lunes, 19 de noviembre de 2012

"¿Para qué trabajáis?"

"ANDREA. — ¡El miedo a la muerte es humano! Las debilidades humanas no le importan a la ciencia.
GALILEI. — No. Mi querido Sarti, también ahora, en mi actual estado, me siento capaz de darle algunas referencias acerca de todo lo que a la ciencia le importa. Esa ciencia a la que usted se ha prometido. (Entra Virginia con una fuente. Galilei, académicamente, las manos juntas sobre el vientre.) En las horas libres de que dispongo, y que son muchas, he recapacitado sobre mi caso. He meditado sobre cómo me juzgará el mundo de la ciencia del que no me considero más como miembro. Hasta un comerciante en lanas, además de comprar barato y vender caro, debe tener la preocupación de que el comercio con lanas no sufra tropiezos. El cultivo de la ciencia me parece que requiere especial valentía en este caso. La ciencia comercia con el saber, con un saber ganado por la duda. Proporcionar saber sobre todo y para todos, eso es lo que pretende, y hacer de cada uno un desconfiado. Ahora bien, la mayoría de la población es mantenida en un vaho nacarado de supersticiones y viejas palabras por sus príncipes, sus hacendados, sus clérigos, que sólo desean esconder sus propias maquinaciones. La miseria de la mayoría es vieja como la montaña y desde el púlpito y la cátedra se manifiesta que esa miseria es indestructible como la montaña. Nuestro nuevo arte de la duda encantó a la gran masa. Nos arrancó el telescopio de las manos y lo enfocó contra sus torturadores. Estos hombres egoístas y brutales, que aprovecharon ávidamente para sí los frutos de la ciencia, notaron al mismo tiempo que la fría mirada de la ciencia se dirigía hacia esa miseria milenaria pero artificial que podía ser terminantemente anulada, si se los anulaba a ellos. Nos cubrieron de amenazas y sobornos, irresistibles para las almas débiles. ¿Pero acaso podíamos negarnos a la masa y seguir siendo científicos al mismo tiempo? Los movimientos de los astros son ahora fáciles de comprender, pero lo que no pueden calcular los pueblos son los movimientos de sus señores. La lucha por la mensurabilidad del cielo se ha ganado por medio de la duda; mientras que las madres romanas, por la fe, pierden todos los días la disputa por la leche. A la ciencia le interesan las dos luchas. Una humanidad tambaleante en ese milenario vaho nacarado, demasiado ignorante para desplegar sus propias fuerzas no será capaz de desplegar las fuerzas de la naturaleza que vosotros descubrís. ¿Para qué trabajáis? Mi opinión es que el único fin de la ciencia debe ser aliviar las fatigas de la existencia humana. Si los hombres de ciencia, atemorizados por los déspotas, se conforman solamente con acumular saber por el saber mismo, se corre el peligro de que la ciencia sea mutilada y que vuestras máquinas sólo signifiquen nuevas calamidades. Así vayáis descubriendo con el tiempo todo lo que hay que descubrir, vuestro progreso sólo será un alejamiento progresivo de la humanidad. El abismo entre vosotros y ella puede llegar a ser tan grande que vuestras exclamaciones de júbilo por un invento cualquiera recibirán como eco un aterrador griterío universal. Yo, como hombre de ciencia tuve una oportunidad excepcional: en mi época la astronomía llegó a los mercados. Bajo esas circunstancias únicas, la firmeza de un hombre hubiera provocado grandes conmociones. Si yo hubiese resistido, los estudiosos de las ciencias naturales habrían podido desarrollar algo así como el juramento de Hipócrates de los médicos, la solemne promesa de utilizar su ciencia sólo en beneficio de la humanidad. En cambio ahora, como están las cosas, lo máximo que se puede esperar es una generación de enanos inventores que puedan ser alquilados para todos los usos. Además estoy convencido, Sarti, que yo nunca estuve en grave peligro. Durante algunos años fui tan fuerte como la autoridad. Y entregué mi saber a los poderosos para que lo utilizaran, para que no lo utilizaran, para que se abusaran de él, es decir, para que le dieran el uso que más sirviera a sus fines. Yo traicioné a mi profesión. Un hombre que hace lo que yo hice no puede ser tolerado en las filas de las ciencias".



Fragmento: Galileo Galilei, Bertolt Brecht.
Fotografía: "chemtrail" en la esquina de Zeballos y Buenos Aires (Rosario).

viernes, 16 de noviembre de 2012

Hiroshima y Nagasaki

Hacer comprender a los ciudadanos pasmados que aunque no entren en la guerra están de todos modos.
Que allí donde se nos dice es tal cosa o morir, es siempre en realidad tal cosa y morir.
Así de huelga humana en huelga humana, propagar la insurrección, donde ya no hay sino, donde somos todos singularidades cualquiera.
¿Cómo hacer?. Tiqqun


     Se suponía que iba a tratarse de un debate sobre ciencia. La obra de teatro que acababa de exhibirse había dado lugar a ello. Ésta tomaba como punto de partida la carta que había firmado Einstein a Roosevelt autorizándole a llevar a cabo las investigaciones tendientes al desarrollo de las bombas atómicas. Yo había traído preparadas cada palabra, toda la evidencia yacía en el bolso dispuesta a desparramarse con la claridad con que está siendo aplicada, dentro del aula. ¿Acaso no habré sido lo suficientemente explícita? Tal vez no escogí las palabras adecuadas y las ganadoras del concurso estaban desacreditadas de antemano, mis argumentos no fueron lo genialmente científicos, es que no soy doctora ni licenciada ni ingeniera, ni a mi nombre lo antecede una escalera de títulos académicos, tal vez no me expliqué bien a causa del trabalenguas que me sacude la boca cuando este asunto en mi interior es empujado por la más profunda tristeza, que me sofoca y sin embargo al mismo tiempo es la que me lleva a querer darle culminación. 


     Quisiera quitar ahora de mi mente sus imágenes descoloridas. Ojalá pudiera quebrar de un rasguido sus miradas vacías, como si estuvieran contenidas en una fotografía que impecablemente expusiera la crudeza de este siglo. Es ahora el papel el que atestigua sus fauces abrasivas, el trazo que las repele cuando una lágrima se atreve a ser derramada y manchar la historia. En todo caso arderán en papel inmutables, como se mostraron cuando la asociación "modificación climática", que se prendió a la frase "algunos pueden hacerlo deliberadamente y luego culpan a cualquiera" se escurrió de mis labios. No dos sino mil bombas atómicas cayeron sobre mí al añadir el vocablo "chemtrails" y detallar su consistencia. Mis propias palabras removían la tierra hostil que inexplicablemente los incrédulos volvían a enterrar con total inocencia. Claro, yo venía a representar el papel de nueva hereje, ante la nueva herejía que implica cuestionar a magnitudes de científicos cuya ostentación de título y de trayectoria los acrecienta y a mí me hace mermar a fuerza de bebidas y pastelitos como en las aventuras de Alicia. Su silencio atiza. Esta vez era yo la lunática aterrizada quién sabe de cuál luna aún no descubierta. Pero siempre soy yo. Estoy segura de que a los tiempos del proyecto Manhattan, los rodearon tantos incorregibles e irresponsables como yo, que no tienen idea sobre a qué dedicar sus vidas sino a cuestionar todo cuanto se atraviese a aparecer en su confuso camino. No los culpo, pues la ciudad perpetra la desfiguración cuando los espantosos edificios miran con tal desdén al cielo que no sólo nos recortan sino también nos eclipsan la belleza natural, transportándonos a otra naturalidad. 


 
     Pero por momentos la inquisición de sus miradas es violenta... sí, tal vez fue ella la que me hizo tropezar con mis propias palabras, la que a veces me hace vacilar sobre hasta qué punto comprenderán lo que significa involucrarme en esta causa. "No soy yo la boca para estos oídos", dije a través de Zaratustra. Inconmensurable es la decepción que me abate... es que no sé expresarme de otra manera. Pero no es la alienación a la cual me arrojan lo que me preocupa, sino la verdad extinguiéndose que les rehuye desprendiendo llamas.



Nota al pie 1: Transcurrido el 8/11/2012 en una de las aulas de la Facultad de Psicología (U.N.R). Tal vez el mejor plan para ese día hubiera sido encontrarme en el Monumento, uniéndome a la manifestación 8-N junto a un cartel anti-chemtrail e intentar jugar con los medios televisivos, a ver si lo enfocaban y al fin le conseguía la fama.  
Nota al pie 2: Las imágenes de chemtrails no fueron sometidas a ningún proceso de edición. 
Nota al pie 3 (pie de talla bastante grande ya): Quienes quieran interiorizarse sobre los chemtrails, pueden comenzar por observar atentamente al cielo y las fluctuaciones que presenta tras el rastro que dejan estas estelas, que en nada se asemejan a las estelas de condensación habituales; también a través de Google aún se puede conocer abundante cantidad de información, así como fotografías y videos... o si no, pueden preguntarle a Claris, quien les sugiere que si pueden, vean, descarguen y difundan el documental What in the world are they spraying? (¿Qué demonios están rociando en el mundo?), una gran introducción para quienes desconocen acerca de esta problemática realidad y su vinculación al cambio climático, como parte de la geoingeniería, disciplina científica que a no ser por los chemtrails no me hubiese enterado de su existencia.
(Añadido el domingo 9/12/2012): Ya está disponible online la continuación del mencionado documental, Why in the world are they spraying (¿Por qué demonios están rociando?), el cual expone las implicaciones de los chemtrails que involucra desde su utilización como arma climática en complemento con el H.A.A.R.P (Programa de Investigación Aurora Activa de Alta Frecuencia), Monsanto con su desarrollo de semillas que resisten ante cualquier adversidad climática, hasta empresas aseguradoras que apuestan en el clima, asegurándose ganancias que doblan a las de sus clientes, aunque éstos pierdan.   

sábado, 3 de noviembre de 2012

Reinvertida

me desarmo del bullicio,
y me remiendo
con la voz de un pajarito
que ha bajado a alimentarse
del silencio de las migas
que la prisa nos derrama

me desvisto de la razón
que me entorpece y me ciñe,
a la idea de que poco queda en mí
de animalidad y naturaleza


alborotaré los motivos,
me robusteceré con la risa,
y echaré a andar a las ganas


aclararé la mirada
para que se desvíe de la inercia que la estanca,
amplificaré su espectro (no sin esfuerzo)
para que sea ocupa de las palabras
y comunicación sin medios



me reinvertiré,
a los pensamientos les ha llegado su modorra
voy a estrechar los iris
y vivir hasta morir algún día en los ojos de alguien

domingo, 30 de septiembre de 2012

Desarraigo


Descomponerme desde la primera palabra.
El pasado aún se atribuye la inoportuna, la inevitable cualidad de querer revestir el futuro.
Nos sella la sangre, y luego se escabulle en el escondrijo del recuerdo evanescente.
El trabalenguas del lenguaje sigue mediando por mí.
Su filo aún me atraviesa como lanzas en carne de goma espuma.
Son muchas las veces que sueño con ser algo más que lágrimas derramadas por un presente que no me pertenece, que me expulsa y me recluye en un desarraigo.
Presente que fue pasado para mudar en futuro.
La locura del tiempo.
Una vaca no siente necesidad de problematizar con lógica.
¿Será por eso que no la dejan llegar a la mayoría de edad?
No a todas las causas les suceden efectos.
Pero los chemtrails no pueden obnubilar al Sol.  
Plantaré hasta en cemento.
La realidad se autocondena por irreal.
Y yo, que he descubierto que me entristece la soledad. 
Que amo la vida.
Y te amo.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Bicicleteada emocional

     Gracias por haberme propuesto la vuelta, pero no quería molestarte. Me habías dicho que tenías pensado trabajar en el balcón con las plantas... ¿y qué mejor trabajo que el de ocuparse de la Vida? Entonces, tendría lugar mañana, y mi deseo de estar contigo, que ahora esperaría paciente. Pero ante los primeros reojos hacia la bicicleta estacionada frente a la puerta del departamento, mi entusiasmo no pudo responder a que los giros de las manecillas indicaran el día siguiente, y partió, llevándome consigo y a la bici recién autorizada por el mecánico para rodar de gestos propios, los caminos humanos desandados por los cuatriciclos de hedor y humo.

     A ellos no los conocía hasta esta tarde en el parque. De las pedaleadas me había despojado sola, hace unos cuantos años... aunque mis recuerdos pueden llegar a estar encubriendo una década seguramente. Así que sobre la bicicleta, sólo podía andar a las caídas. El parque me recibió diferente, el Sol y hasta la gente, parecían visualizar mi alegría, que no reparaba en contener. Por primera vez crucé a personas que hacía tiempo no veía, y lo más interesante fue haber constatado que me ubicaban todavía en alguna fotografía de sus vidas. Las flores a veces también se diseminan, todo comienza por saber recoger los indicios. No se me dificultó descubrir que a ese día tenía que hacerlo. Intenté por todos los medios contagiar de ese entusiasmo a mi torpeza, pero no pude. Como a la hora de danzar, los movimientos se me habían secado. Dudé en llamarte, me había prometido no hacerlo, sobreviniese cualquier imprevisto (bastante previsto, valga la acotación). Estabas ejerciendo una de las más bellas formas de amar, depositando tu confianza en la tierra, en el cosmos por entero y a pesar de la ciudad que nos cercena la huerta. Y mi ego se apoderó de mi tristeza, y marqué tu número para interrumpirla y que vinieras en rescate de la soñadora empequeñecida contra el pasto. Perdoname, aún no termino de reprocharme no haber podido deshacerme de él.

     Tal vez era el lugar el que no completaba mi ramillete de indicios. No me refiero al parque, sino al rincón dentro del parque. Se me ocurrió que quizás tendría que regresar al sitio donde había comenzado todo hacía tiempo ya, cuando por fin cambiaba las rueditas agregadas a la rueda trasera, por la brisa del aire libre. Así que a pie y junto a la bici, surqué pequeñas lágrimas hasta que me encontró la belleza de uno de los lapachos rosados junto al planetario. No quería decepcionarlo justo a su lado. Justo allí esbocé un intento nuevamente, erradamente, subiendo al asiento sin antes haber posado un pie sobre algún pedal era claro que mi destino no iba a ser otro que el suelo. La bicicleta casi se desvaneció, evitándolo yo, por poco, cuando alguien me llamó sin saber mi nombre. La primera imagen que me acudió fue la de un perrito, de esos lanudos y blancos como ovejitas, que suelen verse paseando en las calles rosarinas. Pero los perros cuentan con la suerte del ladrido. Así que dirigí mi mirada hacia uno de los lados, y se me apareció una chica quien se encaminaba hacia mí. Se presentó con una sonrisa, antes que con su nombre y mientras le contaba sobre mi deseo de reestrenar la bicicleta de mamá después de tanto tiempo, me mostró cómo podía dejarme conducir por ella. Apoyar un pie sobre el pedal y luego sentarme, ese fue el consejo.

     La mirada atenta del perrito siguiendo los juegos humanos que no quieren desaparecer, la chica componiendo espontáneamente su solo estar junto a mí constituyó el envión. De repente recuperé el equilibrio. Cuando se separó del manubrio y me sentí salir andando, algo volvió hacia mí, algo que me empujaba a volar, aunque sólo fuera soñando arriba de la bicicleta. Los veía alejarse a la chica, al perrito, al lapacho, pero pronto supe que lo hacía sólo desde el parámetro con el que mide la experiencia, que comenzaba a aproximarme de otro modo... podía flotar entre los suspiros que exhalaban las ruedas. El entusiasmo inicial se estaba correspondiendo con los tropezones, las personas más inesperadas en las cuales uno parece haber dejado huellas, otro viaje de ida hacia un pasado que no existe más que en nuestra percepción, que nunca existió en la infancia, el calorcito que ya huele a primavera, el lapacho que asistía a mis alas de ruedas, la resonancia emocional de un coro de pajaritos que me atrapó en sus voces, el perrito ovejita y la chica que ahora guardan conmigo ese recuerdo.

     Caída, invadiendo el aire las primeras veces, maquillada de lágrimas ante mi inexplicable idiotez, indagaba el impulso inspirándome en el Sol luminoso a pesar del frío y las nubosidades, recogiendo las ganas que pueden vislumbarse aún diseminadas, caería la próxima, con gracia y lo disfrutaría, mi cuerpo motorizaba el impulso sin dualismos mecánicos. Un cambio en el manubrio es capaz de virar el horizonte. Mientras me empapaba de felicidad bañándome al Sol y a la luz de tan vívidos momentos, prometí no soltarlos al capricho del tiempo. Esa felicidad que puede caber en apenas instantes porque no se rige según el tiempo terrenal, y las infinitas gracias que no conseguía dejar de enunciar me disiparon de la mente preguntarles a la chica y al perrito sus nombres, pero intuyo que no fue otra torpeza. Sé que no los olvidaré.