miércoles, 8 de octubre de 2014

Analfabeta

     Durante algunos días, una paloma visitó la ventana de la habitación... pero no se trataba sólo de eso... yo diría que la exploraba minuciosamente.

     Transitaba el curso de la ventana cuando la descubrí. Arrullaba solitaria, inclinaba su cabeza de tanto en tanto reaccionando ante las posibilidades de mi humana presencia. Su estadía por lo general duraba hasta que, intentando acercarme a ella, yo le causaba un espanto que justificaba un vuelo despavorido.


      Una vez, sus andanzas desembocaron sobre el techo de una casa vecina, donde se encontraba otra paloma. Luego, traté de comprender los motivos: aquella había estado aguardando el detallado informe de mi visitante... y preparando el inicio de un picoteo, que fue correspondido de inmediato. Entonces, me alejé para dejarla regocijarse en la calidez de la intimidad. Transcurrido un lapso de tiempo considerable, mis oídos indiscretos se percataron de que había regresado a la ventana en compañía del susodicho galán, como si él quisiera verificar por su cuenta las conclusiones de la paloma investigadora. Até los cabos cuando la vi depositar una rama diminuta: la tenaz paloma intentaba construir su nido en la ventana de la habitación. Para el día siguiente, se habían agregado algunas ramas formando óvalo. De ningún modo yo quería ser una mala anfitriona, por el contrario estaba encantada de que una pareja apasionada de palomas hubiese encontrado reconfortante mi vecindad. Pero había un límite más sólido que el erigido por la ventana. Sigo siendo una analfabeta. En mi intimidante actitud yacía la imposibilidad. Luego, un viento se llevó el nido y este proyecto aún no ha vuelto a ser retomado.


      Entrado el mediodía de hoy, mi gata empezó a pronunciar gorjeos mientras yo, para variar, había decidido proseguir una lectura recostada en la cama. La experiencia me indica que ella sólo actúa de esa manera en presencia de otros animales, como aves o insectos. Enseguida, aparté la vista de mi lectura y la enfoqué en su semblante meditabundo. Arrellanada sobre una mochila (que hace aproximadamente 2 meses tengo que lavar) y sin sus patas a la vista, cómodamente ocultas bajo su mullido cuerpo, miraba a través de la ventana, con su cabeza levemente alzada. Me incorporé sutilmente, no del todo para no interrumpir aquella premonitoria escena y en la justa medida que me permitiría apreciarla. Sobre el edificio que se levanta enfrente había una paloma. Por supuesto, no tengo idea si esa paloma será la misma que se había entregado a la valiente tarea de emprender un nido frente a una representante de la especie que las ha declarado una plaga. Pero allí se encontraban mi gata y la paloma, en conjunción a través de la ventana. Pienso que entre ellas también existe una imposibilidad, pero sospecho que es de otra naturaleza.


Además, pienso que se lee mejor con esta música...   

domingo, 5 de octubre de 2014

No le importan

sus ojos le sonríen a ella
sus manos le danzan
sus caderas le imprimen
el ritmo a la marcha

es lunes a la mañana a las ocho
y hace un viento que te acorrala contra las paredes
pero a ella el viento la empuja
y no le importan ni el lunes ni la mañana ni las ocho.

Ilustración:  Ciervo Blanco

lunes, 12 de mayo de 2014

Siempre estamos volviendo

"Cada uno de ustedes, interesado en la creatividad,
quiere entrar en contacto con aquello de sí mismo que es auténticamente propio".

    
    La navegación por la red es una tentación para dedos curiosos, por la potencia que tienen de encontrar un campo de búsquedas que matemáticamente hablando, tienden al infinito. Así, dadas ciertas páginas abiertas en el navegador, aunque uno se embista la cabeza contra la pared, cual judío contra el Muro de los Lamentos, le costará recordar cómo fue que llegó hasta allí.

    Pues bien, hace unos meses, di con el llamativo Zen en el arte de escribir, texto que consignaba su autoría a Ray Bradbury. Inconcebible para mí fue pasar por alto una sociedad Bradbury+Zen, pero como una anda como con pata de palo arrastrando tantas lecturas pendientes, lo guardé entre los pdf's y lo postergué hasta esta tarde... no pude cuando menos emitir un ¡¡¡FAAA!!! así de fastuoso porque resultó que ¡el mismo tenía apenas 7 páginas!

    En el momento en que escribo, descubro que en realidad se trata de un libro entero, el cual, por supuesto descargué enseguida, para leerlo... espero que pronto... Guau... otra vez no quería explayarme tan en detalle sino sólo compartir algunas sensaciones que me provocó la versión abreviada de este texto y haber terminado la reseña de Nacidos para correr pero se ve que estos dedos se traen otros objetivos entre manos. Al fin y al cabo, la escritura es lo único que siempre quise hacer, desde que en las clases de Literatura nos encomendaban escribir ensayos sobre las obras leídas. Siempre quise volver, gracias por recordármelo, Ray y Don Julio.   



[...] "no deberíamos desdeñar el trabajo ni desdeñar los cuarenta y cinco o cincuenta y dos cuentos escritos en nuestro primer año de fracasos. Fracasar es rendirse. Pero uno está en medio de un proceso móvil. Entonces no hay nada que fracase. Todo continúa. Se ha hecho el trabajo. Si está bien, uno aprende. Si está mal, aprende todavía más. El único fracaso es detenerse. No trabajar es apagarse, endurecerse, ponerse nervioso; no trabajar daña al proceso creativo". 
Zen en el arte de escribir, Ray Bradbury.

domingo, 11 de mayo de 2014

Nacidos para correr


    Nunca más paradójico como inspirador: cual gato de Schrödinger, su lectura sencillamente, te produce ganas de soltar el libro para salir corriendo. De hecho, lo hizo con alguien que no ensayaba carreras ni siquiera cuando se le escapaba el autobús, y claro que lo daba por perdido.

    El punto de partida es la acuciante pregunta del propio autor Christopher McDougall: "¿por qué me duele el pie?", quien además de corresponsal, es un corredor estadounidense aficionado. En determinados momentos de su investigación, le aplicarán cortisol para las lesiones de su rodilla, le sugerirán "no estás hecho para correr", "tenés que bajar de peso", y le inyectarán más cortisol.

    Desplazados por los hombres blancos (ayer conquistadores y hoy narcotraficantes), forzados a mantener una vida resguardada y de necesidades incolmadas, los rarámuris no dejan de sonreír erguidos y sin tambalearse cuando corren con sus sandalias llamadas huaraches. Tienen un juego de pelota que practican desde pequeños cuyo objetivo no consiste en marcar puntos sino en correr hasta cansarse. La perseverancia de Chris por hallar una solución a sus constantes lesiones, lo conducirá hasta las cuevas de la Sierra Madre de México, donde habitan los rarámuris, que etimológicamente, y en los hechos, son la Gente Que Corre... pasando antes por Caballo Blanco, un compañero entrañable cuya identidad será revelada en el transcurso de la lectura y que se trae entre pies una meta extraordinaria, la cual para decepción de los ansiosos, no delataré en esta publicación. 

    Como una crónica novelada, este relato real es ágil (como pies de maratonista) y está repleta de historias de personas tan interesantes que parecen salidas de una ficción literaria. Recomiendo una (o cuantas quieran) atenta lectura a la aventura de un estudiante, quien pondrá a prueba a su emérito profesor hasta que lo persuadirá de que puede que esté equivocado y los seres humanos en realidad hayan evolucionado, no para caminar sino para correr. ¿Y qué tal si el hecho de correr es capaz de hacernos mejores personas? Ésta es la indagación de Eric, el entrenador de Chris... y sí, también podemos encontrar algunas técnicas, como el consejo de que no permitas que tus pies impacten con demasiada intensidad contra el suelo, porque es impresionante la fuerza de reacción ejercida contra tu cuerpo. Ahora, lo más atractivo es acercarse al movimiento de corredores que revolucionó la tradicional manera de correr: los Corredores Minimalistas. Ni más ni menos, en el libro tenemos a un fiel representante de la gente que corre ¡descalza! o portando un calzado muy liviano que diseñó (inspirado por las huaraches) nuestro Ted en respuesta a la despiadada conducta con que las principales marcas rigen su producción industrial de zapatillas.


    No me canso de halagar a este libro, que no ha dejado de sacarme de mi asombro y de mi ignorancia, como cuando me anotició sobre la existencia de las fabulosas ultramaratones: carreras que constan de ¡un recorrido de 161 km., donde en algún lugar se ha hecho de noche, la Luna puede estar contemplándote y vos... ni bolilla, porque estás corriendo para elevarte a una montaña o sobre otros terrenos dificultosos a temperaturas extremas. Para esto, consulten con el "asoleado" Scott Jurek, que les cuenta en el libro.

    Hablando de una mejor situación de este ultracampeón ultramaratonista, resulta muy interesante saber que sigue una alimentación vegana, esto quiere decir que conserva en buen estado su salud porque no come ningún tipo de carne; de hecho ha publicado un libro titulado Comer y Correr. Me simpatizó haber leído también sobre el apartado que dedica a los monjes budistas, vegetarianos y maratonistas, y lo adecuado, digestivo y saludable que resultaría reemplazar un desayuno habitual por ensaladas completas en nutrientes... al fin y al cabo nuestro autor sí tenía que reducir un poco su peso. Pero es sobre todo gracioso cuando el autor decidido a ofrendarle a su barriga una buena ensalada antes de salir a correr, comienza en su casa una minuciosa recolección de ingredientes a fin de prepararla... ni qué hablar de ese memorable momento en que corriendo por un paisaje natural propio de ensueño y próximo a su casa, comienza a despojarse de sus atuendos hasta que lo invade el recuerdo de su ancianita vecina y por respeto a ella, decide conservar su pantalón. No me olvido tampoco de la pareja de La Brujita Bonita y El Cabeza de Chorlito, no quiero olvidarme de nadie... ¡qué buen libro, carajo! ¡Qué linda gente! ¡Me debía esta entrada! Se reafirma mi admiración hacia estas personas...

    porque puede que como la profesora de Ciencias Ann Trason, con su estatura de 1.50 m., cierto día empieces a correr de camino al lugar de tu trabajo, y otro día decidas que también vas a correr de vuelta a casa, porque "¿qué puede ser más sensual que prestarle una atención exquisita a tu propio cuerpo"?. Entonces, con el tiempo, sumás tantos kilómetros que lográs ese estado zen que describe La Brujita Bonita en alguna parte del libro donde sólo tenés en mente el correr, cuánto lo disfrutás, y puedas decir con Caballo Blanco que sos libre para correr.

viernes, 18 de abril de 2014

Maneras de "arruinar" un libro...

     Podría decirse (y ya que estamos en un blog, también podría escribirse) que según la naturaleza del deterioro, quienes "arruinan" un libro pueden clasificarse en los siguientes grupos:

Nº1: aquellos cuyas conductas están dirigidas a joder indiscriminadamente a todo lector sucedáneo, y 

Nº2: aquellos que, sin saberlo, con su huella podrían favorecer indirectamente a alguien a futuro.

     De lo recién antedicho se desprende que no hay lector que estropee los libros teniendo en mente el bien común de la colectividad lectora. Ahora bien, entre los grupos de delincuentes que acabamos de mencionar, cabe hacer algunas distinciones de acuerdo al grado de desfachatez implicado en su comportamiento.

     Dentro del primer grupo, se encuentran los semejantes que... ¿cómo lo escribo sin ser descortés pero a la vez puntualizando el caso?... ahí está: debe ser la primera vez que agarran un libro, como dijo mi compa porque, como agrego, le producen tal apertura cual gimnasta que un día consigue abrirse de piernas y jamás recupera su anterior forma. Tampoco podemos omitir en esta selección a los conspicuos refutadores del señalador que rehúsan de las virtudes del mismo y doblan el extremo de la página para ayudarse a recordar dónde han detenido su lectura; funcionan de manera notable para este fin boletos de autobús que quedan a dormir en nuestros bolsillos de cada prenda de vestir, tickets de la verdulería que son capaces de refregarte en la cara cuántas veces aumentaron las cosas, y recortes de apuntes académicos que decidimos conservar cuando con carita ingenua-intelectual pensamos que íbamos a volver a consultarlos en la posteridad. Por último, hago un apartado para incluir en este primer grupo al ambicioso lector que se apropió de una hoja de uno de los dos ejemplares de Plan de Evasión que había en la Biblioteca Argentina... suerte que además de ladrón no era obsesivo y no se llevó la hoja del otro ejemplar. Nunca lo olvidaré. Como tampoco se me escurrirá del recuerdo la mañana en que tratando de "arreglar el mate" arruiné varias páginas de un libro de los realmente valiosos por su contenido (cuya reseña haré alumbrar próximamente no sin un dejo de lágrimas).

    
     Hecha una enumeración de apenas algunos incidentes que afectan a la comunidad lectora, pasemos a exponer a la segunda categoría de lectores, tal vez los más bonachones pero no los menos peligrosos, no sólo porque a veces se concedan ellos mismos el permiso para subrayar bibliografía que no les pertenece. Entre la fauna de esta especie, podemos encontrar algunos integrantes que gustan de subrayar palabras y/o frases o delimitarlas entre un corchete o llave. O incluso, hay quienes no consiguen remediar sus derrames de verborrea y se ven inducidos a desparramarla por páginas que ¡ya están escritas!, de modo que sus trazos terminan por ocupar las inmediaciones del texto que provocó sus reflexiones. Por supuesto, si bien las bibliotecas institucionales repudian la sobre-escritura en los libros de su posesión, la cuestión queda abierta y por lo tanto impune ante los numerosos casos que se registran de los empedernidos dobladores de páginas sobre los que comentamos en el párrafo anterior. Tampoco hemos realizado la pertinente investigación de cómo resuelven los bibliotecarios de anaqueles caseros un caso de esta envergadura, así que mejor nos desplazamos hasta abajo y dejando sangría llegamos a la conclusión.

     Creo que el primer párrafo ha dejado entrever cuando menos la desidia con la cual perpetran sus lecturas los individuos del primer grupo. Ahora bien, ante la falta de evidencia suficiente sobre el motivo del proceder del segundo grupo, una especulación que ha surgido es la que sostiene que actúan así porque, metafóricamente hablando, quieren dejar su huella en el libro, lo que en un lenguaje más científico significaría algo así como enfatizar el hecho de "yo estuve aquí". Sin embargo, en cuanto la adhesión a esta teoría hay divergencias absolutas, que distan desde quienes la refutan de forma militante hasta algunos a los cuales les importa "un comino y la mitad del otro" el tema que se está discutiendo aquí y prefieren creer que marcan los libros porque en una suerte de correspondencia cósmica su desvencijada memoria va a recordar lo que leyeron, que su concentración en la lectura va a ser mayor que su empeño en dibujar un prolijo subrayado, o que esas frases por añadidura prosperarán y descubrirán algo abracadabrante que publicarán en un libro que alguien más rellenará con su elocuente labia.  

     Después de todo, ¿podemos ser más compasivos con los lectores con demasiados aires de protagonistas? ¿O les damos una mejor idea y los instamos a que si tienen ganas de escribir, lo hagan componiendo su propio libro? Y con respecto a los malintencionados del primer grupo, ¿Luzbelito habrá encargado los ejemplares que publicó Marcelo Polino (menudo derroche de tinta y desperdicio de árboles) para que nuestros malhechores vayan a ensuciar, doblar, hacer crujir y deformar en el Infierno literario? Para terminar este soliloquio antes de convertirlo en maratónico, quería agregar que si ocurre el caso insólito de que algún trabajador de la Biblioteca Argentina de Rosario o de la Biblioteca de la Facultad de Psicología (UNR), de las cuales soy visitante frecuente, llega a ver esta publicación, sabrán entender que soy completamente capaz de calmar mi entusiasmo de completar los bordes con frases inútiles o subrayar el material que consulto en estos espacios y que efectivamente lo hago... igual, por las dudas, si algún lector del blog anda por esos lugares no comenten nada, ¿sí?