos durante su travesía, en el afán descubrir por sí mismo el secreto de los hombres, podrá conocer una cantidad ilimitada los placeres terrenales, pero sólo él podrá sentirse y hacerse dueño de su propio curso, porque en definitva, como escribe Herman Hesse, “estoy perfectamente de acuerdo que lo que es tesoro y sabiduría de un hombre suene de un modo tonto en los oídos de otros”.
Encuadro sus conclusiones filosóficas, topándome con otro salvataje nitzscheano, en realidad evolución del filósofo griego Heráclito. El barquero encuentra en el río una unidad existente sin perjuicio del tiempo, donde fluyen los rostros que nacen y mueren, llevando en su cauce la historia de su vida, aprendiéndolos a escuchar, a borrar algunos y quedarse con otros, escogidos por su propio autor.
“¿Encontraré por mí mismo una casa?
Una casa dentro mío.
Nosotros encontraremos un camino.
Nosotros encontraremos nuestro lugar.
Soltá la cuerda, soltá la cuerda.
Salí de mi jodido rostro”.
Leash, Pearl Jam.